Desde una oficina iluminada en el Centro Nacional de Memoria Histórica en Bogotá, María José Pizarro habla de su vida, de la memoria de su padre y del proceso de paz que se adelanta en La Habana.
Además de coordinar la participación de víctimas, la agenda conmemorativa y el tema de exiliados en el Centro Nacional de Memoria Histórica, María José reparte su tiempo entre la Fundación Carlos Pizarro y el cuidado de sus dos hijas. De la niña que recordamos de ese fatal 1990, surgió una mujer cuyo compromiso con reinterpretar la historia de Colombia se refleja en cada acto y cada palabra.
"Este es un país de violencias y odios heredados. Necesitamos empezar a canalizar esa forma violenta que nos ha constituido como sociedad y que se construyó con el arrase por los pueblos indígenas, de la manera absolutamente violenta e inhumana que millones de afros llegaron a nuestro continente, de la llegada de los españoles a nuestros países. Hoy nuestra riqueza es la diversidad, nuestro país es hijo de esos amores y esos odios y tenemos que empezar a amar lo que tenemos, rescatar esos sellos nacionales y esas identidades", afirma.
Esa misma violencia que ha mostrado en nuestro país una de sus peores caras y que le arrebató a su padre siendo muy joven, pero que hoy ha transformado en un impulso no solo para honrar la memoria de Carlos Pizarro, sino para entender como pocos la historia de Colombia y de Latinoamérica.
"Nuestro legado es una nueva forma de entender la historia nacional, de rearmarla de una manera diferente a partir del corazón y estamos trabajando desde unos lugares que no son comunes: la academia, la política. Hacemos política de otra manera, entregamos en nuestras acciones una nueva forma de ver a este país. El legado es no solo un comportamiento no violento, sino una forma de decirle a quienes han instaurado el odio y la venganza en este país, que no tienen razón y que por mucho que nos hayan herido, nosotros no somos sus iguales".