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“Aló buenos días, soy David”: la historia de un campesino y oyente fiel

La conductora del programa relata cómo conoció a un campesino que llama todos los días al programa y cómo es su vida en Santander.

Por: Deysa Rayo

“Aló buenos días, soy David”. Así saluda todos los días David Benavides, un oyente fiel del Campo en la Radio, el programa de la Radio Nacional de Colombia dedicado a nuestros campesinos. Hoy en la celebración de su día, un perfil de este hombre que refleja a los millones de campesinos de Colombia a los que les debemos mucho más que un día.

Lo veo a lo lejos entre sus plantas de cacao y su cultivo de bananitos. Más allá está el bosque y más allá la montaña que se realza como un mar verde que lo inunda todo. En un palito colgado está su pequeño radio Sanyo que compró en una oferta 20 años atrás, y que se ha convertido en su compañero desde que se levanta a las 2:00 a.m. a preparar el primer tinto, leer sus libros de botánica, escuchar la Radio Nacional de Colombia y escribir en su cuaderno las frases más importantes de lo que escucha.

“Mi radio es tan viejo como mi persona, lo traje de Vélez, me dijeron que la marca Sanyo era buena y me ha resultado así, funciona por ambas bandas, es de pilas y ese lo llevo por allá cuando estoy cortando cacao o sacando bananito”, dice sonriendo.

“Me acuesto temprano, temprano, por ahí a las 6:30 de la tarde me da el sueño y duermo hasta la 1:30 o 2 de la mañana, para leer libros y escuchar Amaneciendo con don William Matiz, luego espero el Campo en la Radio, ahí ya me levanto, me tomo mi tintico y miro mi libro de hierbas que encargué hace como 20 años, se llama ‘La alimentación y la salud’, que tiene bastantísimas recetas medicinales”, agrega.

Aunque su nombre es David, bien podría llamarse José o Jacinto, porque de alguna manera él representa a todos los campesinos del país. Nació hace 74 años en el municipio de La Paz, Santander, y fue allí donde la guerra le trajo la tragedia de la muerte de un hijo y la de un pedazo de su corazón.

La linterna es su vereda y la primavera es su finca, vive allí con su señora María de Jesús Atuesta, con quien tuvo 5 hijos que ya se han ido. Ahora sólo quedan Patas Agrias, su caballo; la Holstein y la Estrella, sus dos vacas; una novilla; 30 gallinas; tres perros y un gallo.

“Además tenía una ternerita que quedó huerfanita y le puse el nombre de Deysa, pero esa ya salió para el matadero”. Ja, ja, ja, ahí yo me río y él me acompaña. Así como lo hace en las mañanas sin falta llamando al Campo en la Radio, el programa de la Radio Nacional de Colombia que tengo la fortuna de conducir junto a mis compañeros Wilson Bonilla y Gloria Morat.

Por eso lo conocí, primero a través de su voz recitando coplas, participando en los temas y haciendo preguntas acertadas, porque él siempre tiene una inquietud y unas ganas inmensas de aprender. De ahí su cuadernito, una especie de bitácora donde apunta todo lo que le trae una enseñanza.

“Tengo uno en borrador pa’ cuando me queda mal las frases, y lo paso a un cuadernito nuevo pa’ hacer la letra correctamente y cualquier cosita que no he escuchado, entonces yo la anoto para aprender su significado”, cuenta.

Esa costumbre la tiene desde que era niño, cuando su padre, don Misael Benavides, era coordinador de las Escuelas Radiofónicas en su vereda, el proyecto de educación de Radio Sutatenza. Ahí en su rancho, junto con otros vecinos, oían las clases por el viejo radio de la casa desde donde no sólo aprendió a leer y a escribir, sino algo más importante: a cuidar y amar la naturaleza.

“En una cartilla de Sutatenza había un dibujito de un esqueleto de una vaca y una foto de la tierra, el título decía ‘La muerte de suelo: la erosión’, y también decía ‘Los bosques son las alcancías del agua’, y eso se me grabó”.

Y se le grabó no sólo en la cabeza, también en el alma. A partir de ahí decidió convertirse en un defensor de los bosques y un cuidador del agua. Pero a pesar de sus ganas de aprender, sólo pudo terminar su primaria y su bachillerato cuando fue adulto, gracias a un programa del Instituto de Liderato Social en Zapatoca. “Ahí nos permitían estudiar tres meses y venir y trabajar al campo otros tres meses, sólo era para campesinos, para gente pobre”.

Después de mucho esfuerzo logró graduarse de bachiller, y también ha tomado cursos de liderazgo en su parroquia, capacitaciones que dicta el Sena, donde ha aprendido sobre buenas prácticas agrícolas y pecuarias, a cultivar orgánicamente y a castrar animales, práctica que lo ha hecho muy popular en su vereda.

Cuando lo llaman, él generosamente acude, no le importa viajar grandes distancias, así sea de noche, cabalgando en su caballo Patas Agrias, tocando su dulzaina y cantando las coplas que le aprendió a su mamá, doña Escolástica Hernández, cuando era un niño de 5 años.

“Yo aprendí de ella eso de las coplas, recuerdo que un día mi mamá, de regreso del pueblo de Santa Rita, que estaba en fiesta porque habían elegido a Laureano Gómez como presidente, nos contó que había oído esta copla: “El doctor Laureano subió a la presidencia, pobrecitos cachiporros, sufrir y tener paciencia”, se ríe nuevamente mientras lo recuerda.

Eran días felices, los tristes llegaron después, cuando los paramilitares mataron a su hijo Leonel Benavides Atuesta, de 26 años. Fue un 27 de diciembre de 2001, cuando integrantes del grupo Central Bolívar, que pertenecían al frente Isidro Carreño, lo asesinaron.

“Se lo llevaron con mentiras, con engaños, a la escuela de la linterna y después lo mataron en la carretera de Santa Helena del Opón. Ahí lo encontramos. Lo mataron porque él no quiso ser parte de ellos”, dice con amargura. “Eso fue muy doloroso, no le dan ganas a uno de nada, yo dejé de trabajar y la finca se me cayó, yo no quería seguir”.

La muerte de Leonel quedó en la impunidad, pero con el tiempo don David retomó la vida, no sólo la suya sino la de los animalitos que habitan en el bosque que tiene en su finca, un bosque que cuida y ama más que a nada en el mundo.

“Esta tierra es una herencia de mis padres. A lo que ellos murieron nos repartieron la tierra a mis hermanos y a mí, pero yo sólo trabajo una parte de la tierra, ahí cultivo el cacao, el bananito y el pasto para las vaquitas. El resto no lo trabajo, el bosque es intocable, hay que respetarlo porque de ahí viene el agua y ahí viven los animalitos, llegan armadillos y pájaros como el tucán, el cucarachero real, las tortolitas y las guacharacas”.

Además, cultiva orgánico para no envenenar la tierra. “He aprendido a hacer abono orgánico, también en el Campo en la Radio he cogido esa práctica que la cascarilla de coco contiene potasio, y también aprendí que la pluma de la gallina contiene nitrógeno, y le echo ceniza o cal y roca fosfórica, que contiene fósforo. Todo eso lo he aprendido yo, para que tengan los tres elementos principales que necesita la planta: potasio, nitrógeno y fósforo”, explica.

Tiene además una huerta donde cultiva, cebolla, lechuga, tomates y sus hierbas medicinales. Vive de la venta del cacao y de los bananos que cultiva. Lo conocí hace un año cuando hicimos la ‘Ruta del cacao’ por el departamento de Santander, estaba sentado en la plaza de Landázuri esperándonos, tenía puesto su sombrero de fique y su poncho al hombro, era como lo imaginé, alto, delgado, sonriente y con un pedazo de cielo gris en sus ojos.

Viajó tres horas desde su vereda con una caja de bananitos, mandarinas y cacao, regalos llenos de amor cultivados con sus manos, que recibimos llenos de agradecimiento. Y es que David es así, generoso; tanto que hace poco, en medio de la pandemia, recogió dos toneladas de alimentos con sus vecinos para enviar a sus parientes en Bogotá.

“Nunca cambiaría mi tierrita ni por edificios ni por palacios, porque aquí se mira muchas cosas hermosas que nos brinda la naturaleza, tengo todo lo que me hace feliz, respirando aire puro y escuchando a los animalitos”, expresa.

Don David escucha la radio y yo lo escucho a él, siempre me da lecciones, siempre tengo algo más que aprenderle, por eso cada mañana me alegra poder decir: “Aló, buenos días, bienvenido don David”.

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