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Real Book Colombia, un homenaje al jazz nacional

El jazz es un lenguaje musical ubicuo y migrante que con el tiempo ha ido más allá de la tradición estadounidense; es decir, se ha adaptado a cada lugar y sus coyunturas culturales
Real Book Colombia, un homenaje al jazz nacional
Foto: Luis Daniel Vega.
Luis Daniel Vega

El Real Book es un compendio de partituras manuscritas de estándares de jazz, ordenadas por orden alfabético, que a lo largo de los años se ha convertido en un libro indispensable para cualquier persona que se dedica al estudio y la interpretación del género. Se rumorea que surgió al interior del Berklee College of Music durante la década de 1970, pero no se sabe con certeza de quién fue la idea. Lo cierto es que su uso se ha expandido en el mundo de manera canónica e incuestionable.

Sin embargo, el jazz es un lenguaje musical ubicuo y migrante que con el tiempo ha ido más allá de la tradición estadounidense; es decir, se ha adaptado a cada lugar y sus coyunturas culturales. En consecuencia, la aparición de recopilaciones locales a la manera del Real Book resulta apenas natural como ha sucedido en Perú, Chile, Argentina y, recientemente, Colombia, donde la Editorial Pontificia Universidad Javeriana acaba de poner en circulación el ‘Real Book Colombia’.

El pertinente proyecto editorial que le tomó varios años desarrollar y materializar al guitarrista Enrique Mendoza y al baterista Jorge Sepúlveda –miembros fundadores del Dispositivo Jazz Colombia- da cuenta no solo de 50 melodías representativas del devenir del jazz local, sino que revela vastos contornos estilísticos, mitos fundacionales, antinomias y una gruesa discografía. En otras palabras, pone de manifiesto que el jazz también tiene una historia colombiana.

En la celebración del Día Internacional del Jazz, les invitamos a descubrir algo de este libro a través de la introducción escrita por Luis Daniel Vega. 

«A finales de la década de 1990 era programador de la franja de rock en la emisora Javeriana Estéreo. Durante esos años exploré sin descanso su maravillosa fonoteca en cuyos anaqueles estaban ordenados miles de cedés y vinilos. En ese lugar alucinante, donde se practicaba el arte del ocio, devenido en conversas agitadas y audiciones ensimismadas, llegaron por primera vez a mis manos algunos de los discos de jazz local que se habían editado hasta ese entonces. Hay que subrayar que eran pocos y su existencia resultaba una novedad. Recuerdo los de Antonio Arnedo, Héctor Martignon y Óscar Acevedo; Lucía Pulido; Jorge Emilio Fadul; Kent Biswell; Jazz Circular y, especialmente, ‘Privilegio’, de Edy Martínez. El del gran pianista pastuso lo adquirí a un precio muy cómodo cuando a un querido amigo, en un arrebato inexplicable, le dio por feriar su discoteca. Justo en ese momento comenzó una feliz manía que me ha mantenido ocupado durante dos décadas: recolectar los registros fonográficos del jazz colombiano.

»Con el pasar del tiempo, he sumado cientos de grabaciones variopintas que han sido el insumo esencial de buena parte de mi ejercicio periodístico. Pero, más allá de las reseñas, uno que otro podcast, listas anuales, subjetivos recuentos en plataformas digitales o el pretexto para entrevistar a sus protagonistas, un día me pregunté lo siguiente: ¿para qué sirven esos discos confinados en una colección personal? Salvo complacer la vanidad, nada sustancial aportan guardados, me reproché. Quedé vacío al caer en la cuenta del sinsentido. Durante un tiempo la reflexión me dio vueltas en la cabeza hasta que vi en la televisión un reportaje dedicado a la práctica musical en las calles bogotanas. Allí aparecía un combo tocando jazz en un parque. Al finalizar la presentación, los abordaron: “¿Qué músicos nacionales los han influenciado? ¿Qué disco nos pueden recomendar?”. El joven baterista del grupo, con un aspaviento soberbio, anotó lapidariamente: “Nadie, acá no hay historia, mucho menos discos”.

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» Quedé perplejo, me enfurecí, me causó risa sardónica su afirmación vehemente. Al cabo, reparé en que tal vez quería mostrarse desafiante y que su insólito desdén obedecía al desconocimiento. Miré la estantería con los cientos de discos almacenados y pensé, también altanero: “Pues le voy a demostrar a ese chico que acá sí han pasado cosas, que sí hay discos, que sí se ha escrito una historia importante”. Así fue que nació, de manera escueta, elemental e intuitiva, la página web Discografía del Jazz Colombiano que está activa desde hace cinco años.

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» Antes del nacimiento de esta página, Jorge Sepúlveda y Kike Mendoza habían empezado a dictar los primeros módulos de historia del jazz colombiano en la Facultad de Música de la Pontificia Universidad Javeriana. La única forma de contar el relato, en ausencia de una bibliografía robusta, era a través de las grabaciones. Así que reunieron su cosecha, cultivada obsesivamente durante años, y la pusieron a disposición de sus alumnos. Esto fue el inicio de un proyecto de investigación que buscaba recopilar cincuenta melodías representativas del jazz local. La primera propuesta resultó infructuosa. Con cierta frustración, la dejaron a un lado, y durante el tiempo en el que Jorge pasó una temporada de estudios por fuera del país, la iniciativa quedó postergada. A su regreso, y para finalizar su Maestría en Musicología, el baterista retomó el trabajo realizado. Para empezar de nuevo, con Kike como su asesor de tesis, sabían que no era pertinente partir de la pregunta ¿qué es el jazz colombiano? Salvada una diatriba infértil que no los iba a conducir a ningún lugar, necesitaban sustentar conceptualmente el catálogo de obras desde una matriz que no pudiera ser rebatida desde el ámbito académico. Para ello, consideraron echar mano de la Discografía y se sumergieron en ella. El proceso fue dispendioso y enredado. ¿Cómo catalogar? ¿Qué melodías escoger? Crearon bosquejos con líneas estéticas generacionales que siempre les resultaban caprichosas; querían representar una gama de melodías que dieran cuenta de la historia y la actualidad del jazz en Colombia, pero siempre se queda alguien icónico por fuera. Entonces acudieron a una solución que quizá por parecer tan obvia no habían considerado desde el principio: el orden cronológico.

»El resultado, publicado finalmente en 2019, se tituló ‘Melodías representativas de jazz colombiano’ (1957-1999): un análisis histórico desde la musicología. Respecto de su trabajo de grado, Jorge puntualiza: “La cronología nos daba la herramienta perfecta para ser democráticos. Sabíamos que, al justificar la escogencia de melodías atada a una línea cronológica, nos liberábamos de la riesgosa discusión estética y entrábamos en la transversalidad. Al ver que el recuento histórico nos daba vía libre para la catalogación melódica, decidimos ser ecuánimes y escogimos una sola pieza por disco. Así clasificamos, analizamos y transcribimos treinta melodías incluidas en las primeras treinta grabaciones de la discografía. A sabiendas de que probablemente aparecerían más discos en el proceso, nos la jugamos por una decisión que creímos sensata. Al final, casi como una paradoja, tuvimos más claridad acerca del significado del jazz colombiano y se nos reveló un mapa conceptual en el que pudimos leer que la estética de nuestro jazz va más allá de la mezcla con músicas tradicionales locales: es tan diverso como las personas que hemos habitado este territorio”.

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» Lo que pudo haber concluido en una tesis más, de esas que tristemente quedan archivadas, pronto se transformó en una idea editorial, que, salvo el caso excepcional del libro ‘Jazz en Bogotá’ (Bogotá: Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, 2010) y el proyecto transmedia ‘Jazz Mutante’ del Instituto Distrital de las Artes (Idartes) en 2020, presenta por primera vez un catálogo de partituras que dan cuenta de las transformaciones estilísticas del jazz nacional. De nuevo, Jorge y Kike fueron cómplices en esta aventura inédita, que, tras dos años de elaboración, cierra un ciclo de investigación y abre una puerta de la memoria, tan necesaria en un país que suele menospreciar sus músicas. Para ello, se enfrentaron a retos que iban más allá de transcribir felizmente las partituras y tuvieron que aprender a sintonizarse con la jerga jurídica para lograr que cada uno de los compositores que hacen parte de este recuento autorizaran, firmaran y estuvieran de acuerdo con los entuertos legales aledaños al enredado universo de los derechos de autor. Tristemente, por motivos ajenos a la voluntad de los recopiladores, algunos quedaron por fuera, ya que fue imposible resolver tareas meramente burocráticas.

» Este primer volumen de partituras abarca un periodo que va desde 1985 hasta 2008, de modo que es la pieza de Germán Sandoval la más longeva y la de Juan Pablo Cediel la más reciente. Viene bien aclarar que, debido al procedimiento cronológico del libro, se excluyeron nombres representativos cuyas publicaciones aparecieron fuera de los límites históricos contemplados en primera instancia. Esto no supone desengaño, ya que aparecerán en una segunda parte que actualmente se encuentra en proceso de elaboración. Además de las partituras, el compendio incluye un par de anexos que enriquecen el contexto de la creación musical y enfatizan el imperativo documental: una cronología, seguida de un recuento biográfico.

» Lejos de querer imponerse como un repertorio canónico, en las manos de viejas y nuevas generaciones, queda depositada una tradición musical heterogénea que, ojalá, pueda ser desafiada desde la desobediencia creativa o asimilada desde la simpatía.

«Esperamos que la indiferencia y el desdén ya no sean gestos provocadores».

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