Pasar al contenido principal
CERRAR

Comprar ropa usada: un prejuicio que va desapareciendo para bien del planeta

El rubro del vestido utiliza cada año 93.000 millones de metros cúbicos de agua.
Richard Hernández

La plaza España en la localidad de Los Mártires, es pionera en la venta de ropa usada. Después del Bogotazo del 9 de abril de 1948, el lugar se deterioró y fue ocupado por ropavejeros y otros comerciantes informales.

En los años setenta existía, en sus alrededores, una terminal de buses intermunicipales y de rutas que conectaban el centro de la ciudad con los municipios vecinos. Ésta funcionó hasta 1984, cuando se inauguró la Terminal de Transportes de Bogotá. El negocio de ropa usada en la zona se fue extendiendo. Para 1982 se encontraban en la plaza España unas 400 casetas dedicadas a este comercio.

“Pues yo realmente crecí aquí en la plaza España porque mi papá tenía un negocio de ropa vieja. Recuerdo que todavía estaba el teatro España. Los ropavejeros en aquel tiempo se encontraban ubicados por la carrera 23 entre calles 10 y 11, en donde antiguamente funcionaba la Edis con sus famosos escobitas. Luego se asentaron en donde ahora es la plaza España. De los cinco hermanos yo fui el único que continúe con el oficio de mi padre”, señala Jaime Garzón, un reconocido líder de este gremio.

En 1999 los ropavejeros organizados en una asociación que reunía 436 casetas, presentaron un proyecto a la Alcaldía Mayor de Bogotá para ser reubicados. Fue así que a través de un ahorro programado y por medio de créditos lograron reunir el dinero para la financiación de los locales. El dinero restante fue aportado por la administración del alcalde Enrique Peñalosa.

Mientras se construía el lugar a donde iban a ser trasladados, los ropavejeros fueron instalados en una parte del lote a donde se iba a llevar la obra. En septiembre de 2001 el trabajo organizativo de estos comerciantes fue premiado en la alcaldía de Antanas Mockus. En 2005 los ropavejeros fueron trasladados a un cómodo centro comercial construido en un lote de la Secretaría de Tránsito (STT), a pocos metros de la plaza España.

“Nuestra labor ha sido un aliciente en Bogotá y hoy en día en todas partes de la ciudad hay compraventas de ropa usada, como en Chapinero y en muchos otros barrios, pero la plaza España ha sido la pionera. Hoy en día la informalidad es un medio de sustento para la mayoría de gente. A los vendedores ambulantes hay que reubicarlos bien y darles las garantías correspondientes”, comenta Garzón, que en cierta ocasión fue invitado por el ex alcalde de Medellín, Sergio Fajardo para hablar sobre este exitoso proyecto.

“Acá vienen personas de estrato 2, 3 y hasta 4 porque usted puede conseguir un vestido de paño en 20 mil pesos mientras en otra parte vale 150 mil o 200 mil pesos. Por ejemplo, en Chapinero unos zapatos pueden costar el triple de lo que valen en el barrio Restrepo, porque son de marca, al igual que la ropa, la cual en su mayoría es americana. Claro, ellos tienen que pagar los costosos arriendos de sus locales”, señala.

Garzón, quien tiene un local en donde los reubicaron y otro en donde paga arriendo, dice que le da miedo vender ropa nueva y de contrabando: “yo trabajo con toda clase de ropa usada, maletas, cortinas, toallas, cobijas, sabanas. Aquí vienen a comprar ropa por mayor para mandarla a varias partes del país. La gente prefiere adquirir un pantalón de segunda por 4 mil, que mandar a lavar un pantalón por 5 mil pesos”.

La mayoría de los locales de ropa usada de la plaza España, se provee de los llamados salderos que van por los barrios bogotanos, cambiando ropa por recipientes de plástico o negociando por dinero. También de la gente que quiere salir de la ropa vieja que atiborra sus armarios o closets y hasta de ropa de familiares fallecidos.

“Hay mucha gente que no le pone color a usar ropa usada. Yo por ejemplo en una reunión uso mis mejores vestidos de segunda mano y hasta unos buenos zapatos italianos. Se limpian bien y se desinfectan. Ya se ha quitado ese prejuicio. Lo más gratificante de mi oficio es cuando me queda ropa: la comparto con los habitantes de calle y con las personas que más lo necesitan, porque la vida ha sido muy buena conmigo y si puedo colaborarle a la gente con mercados o ropa, lo hago”, concluye Garzón.

Chapinero: ropa ligeramente usada

Nancy Tirano es una boyacense nacida en el municipio de Pesca, quien llegó a la capital colombiana a la edad de 17 años. Actualmente maneja tres negocios que están ubicados sobre la Avenida Caracas con calle 50. Uno de ellos conserva el nombre de “La francesa” el cual fue pionero en Bogotá en la venta de ropa extranjera usada.

“Llevo como comerciante de ropa usada 31 años. Yo no sabía que existía este tipo de negocios hasta que una amiga me llevó a trabajar en un local el cual quedaba en la calle 59 con carrera 15. Al comienzo me pareció terrible porque no era tan organizado, ni tan aseado. Pero ya cuando me involucré en esto le dimos otra cara al negocio. Ya no parece de segunda”, señala.

Lo que más se vende en estos locales es la ropa de hombres. La mayoría de los clientes son universitarios. También los frecuenta mucha gente de la farándula, abogados y empleados. Las mujeres, según doña Nancy, ponen mucho problema al comprar porque todo les parece caro. En estos negocios se puede encontrar ropa de niño desde dos mil pesos, (dependiendo de la necesidad de las personas) hasta chaquetas de marca que pueden costar 400 mil pesos y un poco más.

“Llega gente de todos los estratos porque hay todo tipo de ropa. Los atendemos por igual, aunque hay mucha gente grosera. Tenemos ropa de marca en perfectas condiciones que llega de Estados Unidos y, para escogerla, miro los materiales y todo eso. Trabajo mucho la ropa clásica: blazer, abrigos, gabardinas, camisas, pantalones, buzos y chaquetas: lo clásico que casi no pasa de moda” señala.

El negocio le ha permitido a doña Nancy sacar adelante a sus cuatro hijos (tres mujeres y un hombre). Dos de ellas están terminado el bachillerato y la otra hija se encuentra viviendo en Madrid (España). Su único hijo estudia Negocios internacionales en la Universidad. Los tres le colaboran a doña Nancy en el negocio de ropa usada.

“Acá se encuentran muchas marcas famosas. Es como darle a la oportunidad a los almacenes pequeños porque estos no son locales de cadena como los que hay en los centros comerciales. Son cosas originales que no se encuentran en Bogotá, ni en otras partes del país, a un buen precio en comparación con el valor real. Son prendas vintage (clásico) que a mucha gente le gusta. Ropa que se utiliza mucho para fotografía, teatro, cine, cosas antiguas y extravagantes”, comenta Luisa Fernanda, hija de doña Nancy.

Sobre los prejuicios que tiene la gente de comprar ropa usada, doña Nancy dice que: “antes era como una vergüenza y la gente se asustaba de que la vieran en un negocio como este. Cuando yo tenía un negocio de ropa usada en un barrio, los vecinos se cuidaban de las habladurías. Ahora es un mercado común: La gente se ahorra mucho dinero, se visten muy bien y es ropa de calidad”, concluye doña Nancy.

Octavio Rojas, es un empleado público que busca ocasionalmente prendas de la marca Harley Davidson en estos lugares. “Ni siquiera tengo una moto eléctrica [risas], pero me gusta el espíritu de la marca y la imagen de libertad que transmite. Si uno quiere una chaqueta original en cuero, le cuesta hasta dos millones de pesos, mientras que, en uno de estos lugares compré, por 300 mil pesos, una que según me dijeron, era de un harlista cachaco que se fue a tierra caliente donde no la podía usar. Otra prenda que compré por internet fue una chaqueta en jean de la misma marca, pero tocó mandarla arreglar ya que las tallas allá son diferentes: los gringos son más corpulentos”, Comenta.

Para reflexionar

Según la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo (Unctad), realizada en el 2019, la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo. El rubro del vestido utiliza cada año 93.000 millones de metros cúbicos de agua, un volumen suficiente para satisfacer las necesidades de cinco millones de personas.

Asimismo, cada año se tiran al mar medio millón de toneladas de microfibra, lo que equivale a 3 millones de barriles de petróleo. Además, la industria de la moda produce más emisiones de carbono que todos los vuelos y envíos marítimos internacionales, con las consecuencias que ello tiene en el cambio climático y el calentamiento global.

El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente considera que, si se promoviera un cambio en las formas de consumo mediante medidas como el mejor cuidado de la ropa y los programas de reciclaje y devolución, se podría tener un menor impacto ambiental, y que, con sólo duplicar el tiempo que usamos cada prenda de vestir, podríamos reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero que produce la industria de la moda.

En cualquier caso, para que esto suceda dice la ONU: “los vendedores y los consumidores tendrían que renunciar al modelo de “comprar, usar y desechar”, y reconocer la necesidad de reconvertir el modelo hacia una economía circular ya que, por el bien del planeta, cuando se trata de moda, menos, es más”.

ETIQUETAS