Alba Marleny Portillo Calvache es la quinta hija de nueve hermanos de una familia agricultora y campesina del municipio nariñense de Yacuanquer. Ella es productora agroecológica, fundadora y coordinadora de la “Red de Guardianes de Semillas de Vida”, una organización de base cuyo propósito es la conservación de las semillas nativas y criollas.
La red surgió hace 21 años cuando Alba y varios compañeros se reunieron motivados por lo que estaba sucediendo en el campo en temas alimentarios, del agua y el deterioro del medio ambiente, así como en la degradación de los agricultores. En ese momento, decidieron centrarse en las semillas, considerándolas el primer eslabón y el camino esencial para la vida y la alimentación.
“Las semillas son una obra de la humanidad, la mayor innovación que ha hecho, la de crear la comida. Los otros componentes de la naturaleza podrían continuar sin la humanidad, pero en el tema de las semillas, si estas se extinguen, se acaba la humanidad, y si desaparece la humanidad, se extinguirán las semillas. Hay una relación indivisible, y por eso elegimos este tema como el eje articulador. También manejamos otros temas como la cultura, el medio ambiente y la política, entre otros”, señala.
Dentro de su estructura organizativa, la red cuenta con diferentes socios guardianes de semillas, productores que cultivan la semilla de manera agroecológica, promoviendo una relación más armónica entre lo productivo y la naturaleza.
También están los amigos de las semillas, personas que, aunque no siembran por vivir en la ciudad o por no tener tierra, comparten ese camino. Además, hay personas que ayudan con la difusión para que la importancia de las semillas sea conocida en nuestras vidas, ya que es a menudo subestimada.
La tercera categoría de la organización son los semilleristas, socios en proceso de cuatro años en la transición de semillas comerciales convencionales que utilizan agroquímicos hacia semillas nativas y criollas, adoptando un proceso productivo agroecológico. Esto incluye personas que, aunque no usan agroquímicos, emplean semillas no locales y deben pasar por un proceso de transición.
Además, hay un centro de coordinación ubicado en Pasto (Nariño), donde nacieron paralelamente con compañeros de Ecuador, quienes también tienen una red. Cada país tiene sus procesos autónomos organizativos, aunque el propósito y los principios éticos estén articulados con Ecuador.
Sobre las diferencias entre una semilla nativa o criolla y una “mejorada e híbrida”, Alba explica que se remonta a la Revolución Verde de 1960: “Este es un proceso de producción agrícola diferente, en donde se investigaron muchos reactivos que se aplicaban a las plantas, y se dieron cuenta de que estas respondían con mayor crecimiento y vigor. Entonces, comienza el desarrollo de esta agricultura con venenos articulada a paquetes tecnológicos que son el monocultivo, las semillas mejoradas y las semillas híbridas que son las que solo se pueden sembrar una vez y toca volver a comprar la semilla”.
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También menciona las semillas transgénicas liberadas en el mundo hace más de 20 años, siendo el maíz una de las variedades más trabajadas al ser un alimento esencial en la cultura alimentaria del planeta. Esta tecnología transgénica es aún más riesgosa que la híbrida porque implica una modificación genética. Es el caso del tomate BT que es el cruce entre un gen de un pescado con un gen de un tomate, al que llamaron un organismo genéticamente modificado.
“El problema de esta tecnología, que es muy nueva, es que no sabemos los efectos que puede tener en la naturaleza y en los humanos, En Argentina y en algunas partes del mundo como en la India y Europa no se han puesto de acuerdo, por eso han hecho moratorias para que no entren los transgénicos en sus países. No es cierto que haya un consenso científico alrededor del no riesgo que tienen estas semillas en la comunidad”, señala.
Asimismo, dice que hay estudios que demuestran que las abejas se desorientan al pasar por el polen del maíz transgénico. También hay informes que han demostrado alergias, cánceres y otros tumores que se están produciendo en la salud humana. Además, es una tecnología silenciosa que se nos mete a nuestros hogares. En Colombia no existe un etiquetado transgénico y pueden estar entrando vía alimentación. Mucha de esta tecnología no sabemos qué efectos puede tener en el futuro.
Con ese modelo muchas de las comidas se empezaron a perder porque hubo una teoría de que los transgénicos eran más productivos. Sin embargo, la forma de producir era distinta. Entonces no era un modelo rentable como lo habían prometido. Esto también fue muy movido tanto por la industria como por las empresas privadas. También hay que mencionar que hay una responsabilidad importante de la Academia y obviamente de los gobiernos al aprobar estos tipos de tratados y este tipo de tecnologías.
Entonces empieza un hito en la historia de la agricultura diferente con producción de tecnológicas, de mover más el suelo, se cambiaron muchísimo esas dinámicas de producción que nos han llevado a lo que hoy conocemos como la crisis alimentaria. Afortunadamente vivimos en un país que es agrodiverso y tenemos una riqueza enorme de ecosistemas que permiten una producción diversa para alimentar a muchísima gente.
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“También, tenemos que decir que hubo gente que se resistió a ese modelo y que afortunadamente son los que hoy nos están legando esa herencia. Entonces es ahí en donde aparecemos nosotros como organización, pero también como propósito de esa conservación de la vida a pesar de que nos han dicho que estamos en contra del desarrollo. Nosotros no estamos en contra de nada”, dice.
La Red trabaja con una gran variedad de semillas nativas y criollas, También están comprometidos con la recuperación, conservación y rescate de semillas que están en peligro de desaparecer como el amaranto, valioso y nutritivo alimento, cuyo consumo se ha perdido en Colombia. Sin embargo, el amaranto existe en México, Perú y en Ecuador.
“Algunos guardianes de semillas dicen que tienen hasta 200 variedades de semillas de papa. Nosotros acá en el Centro de Semillas tenemos 200 variedades de semillas de maíz, unas 70 variedades de semillas de tomates de mesa, cuando en el mercado se conocen dos variedades de tomate (risas), y unas 300 variedades de semillas de frijol, que también se están conservando”, cuenta.
Hay otros esfuerzos en el tema de hortalizas en adaptación porque, según Alba, ellas no eran de acá, pero llegaron, se adaptaron y dan buenas semillas. También hay una diversidad interesante en lo que respecta a hortalizas, lechugas, espinacas y tomates entre otras.
Asimismo, Alba cuenta que los Centros de Semillas son espacios autónomos manejados por uno o más Guardianes de semillas y realizan actividades abiertas al público, a nivel local. Los Centros de semillas son los espacios donde éstas se dinamizan a través del intercambio, el préstamo y la venta. La Red funciona a través de nodos los cuales están ubicados en los departamentos de Nariño, Putumayo, Cauca, Valle del Cauca, Cundinamarca y Antioquia.
“Solo por el Centro de semillas han pasado 2.500 variedades. Esto quiere decir que son 2.500 semillas que no se han perdido y que siguen en las manos de la gente. Hay que entender que son bienes comunes de la humanidad. Entender que la semilla no solamente es un grano, sino algo sagrado que nos conecta con la vida”, concluye Alba Marleny Portillo Calvache.