Sin embargo, podemos reducir esa huella sin perder producción, integrando la biodiversidad silvestre y los procesos ecológicos en los paisajes perturbados por los humanos. Es lo que se conoce como renaturalización agrícola.
Cómo aunar agricultura y biodiversidad
La renaturalización agrícola contrasta con el modelo dicotómico de la agricultura intensiva frente a los ecosistemas naturales, denominado “el ahorro de tierra”. Según este modelo, la elevada producción de los campos intensivos permitiría liberar tierra cultivada para la conservación y recuperación de la biodiversidad.
La renaturalización del campo es posible mediante la combinación de varias estrategias y técnicas. Para ello, en primer lugar, al menos el 20 % de la superficie del paisaje debe conservar los ecosistemas naturales y, en el caso de haberlos perdido, esta proporción de tierra debe ser separada de la producción agrícola y restaurarse.
Los bosques y los humedales, ambos con una elevada capacidad de capturar y almacenar carbono, son los principales tipos de ecosistemas que pueden ser restaurados en la tierra separada de la agricultura.
En segundo lugar, es necesario mantener o adoptar prácticas agroecológicas. Estas prácticas incluyen las de los sistemas agrícolas extensivos, la agricultura ecológica, la agricultura de conservación, la agroforestería y la “manicura” de los campos agrícolas.
La agricultura de conservación aplica tres fundamentos:
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La mínima perturbación (roturación) del suelo.
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La presencia de cubiertas orgánicas permanentes mediante cubiertas verdes y retención de residuos.
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La diversificación de los cultivos mediante su rotación y cultivos intercalados.
La agroforestería es la combinación deliberada de árboles y arbustos con los cultivos o el ganado.
La “manicura” de los campos agrícolas se refiere a restaurar o crear pequeños elementos del paisaje para beneficiar a la biodiversidad y los servicios ecosistémicos que presta sin competir por el uso de la tierra. Por ejemplo, plantando setos o cercas vivas, que multiplican el número de especies y retienen la escorrentía, los nutrientes y los sedimentos, evitando la erosión del suelo y la contaminación.
Intensificación ecológica y agricultura de precisión
En tercer lugar, podemos utilizar técnicas de intensificación ecológica y de agricultura de precisión.
La intensificación ecológica se define como el uso de procesos naturales para reemplazar insumos producidos por los humanos tales como pesticidas y fertilizantes, manteniéndose o incrementándose la producción agrícola. Un ejemplo es la siembra de franjas paralelas de cereal y de leguminosas para que estas últimas, fijadoras de nitrógeno, fertilicen el suelo.
La agricultura de precisión maneja los campos agrícolas “palmo a palmo” y necesita de una elevada tecnología; por ejemplo, de sensores de humedad del suelo que activan los riegos. Actualmente se halla en una fase sobre todo experimental, pero el auge de la inteligencia artificial puede hacerla más general en pocos años.
La necesaria transición agroecológica
Con frecuencia se argumenta que la producción agrícola debe aumentar sustancialmente y que es inevitable que se pierda biodiversidad. Esta idea es criticable por tres motivos principales:
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Está enfocada principalmente en la producción, cuando ésta es sólo un medio para alcanzar el fin último de la seguridad alimentaria, amenazada sobre todo por el acceso a los alimentos.
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La creciente demanda de alimentos se considera inalterable, pero una dieta más saludable reduciría la demanda. Muchos humanos actualmente consumen carne y productos lácteos en exceso que, a su vez, necesitan de la producción del forraje de los animales. La mayor parte de la producción agrícola se invierte en alimentar al ganado. Una dieta con menos carne, lácteos y azúcares y más granos, frutas, verduras y proteínas vegetales sería más saludable y reduciría la huella ecológica de la producción de alimentos.
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El compromiso entre producción y biodiversidad sólo es cierto a la escala de un campo agrícola (y no siempre) y falso a la escala del paisaje.
Los modelos agronómicos actuales consideran que el aumento de la intensidad de los insumos en los campos aumenta invariablemente el rendimiento. Pero, de hecho, cuando la cantidad de insumos es muy elevada, el rendimiento adicional es cada vez menor.
Por otro lado, la agroecología reconoce el mutualismo entre la producción agrícola y la biodiversidad, ya que los servicios de esta última son esenciales para la primera.
Casi un tercio de los alimentos producidos en el mundo se pierde o desperdicia. Es posible utilizar aproximadamente la mitad de la tierra agrícola para obtener las mismas cosechas que en la actualidad y alimentar a 10 000 millones de personas evitando el despilfarro de los alimentos producidos y aumentando la eficiencia de la aplicación de riego y fertilizantes, localizando los cultivos en las áreas apropiadas y con el cambio de dieta anteriormente comentado.
La renaturalización agrícola supondría, además, un extraordinario ahorro de emisiones de gases de efecto invernadero, contaminantes y plásticos. En paralelo, habría más naturaleza en nuestro planeta herido.
Alcanzar estos objetivos depende de dos procesos principales, de arriba hacia abajo, mediante gobernanza, y de abajo hacia arriba, mediante un consumidor bien informado y exigente que obligue a producir alimentos y, a la vez, biodiversidad.
José M. Rey Benayas, Catedrático de Ecología, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.