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Historias de la contracultura rockera bogotana

Por: Luis Daniel Vega.

Por: Luis Daniel Vega.

En 1970, luego de su breve y emocionante aventura con Siglo Cero, el guitarrista Jaime Rodríguez y el baterista Robero Fiorilli se embarcaron en un nuevo proyecto que los llevaría a lugares insospechados. Junto al bajista Marcos Giraldo, conformaron Columna de Fuego, una agrupación bautizada con un nombre que salió de la febril imaginación del guitarrista Ferdy Fernández, a quien Fiorilli había conocido en la banda The Young Beats. Sin más pretensiones que ganarse algunos pesos, el trío inició sus labores de entretenimiento en elegantes clubes nocturnos como el Candilejas. Según el testimonio del baterista, se trataba de cortas presentaciones –“veinte minutos nada más”, acota- que llevaban a cabo mientras la Orquesta de Lucho Bermúdez descansaba. Durante su primera etapa de formación, acompañaron al cantante tico Jorge del Castillo, inauguraron el ciclo de conciertos Lunes del TPB, tocaron en el Festival de la Primavera y protagonizaron épicos duelos musicales de la contracultura rockera bogotana.

Aunque Roberto Fiorilli ya había explorado tímidamente sonidos del Caribe y el Pacífico colombianos en el último disco de los Speakers, esta idea empezó a tomar forma en Columna de Fuego cuando alternaron con Sinfonía Negra, un grupo de danza proveniente de Buenaventura. “Fue una noche en El Castillo de Chapultepec, un club en el que tocábamos baladas, bossanova, jazz, tango, vallenato y todo lo que el público nos pidiera”, recuerda Roberto. Perplejos ante el ímpetu y los ritmos –insólitos, para ellos- que interpretaban los tamboreros, se dieron a la tarea de atar los cabos sueltos. Durante esos días reveladores, casualmente conocieron a Esteban Cabezas, un personaje que, a la luz de los acontecimientos posteriores, resultó determinante en la personalidad sonora de la banda y en el destino de algunos de sus integrantes.

Folclorista e investigador guapireño, Esteban Cabezas, dedicó buena parte de su juventud a recopilar poemas y tonadas como “A la mina”, un viejo canto de los esclavos iscuandereños, que alguna vez le escuchó tararear a su abuela. El lánguido lamento de los mineros artesanales llegó a oídos del trío gracias a la complicidad de Cabezas. Después de haber sido popularizada en 1964 por Leonor González Mina, la canción se vistió de nuevos ropajes en 1971. La versión de Columna de Fuego –publicada como sencillo por el sello Polydor- fue titulada “La joricamba” en clara alusión a una danza tradicional que recrea la leyenda de un pueblo liberado gracias a la astucia de una mujer negra.

El primer registro fonográfico que da cuenta de la simbiosis entre rock y sonidos raizales del Pacífico colombiano, le abrió terreno a la banda que en junio de ese año viajó a Medellín y se montó en la tarima del mítico Festival de Ancón. Entre otros asuntos curiosos, se llamaron Los Electrónicos y grabaron Tradición en transición (Polydor, 1971), un trasgresor experimento de estudio producido por Manuel Drezner. Sobrevinieron cambios en la formación: salió Marco Giraldo, entró el guitarrista César Hernández, Jaime Rodríguez pasó al bajo y reclutaron una cuerda de vientos que consolidó su potente sonido, a medio camino entre el soul y el funk, que se puede escuchar en la banda sonora de la comedia Préstame a tu marido, dirigida por Julio Luzardo en 1973.

Ese mismo año, Cabezas los convocó para grabar junto a Leonor González Mina, con quien era pareja en esos días. De la invitación quedaron un par de sencillos. El primero contiene dos himnos del folclore argentino: “Fundamento coplero” y “Memoria de una vieja canción”. Allí la impronta de Columna de Fuego es imprecisa, aparece menguada tras los pomposos arreglos de Quique Fernández.

Afortunadamente no sucedió lo mismo con el segundo sencillo.

Escurridizo, avistado en raras ocasiones y ofrecido a precios inverosímiles cuando, a veces, por obra y gracia del bendito azar aparece en algún escondrijo, los surcos de este codiciado objeto alojan dos joyas del rock nacional. Se trata, por un lado, de “Río de la Magdalena”, una de las tantas melodías compiladas por Esteban Cabezas en sus correrías, y el son esmeraldeño “Matabara, el hombre bueno”, canción perteneciente al folclor de Esmeraldas, Ecuador, compuesta originalmente por Tomás García Pérez. Esta última, una gema a ritmo de funk sombrío, prologa lo que habría de grabar Columna de Fuego al año siguiente en España.

En el verano de 1973, La Negra Grande de Colombia fue invitada a la décima edición del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Mina arribó a la República Democrática Alemana acompañada de una fulgurante Columna de Fuego, integrada para esa ocasión por Cipriano Hincapié (trompeta), Adolfo Castro (trompeta) Jairo Gómez (trombón), Jorge Abarca (guitarra), Jaime Rodríguez (bajo), Roberto Fiorilli (batería) y Daniel Basanta (tumbadora). La primera gira de un grupo de rock colombiano por tierras europeas marcó el fin de un proyecto que se había cocinado sin muchas ambiciones en los clubes nocturnos bogotanos. Antes de que Fiorilli retornara definitivamente a su hogar natal en Italia, Columna de Fuego grabó en Madrid el que sería su único disco de larga duración: Desde España (RCA Victor, 1974). Cuatro de los integrantes de la comitiva se quedaron allí y formaron La Banda Salsa, un capítulo sabroso y poco mentado de la historia del rock latino.

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