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Casanare, Arauca y Boyacá, museos al aire libre que cuentan la libertad

Contamos la tradición oral de la campaña libertadora que pasó por estos departamentos.

Por: Angélica Blanco Ríos

Con el paso del tiempo, las historias de la campaña de independencia y quienes las protagonizaron, andaron y desandaron las rutas que construyeron la libertad. Casanare, Arauca y Boyacá conservan hoy, 201 años después de la Independencia, la tradición oral que cuenta cómo 38 municipios rebeldes y valientes vieron nacer y morir a semilleros de patriotas que construyeron la Colombia de hoy; a través de cuentos, mitos, leyendas, dichos, canciones y poesías.

Delfín Rivera Salcedo nació en los Llanos. Cuenta, a modo de verso, que cuando tenía cinco años su padre lo sumergió en la historia del mundo. Creció leyendo y escuchando poesía, casi toda inspirada en la Independencia, y esto lo ayudó a reconstruirla.

Relata con orgullo que su bisabuelo José María Rivera dio a conocer, por primera vez, los nombres de los soldados que participaron en la guerra, y tiempo después de descubrirlo se fue a vivir a Boyacá.

Allí, de la mano con su progenitor, aprendió cuáles fueron los movimientos de Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander en el ascenso a la cordillera oriental, que permitió culminar la Batalla del Puente de Boyacá, hecho que aportó aires de esperanza a los miles de criollos e indígenas que buscaron por años desprenderse de la corona española y que inspiró a los demás países de América a seguir los pasos.

“Sobre los llanos la palma, sobre la palma los cielos, sobre mi caballo yo y sobre yo, mi sombrero”. Recita Defín Rivera.

“Nada describe más al llanero que esto. No había ni yugo, ni españoles, ni amos, ni miedos que pudieran dominarlo. Había poesía y tradición oral. Fue así como en esta zona cientos de hombres y mujeres protagonizaron la cruzada final que inició en Arauca, pasó por Casanare, Boyacá y terminó con la marcha triunfal en Bogotá”, asegura.

Defín es magíster en lingüística, periodista, escritor, poeta e historiador. Su pueblo natal es Trinidad (Casanare), tierra que también vio crecer y luchar a Ramón Nonato Pérez, héroe de la gesta que, en su lucha fue llamado como 'El Libertador', mucho tiempo antes que Simón Bolívar.

Cuando habla, apela a su memoria, recita versos que aprendió recorriendo las planicies que fueron el escenario perfecto para que actualmente ‘guarden’ mitos y leyendas que relacionan a heroes, heroinas y campesinos del común, que dejaron ‘enterradas’ en la tierra tradiciones y armamentos de la guerra en la que gritaron por primera vez y a una sola voz: “libertad”.

“Nuestros ancestros cuentan que Nonato Pérez hablaba nueve lenguas indígenas y tenía una conexión especial con ellos, lo que facilitó dirigir un ejército rebelde que era además autosuficiente y que construía sus propias lanzas, balsas, mantas y material de armamento, pero que además conocía cada rincón o trocha por donde tenían que pasar, lo que facilitó su movimiento y estrategia”, relata Delfín.

Y recorriendo los vestigios de los pueblos que se han convertido en museos al aire libre y que se quedaron detenidos en el tiempo, está Nelly Sol Gómez de Ocampo. Es de Boyacá, ha escrito más de 20 libros de historia, casi todos inspirados en la mujer, y su amor por el pasado la llevó a indagar más sobre esa ventana que se ‘abrió’ durante 77 días y que empezó el 23 de mayo de 1819 en la Aldea de Setenta, a orillas del mayor afluente de los llanos venezolanos: el Apure, para darle curso a la Campaña Libertadora hasta la Nueva Granada, por las aguas que confluyen con el llano colombiano.

Explica Nelly Sol Gómez que pese a que fueron tres siglos de iluminación española, bastó una noche de invierno para que los generales de distintas regiones se reunieran en el río Apure y empezaran a crear la estrategia militar en una casa abandonada, y fue así como decidieron llegar a Tame (Arauca) el 12 de junio.

“Pero no llegaron solos, lo hicieron con 1.400 soldados, que se encontraron con otros 1.800 que estaban al mando del general Santander, lo que creó todo un pelotón y, pese a que muchos murieron por el frío de los páramos o de alguna enfermedad, siguieron su camino por lo que hoy es Casanare, hasta llegar al puente de Boyacá, donde derrotaron a las tropas españolas”, asegura.

Lo lamentable, a la fecha, según Héctor Publio Pérez Ángel, otro historiador y escritor llanero, es que a su gente, que ganó muchas batallas, no se les ha otorgado ningún reconocimiento físico ni simbólico por su gesta y arduo trabajo, al ser el punto de partida de las causas libertarias de América.

Hace 200 años la Batalla de Boyacá. Colección Museo Nacional

“Mucho se habla por acá de que gracias a la planicie de las tierras, los llaneros tienen un sentimiento de libertad en su actuar y en su cotidiano vivir. Uno se encuentra en los viejos que hablan sobre el papel de sus bisabuelos o familiares que hicieron parte de este proceso y entiende por qué para ellos no hay obstáculo alguno. Todo lo veían posible y se creían dueños de cada rincón, eso lo cuentan hasta en sus canciones. Éstos son elementos de valor de los que poco se conoce, y fueron realmente los que motivaron a miles de familias a entregar desde sus hijos para la guerra o a donar sus pocos y reducidos bienes”, dice Pérez.

La mujer en la gesta libertadora

Leonel Perez Bareño, escritor tameño y docente, le hace hoy un reclamo al Estado: que se reconozca no sólo el aporte simbólico y material de los hombres, sino también el de las mujeres, que no sólo se encargaban de alimentar o curar a los heridos, sino que parieron a sus hijos, entregaron sus recursos, les tejieron sus uniformes, fueron informantes, fueron asesinadas y se entregaron en vida para que hoy nosotros gocemos de libertad.

Gómez, con total admiración, cuenta la historia de 20 mujeres que se unieron a toda esta travesía y de las cuales muchas se camuflaron para batallar, pero poco se les menciona en la historia. Una de ellas asumió este viaje libertario embarazada y dio a luz en pleno páramo de Pisba.

“A ella la inspiró su amor por la familia. Siguió a su amado para que él conociera a su hijo, así fuera batallando entre la vida, la muerte y el frío. He leído que a este niño lo bautizó Bolívar en uno de esos arroyos hermosos que se encuentran en los páramos, y le dio como nombre Patricio del Páramo, el hijo de la libertad. Esto da cuenta de lo importantes que son los relatos para que se entienda que la Independencia iba más allá de un capricho, porque fue un acto de amor a la vida y a los derechos de cada población”, manifiesta Gómez.

Todos estos historiadores concluyen que a los colombianos del presente y del futuro les hace falta una cátedra real de la historia de Independencia, que no sólo la lograron los hombres, sino más de 1.460 mujeres que vivieron o murieron entre 1790 y 1819, de las cuales aún se desconoce su legado.

También exigen que las cátedras de historia regresen a las aulas en el país, para que cada niño y futuro adulto conozca la parte no contada de la Independencia, y por supuesto con ella, la de la campaña libertadora de la cual se conoce lo necesario, pero necesita más oralidad.

Delfín Rivera termina su relato recordando a su papá, a su tierra, a sus abuelos y a su país con esta copla, la cual quedó para siempre grabada en su memoria:

“¡Vivir en cadenas cuán triste vivir!, ¡Morir por la patria qué bello morir! Partamos al campo, que es gloria partir. La tropa guerrera nos llama a la lid. La patria oprimida con ayes sin fin, convoca a sus hijos, sus ecos oid. Luchemos con flechas la lanza en puñal y juntos cobremos nuestra libertad. Las lanzas llaneros, las lanzas tomad, salvada la patria es la libertad".

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