Los horrores de “la guerra de ayer” traen de nuevo, a la memoria colectiva, los rostros, quizás los nombres, de aquellos colombianos generalmente olvidados. Olvidados como los siete campesinos del municipio de San Carlos que, hace 20 años, fueron asesinados por guerrilleros del frente IX de las no tan extintas Farc. Los medios especializados la llamaron masacre, una palabra que se repitió y repitió hasta el cansancio, como un signo del miedo, en las calles y veredas de ese pueblo del Oriente antioqueño.
Sí: entre 1997 y 2005, paramilitares, guerrilleros y otros grupos armados aún no identificados se hicieron responsables de 33 masacres en San Carlos. La del 10 de julio del 2004 sucedió en el corregimiento Samaná. Y bien: el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) deja testimonio de esa penosa racha de violencia: 205 muertos, 413 desplazados… cifras -es decir, colombianos- que se sumaron a otras igual de desesperanzadoras, y que hacen parte de la historia del conflicto en San Carlos: 126 víctimas de asesinatos selectivos, 156 de desapariciones forzadas y 78 de minas antipersonal.
Pero ese 10 de julio -un sábado triste, a propósito- lo que sucedió fue un punto de quiebre. Ya desde 1999 las guerrillas venían ejerciendo presión sobre los campesinos de la zona: robos, invasión de terrenos, amenazas. Todo aquello, sin embargo, era una situación “soportable” en comparación con la violencia que empezaría a arreciar. Llegaron los paramilitares con su repertorio de violencias dando origen a una guerra intensa, persistente y excesiva que tuvo, desde el principio, el propósito de sembrar terror.
“Se llevaron a todos los hombres, a las mujeres no, y dijeron que si nos poníamos a hacer mucho escándalo que nos mataban a todos por parejo... pero mataron fue a los hombres, que porque estaban cultivando, estaban trabajando en las tierras…”, narró una fuente anónima al CNMH sobre la masacre del 10 de julio.
Las víctimas del triste sábado aquel habían regresado con la esperanza renovada al corregimiento Samaná, tres meses antes. Encontraron, después de tres años de ausencia, las mismas tierras de las que habían huido desplazados y, en ellas, la muerte. Y como la guerra parece ser la perpetua caída de las fichas de un dominó, 100 familias optaron por abandonar la zona.
“Por eso las organizaciones sociales han realizado año tras año conmemoraciones en el territorio para reivindicar la memoria de sus familiares y acontecimientos que marcaron la vivencia de miles de personas de esta zona del país”, explica el CNMH.
20 años han pasado, entonces. Los sitios del conflicto son, hoy, sitios para la memoria. Por eso, en Radio Nacional de Colombia recordamos una masacre que, hoy, alimenta los deseos de paz de un país que intenta ser otro. San Carlos, siempre bello, está refugiado entre las montañas de Antioquia, pero sus muertos aún nos recuerdan la Colombia que no debemos ser.