Javier Aguilera fue ante todo baterista, pero además fue un hombre que sabía cómo archivar y clasificar sus recuerdos. Todo el tiempo supo que su vida era un capítulo importante de la historia de la música y guardó casetes, fotografías, recortes de prensa y todo lo que pudiera ayudar a que esa memoria tan frágil no se perdiera.
Aguilera fue el autor de un texto titulado “30 años de música en la noche bogotana” que, a pesar de su brevedad, es esencial para entender los lugares recurrentes y el ‘modus vivendi’ del gremio de los músicos entre finales del siglo XX y comienzos del XXI. Es una mezcla entre la crónica, el estudio sociológico y el recuerdo personal, que a muchos investigadores nos ha servido de base para escribir sobre el tema.
Javier Aguilera había nacido en Tunja en 1950, rodeado de instrumentos musicales y partituras. Se sentía muy orgulloso de su tío, Jorge Aguilera, quien fuera un famoso showman de los clubes nocturnos en la década de 1940: una especie de Fred Astaire colombiano, porque se desenvolvía muy bien bailando el tap y hasta se parecía físicamente.
Cuando Javier comenzó su carrera como músico, los géneros que lo llamaron fueron más modernos que los de su tío: hizo parte de agrupaciones de rock y de jazz.
Tocó con los pioneros Armando Manrique (pianista) y Gabriel Rondón (guitarrista). A este segundo lo acompañó también en una aventura para la televisión: ambos fueron integrantes de la orquesta en las primeras temporadas del programa “Compre la Orquesta”, que presentaba Pacheco.
Y era sobre todo un gran tipo, un gran conversador, cacharrero de equipos de sonido, experto en arquitectura, notable caricaturista y orgulloso de haber nacido en Tunja. Una vez, cuando lo presenté en un escenario como “heredero de una dinastía musical cundiboyacense”, se me acercó al oído y me dijo en voz baja: “Quítale el cundi”.
Le encantaba compartir sus recuerdos. Cuando en el año 2010 se vinculó conmigo a la edición del libro “Jazz en Bogotá”, facilitó toda su colección de fotografías para enriquecer aquel tomo. Por no hablar de sus recuerdos y su pluma. Ese libro lo elaboramos al lado de Jaime Andrés Monsalve y Luis Daniel Vega, y al final decidimos no especificar quién había escrito qué capítulos, sino que lo dejábamos como un documento hecho a ocho manos. Hoy quisiera revelar que Aguilera escribió el 50 por ciento de aquel libro. La otra mitad la hicimos los otros tres.
En cuanto a las grabaciones que nos deja como baterista, hay que hablar de dos en especial. La primera es el álbum 'Danza Mestiza', del bajista de jazz Juan Carlos Padilla.
La segunda es un tema llamado 'Esta vez', del cantautor bogotano Andrés Correa, que tiene, además, otro mérito: fue el último registro del pianista Joe Madrid.
Nos quedan también sus reflexiones sobre la realidad del oficio musical en Colombia. En el epílogo de sus memorias, tituladas ‘Nocturno en mi bemol mayor’ (Cuéllar Editores, 2014), escribía estas palabras que hoy quedan como una melancólica despedida:
“Me sobrevienen varios sentimientos. Uno de inmensa satisfacción y alegría por haber sido parte de un afortunado grupo de músicos que a lo largo de su carrera han cosechado grandes triunfos. Otro de gran incertidumbre cuando pienso de qué manera las entidades oficiales van a implementar políticas tendientes a la contextualización de la cultura como un producto sostenible y una fuente de ingresos para los miles de estudiantes que hoy cursan la carrera de música en todo el país”.
La fotografía que se usó en este artículo fue tomada de Geocities.