Según Naciones Unidas, el resultado devastador del cambio climático puede conllevar pérdidas y daños de valor incalculable, sobre todo, para numerosas comunidades y países en vías de desarrollo: pérdidas de vida y de subsistencia, así como la degradación del territorio, de campos de cultivo, del patrimonio cultural, del conocimiento autóctono, de la identidad social y cultural, de la biodiversidad y de los servicios ambientales.
Impactos que, sin duda, representan enormes retos, frente a los cuales diversos grupos, ciudadanos, entidades y empresas han asumido una responsabilidad mediante la ejecución de diversas acciones en busca de contribuir a la sensibilización en torno a esta problemática mundial, y seguir impulsando acciones para la defensa, la protección y el cuidado del planeta.
Tal es el caso del Premio de Periodismo Ambiental sobre Cambio Climático Ángela Restrepo Moreno, creado por la Gobernación de Antioquia, como reconocimiento a las personas que por su destacado trabajo y servicio a través del ejercicio del periodismo, contribuyen a difundir y dar visibilidad a los efectos del cambio climático en los territorios, y así movilizar a los ciudadanos a adoptar prácticas de adaptación y mitigación.
Galardón en el que resultó ganador, en su primera versión, en la categoría de fotografía el trabajo titulado ‘Campesinos y científicos, dos sabidurías para enfrentar el cambio climático’, escrito por Lisbeth Fog Corradine, editora de la Revista Pesquisa de la Universidad Javeriana, e ilustrado con fotografías de Ricardo Pinzón, un documento que retrata esa simbiosis- cada vez más estrecha- entre los saberes tradicionales y el conocimiento científico.
La publicación relata cómo pequeños agricultores de tres municipios boyacenses –Ventaquemada, Turmequé y Tibasosa– unen su conocimiento con el de la ciencia para lograr una alimentación saludable y adaptarse al cambio climático, frente a hechos como el aumento en la temperatura, que en los últimos diez años ha afectado los cultivos tradicionales de la región, entre ellos cubios, ibias, rubas y diferentes variedades de papa.
“Este es un proyecto en que los investigadores de la Universidad vienen trabajando desde el 2008 de la mano de campesinos de la zona, con quienes han tenido un diálogo muy horizontal buscando las coincidencias y las ventajas de cada uno de los conocimientos: el científico y el tradicional, para unir esos dos saberes y generar nuevo conocimiento. Esto demuestra que la relación ya no es de arriba para abajo, sino que es necesario ver otro tipo de experiencias y “subirlas” a los tomadores de decisión para que empiecen a replicarlas y, de alguna forma, ayudar a cambiar el mundo”, señala Lisbeth Fog.
Gracias a este intercambio del conocimiento ancestral sobre los cultivos, a la vivencia, y a la ciencia, a través de talleres de investigación colaborativa, ha sido posible la adaptación a las nuevas condiciones climáticas, y a aportar también a la seguridad y soberanía alimentarias.
Para la agroecóloga Neidy Clavijo, directora de la Maestría en Desarrollo Rural de la Universidad Javeriana, profesora-investigadora de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales, y líder del proyecto, “la idea es que todo sea parte de un proceso, en este caso de conservación, pero también de gestión y de autodesarrollo, en donde tú te acercas al conocimiento y a la experiencia local previos y contribuyes al fomento de capacidades en las comunidades para que ellas sigan caminando. Como ya habíamos trabajado temas de conservación de agrodiversidad andina, y habíamos ayudado a formar asociaciones de agricultores en esta zona, ahora ellos son nuestros pares y no nuestros beneficiarios”.
Los protagonistas
“Don Marco Aurelio Farfán Ruiz debe tener unos 75 años. Solo asistió a la escuela seis meses de su vida, pero puede dar cátedra sobre cómo cultivar cubios, ibias, rubas y diferentes variedades de papa, sin usar fertilizantes de síntesis química. Y también sobre cómo adaptarse a los cambios del clima. Su finca, ubicada arriba en la montaña, en una pendiente pronunciada, cerca de Ventaquemada, Boyacá, se ha convertido en lugar de visita obligado, no solo para comprar plantas, tubérculos andinos y moras recién cosechadas, sino para probar las diferentes recetas que varios como él han ingeniado con estos ingredientes”, comienza el relato, que va acompañado de una potente fotografía en blanco y negro del rostro y una de las manos de Don Marco Aurelio.
“Don Marco es una persona muy interesante, con una gran sabiduría, una sabiduría que se refleja especialmente en sus manos. En esas manos que han trabajado durante casi 70 y en cuyas líneas se observa ese conocimiento, que además me hizo reflexionar, luego de hacerle un seguimiento del lugar donde vive, de cómo cultiva, de cómo se relaciona con la naturaleza, sobre cómo sería si el campo estuviera tecnificado, y cómo estos personajes podrían cambiar lo que pasa en el campo, además del documento y la memoria de lo que significa la fotografía, la conciencia que genera frente al cambio climático ”, acota el fotógrafo Ricardo Pinzón.
“Yo vengo de gente antigua y fui criado a pie limpio”, sigue don Marco: “Nuestros padres nos alimentaban con sopa de rubas, ibias y nabos. Era comida sana. Pero esa tradición fue quedando en el olvido, y el menú fue cambiando. “Yo le agradezco mucho a las universidades, porque vinieron a nuestro pueblo y volvimos a rescatar nuestra comida. Si no hubiera sido por eso, no estaríamos contando el cuento hoy en día, porque todo se habría perdido”.
Así-continúa el relato- con base en el conocimiento ancestral, las familias volvieron al cultivo tradicional en sus propias huertas, de donde toman los ingredientes para preparar torta de cubios o mermelada de ibias, e iniciar un proyecto de recuperación de memoria para conservar los tubérculos andinos.
“Fue un trabajo desde el nivel de la parcela, la agrobiodiversidad, el rol de la mujer en el tema de la soberanía alimentaria, el paisaje de las fincas, hasta el nivel del territorio y de pactos territoriales”, agrega Tomás León Sicard, profesor titular del Instituto de Estudios Ambientales- IDEA- de la Universidad Nacional de Colombia, otro de los investigadores.
Se trata, señala el sociólogo Manuel Pérez, encargado del tema territorial, institucional y de política pública, “de evidenciar no solo que la agricultura familiar es resiliente al cambio climático y que además contribuye a la seguridad y a la soberanía alimentarias, sino también de crear ejercicios de comunicación en encuentros para que la propia comunidad les cuente a quienes deciden políticas el conocimiento que se ha construido colectivamente y que se convierte en los resultados de la investigación”.
“Esta ha sido una aproximación diferente al trabajo que he realizado, pero que me permite, desde la fotografía, mostrar esas realidades, de construir la memoria de lo que estamos haciendo con la Tierra. Creo que la imagen juega un papel muy importante en el desarrollo de esta conciencia”, apunta Ricardo Pinzón.