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Buenaventura: afectado por la violencia y el desplazamiento

Combatientes del Eln y del Clan del Golfo se disputan los poblados para controlar rutas del narcotráfico.
Conflicto armado en Colombia
Fotos: JOAQUIN SARMIENTO / AFP
AFP

Calles desiertas, puertas aseguradas con candados, miradas desconfiadas. El silencio impera. La mayoría escapó ante la llegada de narcotraficantes y rebeldes que se instalaron en sus casas. La guerra por el botín de la cocaína está vaciando poblados del Pacífico colombiano.

La gente que se quedó "está confinada, amenazada, asustada. Y está resistiendo porque prefieren morir en sus casas y no afuera mendigando", dice a la AFP Diego Portocarrero, uno de los cientos de desplazados que huyeron del pueblo ribereño La Colonia y hoy se acentúan en la ciudad de Buenaventura, el principal puerto del Pacífico.

Combatientes del Eln y del Clan del Golfo se disputan los poblados que bordean los ríos Calima y San Juan, ruta para el tráfico de cocaína.

En voz baja, un vecino de La Colonia cuenta que los narcos se impusieron y algunos viven en las casas abandonadas por sus dueños: "Lo que nos ha correspondido vivir, ver y oír es inenarrable", lamenta bajo reserva.

Los muros lo atestiguan: agujereados por disparos y marcados con siglas de los dos grupos en disputa, el Eln y las Agc o Autodefensas Gaitanistas de Colombia, como se autodenomina el Clan del Golfo. Conforme un grupo avanza va tachando los grafitis del otro en las fachadas.

La guerra saltó de los montes a los poblados y ahora los ilegales merodean a sus anchas entre civiles. Los militares aparecen de repente para acompañar una caravana humanitaria.

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Gota a gota

Enmarcada en una selva copiosa a orillas del Pacífico, la región de 317.000 habitantes (91% afros) es una zona afectada por el conflicto. El 90% de las 9,2 millones de víctimas del conflicto armado son desplazados y de esos casi 300.000 corresponden a Buenaventura, el puerto que mueve el 40% del comercio no minero energético del país.

La economía local está a expensas de la extorsión. Pese al acuerdo de paz en 2016 que desarmó a la guerrilla Farc, la violencia sigue su curso. "El desplazamiento mutó (...) ahora es gota a gota, silencioso" y "es peor" porque el pacto no evitó la no repetición y ahora hay más "trabas" para reconocer a las víctimas ante el Estado, observa Juan Manuel Torres, investigador del centro de estudios de la Fundación Paz y Reconciliación (Pares).

Indígenas y afros desplazados están confinados en incómodos albergues de Buenaventura a merced de bandas herederas del paramilitarismo y el narcotráfico. Además de la extorsión, pobreza (41%), desempleo (18%), reclutamiento forzado, homicidios, abusos sexuales y desapariciones rondan los barrios donde sobreviven.

"Llegaron disparando, sacando a la gente de las casas, los niños. Fue algo triste, duro, porque dejar uno su territorio para venir a pasar necesidades acá", lamenta Nancy Hurtado (52 años), que se refugia en un coliseo junto con otros cientos de personas que han llegado de San Isidro por ríos y carreteras escarpadas.

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Desinterés electoral

En el complejo deportivo las familias improvisan cocinas, lavaderos, dormitorios, salas de televisión. Aun estando a kilómetros de sus agresores, Nancy sigue sintiendo temor.

Los homicidios en Buenaventura pasaron de 73 en el 2017 a 195 en 2021, empujados por el tráfico de la cocaína que sale hacia Centroamérica y México, camino a Estados Unidos.

En vísperas de las elecciones presidenciales del 29 de mayo, en las que no podrán votar por el destierro de sus lugares de empadronamiento, los desplazados de Buenaventura ven con desinterés los comicios.

"Por ningún lado vamos a ganar las comunidades, siempre vamos a perder", afirma Diego.

En la sede de una emisora indígena, viven estrechos 158 desplazados de la etnia Wounaan Nonam. Un grupo de mujeres lava ropa en la penumbra, aprovechando el chorro de agua que les llega día de por medio durante cinco horas. La comunidad sufrió desplazamientos en 2004, 2010, 2017, pero en noviembre de 2021 huyeron todos por primera vez.

"Lo que quedó fue las casas, los perritos, las gallinas", dice el líder Édgar García, de 45 años.

Cuando el gobierno dio por vencido al Clan del Golfo, tras la captura y extradición a Estados Unidos de su capo "Otoniel", ellos mostraron músculo, explica el investigador Torres.

Con unos 3.260 integrantes según Pares, el Clan replegó al Eln en Buenaventura por superioridad bélica. En el sur y oriente del área rural se expanden también disidencias de las Farc que rechazaron el acuerdo de paz; en el perímetro urbano combaten centenares de jóvenes repartidos en Shotas y Espartanos, dos facciones enfrentadas de la organización de origen paramilitar La Local.

Luis Ismare huyó de su comunidad en el Bajo San Juan una madrugada de febrero junto a otros 80 indígenas wounaan. Este artesano de 36 años se labró así una definición del desplazamiento: "Es como desaparecer, es una decisión en la que tienes que tirarte en ese hueco hondo, (del que) imaginas no salir (...) y te desconectas con la madre tierra".

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