Foto: Templo de la parroquia de la Inmaculada Concepción
Daniel Santa
Ramón Alcides Valencia es, en parte, el protagonista de esta historia. Este abogado es oriundo del municipio de Concepción, un pueblo patrimonial del oriente de Antioquia fundado en 1771 bajo el nombre de Nuestra Real de Minas de Nuestra Señora de la Concepción. Como tantos pueblos de Colombia, Concepción, o familiarmente llamado “La Concha”, siempre ha sido un pueblo de marcada tradición religiosa.
Uno de los monumentos arquitectónicos de Concepción es su templo, mismo que, para el 2010, ya dejaba ver claros signos de deterioro que le restaban belleza y, más importante aún, ponían en riesgo a los feligreses que cada día asistían fielmente a misa. De modo que el párroco de la época, Humberto Hincapié, reunió los documentos legales del templo y viajó hasta Bogotá para pedirle al Ministerio de Cultura el permiso, y de paso el dinero, para restaurar el templo.
Pero, ¿por qué el padre Hincapié viajó hasta la capital del país? Resulta que, en 1999, Concepción fue declarado como Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional. Esta declaratoria, otorgada por el Ministerio de Cultura, no solo le dio mayor renombre a “La Concha” como destino turístico y patrimonial de Antioquia, sino que fijó una serie de normas sobre el cuidado de los bienes ubicados en su centro histórico.
Una de esas normas dicta que cualquier proceso de intervención o restauración de un bien inmueble debe contar, sin excepción alguna, con la autorización del Ministerio de Cultura. Y es aquí donde esta historia toma un giro inesperado: ¿cómo podría el padre Hincapié solicitar un permiso de restauración de un templo ubicado en un terreno que no le pertenecía ni a él ni a la Parroquia de la Inmaculada Concepción? Y a todas estas, ¿quién o quiénes eran los dueños?
Esta es una historia en la que, según Alcides Valencia, “lo mundano supera a lo divino”. Todo esperó el padre Hincapié, y un puñado de personas más, menos que la restauración del templo fuera a costarle tantos dolores de cabeza y tantos dilemas espirituales. La recomendación es esta: póngase cómodo, suba el volumen y escuche esta historia, una historia impensable.
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