En Monguí, Boyacá, hay un hombre que respira y vive por los frailejones. Su amor por estas plantas es entrañable y no concibe su existencia sin ellas. Se trata de Moisés Moreno, campesino de nacimiento, pero ambientalista de profesión empírica, que ha dedicado los últimos dos años de su vida a la conservación de esta importante especie que provee de agua a la humanidad desde los páramos.
Tal es su obsesión por el cuidado de estas plantas que decidió crear un vivero para frailejones. ¡Sí! Un vivero para los famosos ‘Ernesto Pérez’.
Una especie de huerta que sirve de cuna para que la planta florezca y, luego de un tiempo, pueda ser sembrada en cercanías al páramo de Ocetá, para muchos el más bonito de Colombia, a 4 mil metros de altura sobre el nivel del mar.
“En Suramérica llamamos a los páramos ‘los pulmones del mundo’, porque ellos limpian el aire y también producen el agua. Por eso la importancia de cuidarlos y preservarlos”, explica con elocuencia Moisés.
El vivero está ubicado en la vereda Pericos, a unas cuatro horas caminando del páramo. Su estructura es sencilla, natural, con tablas de madera. Pequeño, de 5x5 metros aproximadamente, pero en su interior yace la vida misma. Acostumbrados a ver los frailejones en su etapa adulta, allí es asombroso contemplarlos en su mínima expresión, cuando apenas sale una rama de su tallo.
“El que cultivamos aquí es el frailejón grandifloro, conocido también como frailejón amarillo, una de las especies más importantes de los páramos porque, al ser más peludita, produce más agua que las demás”, añade Moisés.
El proceso
En 2020, Moisés y su grupo de trabajo comenzaron con esta labor que les ha permitido plantar, hasta el momento, más de 1.200 frailejones, una tarea loable, reconocida por muchos habitantes de la región, que ha contribuido a la conservación del ecosistema.
Todo comienza en los meses de octubre, noviembre y diciembre cuando la flor se abre y llegan los colibrís y abejones a polinizar sus semillas. Cuenta Moisés que, según su trabajo y experiencia en el páramo, si una semilla no es polinizada, es infértil y sería imposible que naciera el frailejón.
“Después la flor se seca y con los vientos fuertes que corren en el páramo la semillita va cayendo al piso; pero como en el páramo la radiación es más fuerte, la mayoría de frailejoncitos muere”.
Por ello, luego de que pasa la primavera, Moisés y su equipo van al páramo, recogen las semillas y las llevan a un laboratorio para hacerles un tratamiento especial, “que no les puedo decir porque es secreto de estado”, cuenta entre risas.
Luego de eso se siembran en cajas de Petri donde permanecen por dos meses; posteriormente se pasan a las bandejas con tierra donde duran otros sietes meses, “o sea que, para poder sembrar un frailejón tengo que esperar nueve meses, como la gestación natural de una mujer”, narra Moisés orgulloso de su trabajo.
A unos pocos metros del vivero está la “zona de castigo”, a donde se trasladan los frailejones luego de un año de vida para que reciban -intencionalmente- más sol y les ayude a su crecimiento. El paso siguiente: sacarlos de la bolsa plástica y sembrarlos en el páramo.
Podemos adoptar un frailejón
Este tipo de viveros tiene algunos antecedentes en el páramo de Sumapaz, impulsado por el Ejército Nacional; o en el Santuario de Fauna y Flora Guanentá Alto Río Fonce, en los límites entre Boyacá y Santander. Pero el de Moisés tiene su propio sello marcado por el ecoturismo.
En Monguí, colombianos y extranjeros tienen la posibilidad de adoptar un frailejón. Como si fuera un hijo. Con su proyecto turístico ‘Moisua de Ocetá’, Moisés ofrece la natural y mágica experiencia de tomar a uno de los bebés frailejones que están en el vivero, ponerle nombre, cargarlo en los brazos, caminar con él hasta donde inicia el páramo, en la finca de doña Cony Gutiérrez, y sembrarlo. ‘Eco’, ‘Amor’, ‘Pacastilla’, ‘Titi’, o ‘Ernesto’, son algunos de los nombres que los visitantes le han puesto a sus ‘hijos’ adoptivos de la naturaleza.
“Es la primera vez en la vida que siembro un frailejón y se llama ‘Estrella del oriente’. Estoy muy feliz. Me encantó la experiencia y se la recomendaría a todas las personas”, cuenta Camila, una turista que llegó al municipio desde Barranquilla.
Y extranjeros como André, que recorrió miles de kilómetros desde Francia para llegar a Monguí, también se han maravillado con las bellezas naturales de Boyacá y, por supuesto, con el páramo. Tanto así que ya ha viajado un par de veces para visitar a sus ‘hijos’ que ha sembrado.
“Este proyecto es maravilloso, lindísimo. Porque los frailejones son el agua misma. Lo que Moisés hace deberían hacerlo en todo el país”, cuenta este foráneo europeo que ha bautizado a los bebés frailejones con nombres de sus familiares.
Organizaciones ambientales, universidades, familias enteras, se han llenado las manos de tierra para sembrar un frailejón y contribuir a la restauración de estos ecosistemas tan importantes como los páramos.
Por último, luego de cumplir la tarea y de devolverle a la naturaleza algo de lo mucho que ha brindado, en un acto solemne y simbólico, Moisés cuelga sobre los cuellos de los ‘cuidadores’ una medalla por su aporte al páramo. En ella reposa el número del frailejón que cada persona sembró, y una imagen de ‘Ernesto Pérez’, ese personaje que, inesperada pero rápidamente, se metió en el corazón de las familias colombianas y, con una jocosa canción, nos enseño que los cambios se dan con pequeñas acciones y que la existencia, del hombre y todo lo que lo rodea, depende de él mismo.
“Mi sueño es sembrar frailejones en muchas partes de Colombia, de Suramérica si es posible. Quiero que las nuevas generaciones aprendan de este bonito proceso que hacemos porque necesitamos cuidar los páramos. El país tiene que aprender a cuidar sus recursos, porque los estamos acabando”, reflexiona, casi que con lágrimas en los ojos, este líder ambiental.