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El doctor Jairo: 22 años de su desaparición y un duelo inconcluso

Hace 22 años el médico Jairo Antonio Silva Rojas salió de su finca en Viotá, Cundinamarca, pero nunca regresó.
Víctimas de desaparición forzada: 22 años sin el doctor Jairo
Foto: Pixabay
Carlos Brand

El juramento de salvar a las personas le costó la propia vida al médico Jairo Antonio Silva Rojas. Hoy, el hombre a quien educó como a un hijo, sigue las huellas que lo lleven a darle fin a un duelo inconcluso.

John Franklin Abella Hernández es técnico electricista certificado. Realiza contratos en Bogotá. Estaba libre el día en que nos confió su historia, al menos de ese trabajo, porque su más grande labor consiste en buscar a su padre putativo y en ella lleva 22 de sus 48 años.

Recuerda que el 19 de noviembre del 2000 se trasladaron desde Viotá, Cundinamarca, durante cerca de dos horas hasta Bogotá para cobrar el arriendo de un local. Discutieron por líos domésticos, como pasa en todas las familias.

John recuerda que “esa noche tuve una discusión con él y yo le dije que yo no me iba, que yo me quedaba aquí buscando a mi novia”, y también advierte que “si yo hubiera sabido que era una de las últimas veces que lo iba a ver, eso no habría sucedido nunca”.

Y en efecto ocurrió un encuentro posterior, tan frío como esa mañana bogotana del 20 de noviembre. John, convencido de que su destino estaba en la capital, llevaba una hoja de vida a un lugar en el centro “cerca del Icfes”.

Él dice que parecía una cita del destino o un designio divino, ya que sin citarse se encontraron en una esquina. Él caminando y Jairo Antonio como pasajero de un automóvil. Apenas si se saludaron y se confiaron un impersonal “¿Cómo está?, respondido por un “bien ¿y usted?”. Eso fue todo lo que pasó la última vez que se vieron.

Diez días después, el 30 de noviembre, le avisaron a John que Berta Sánchez, la pareja de su papá, había llegado a la ciudad para decirle que Jairo Antonio había salido cuatro días antes de la finca de Viotá, pero antes le advirtió que, si no volvía en tres días, ella debía irse de allí.

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Jairo Antonio Silva Rojas era médico. El juramento hipocrático obliga a todo profesional como él a darle atención a quien lo necesite, no importa las condiciones, ni qué persona sea la que está atendiendo. Tiempo antes de su desaparición, los líderes del frente 42 de las antiguas Farc supieron de su profesión y comenzaron a llevárselo para atender a sus heridos.

La situación se hizo cada vez más recurrente y se dice que Jairo le salvó la vida al “Negro Antonio”, por lo que se ganó la simpatía de ese excomandante guerrillero.

Durante el fallido proceso de paz del Caguán, Jairo le dijo a su familia que “de pronto se lo iban a llevar a cuidar secuestrados”.

Allí centró sus esperanzas John hasta que en 2008 supo que su papá de crianza había sido asesinado el mismo día que salió de su finca.

Lo que ha podido esclarecer hasta ahora es que el médico tuvo un enfrentamiento verbal con una dirigente de la guerrilla en la zona conocida como Shirley, después del cual lo mataron. Desde el 2008 John se dedicó a buscar el por qué lo asesinaron y dónde dejaron su cuerpo.

Confirmó en la cárcel La Picota, en el pabellón de justicia y paz, que la persona que habría enterrado a su papá vivía en la vereda del Bajo Palmar, pero de ese hombre, Alexis, que podría dar fin al duelo por su padre, no se sabe nada.

En todo ese tiempo ha ido a hablar con excombatientes presos, tratando de seguir las huellas que lo lleven al sitio donde dejaron a Jairo, porque su desaparición fue como arrebatarle a ese ser humano su lugar en el mundo. Devolverle ese lugar es lo que quiere y confía en lo que puede suceder.

Parte de su esperanza está en el desarrollo del macro caso de desapariciones en el capítulo de Viotá, pues asegura Jhon que hay cerca de 200 desaparecidos durante el conflicto en ese municipio.

También quiere hablar con los firmantes que han logrado con éxito reintegrarse a las dinámicas del pueblo con proyectos productivos. Tal vez allí encuentre otras respuestas para al fin terminar con un luto que no finaliza desde hace dos décadas.

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