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Recorriendo el mundo de Mafalda

En el barrio San Telmo de Buenos Aires hay un edificio marcado con el número 371, en cuya fachada una placa anuncia: “Aquí vivió Mafalda'.
Quino, creador de Mafalda
Foto: Colprensa
Juan Carlos Garay

En el barrio San Telmo de Buenos Aires hay un edificio marcado con el número 371, en cuya fachada una placa anuncia: “Aquí vivió Mafalda, célebre personaje”. Luego, al caminar unas dos cuadras, el visitante se encuentra con una tienda pintoresca, en cuyo toldo se lee ‘Almacén Don Manolo’. Pareciera que en esas manzanas estamos viviendo en un mundo de historietas.

En realidad es al revés: Joaquín Lavado, el dibujante conocido como Quino, fue quien vivió en el 371 de la calle Chile. Era la época en que tenía que enviar una tira cómica diaria al periódico El Mundo, y para no abusar de su imaginación (suficiente era inventar una situación graciosa cada día) decidió ponerla a vivir en el mismo edificio que él habitaba.

La estrategia fue perfecta porque Mafalda terminó habitando la cotidianidad de una clase media trabajadora, y ello a su vez terminó convirtiéndola en universal. La serie de tiras en que el papá de Mafalda está pensando en comprar un automóvil, hasta que finalmente lo consigue (pagándolo a plazos, claro), es uno de muchos ejemplos de una situación de vida con la que miles de lectores podían identificarse.

Luego está el contexto sociopolítico. La historiadora uruguaya Isabella Cosse ya hizo un magnífico estudio en las trescientas páginas de su libro ‘Mafalda: historia social y política’. Aunque atemporal en muchos aspectos, Mafalda es a la vez inseparable de la década de los 60. A la orden del día están las noticias sobre la Guerra Fría y la esperanza de una proscripción de armas nucleares, la guerra de Vietnam, la Cuba de Castro, la carrera espacial… y, por supuesto, la música de los Beatles.

En una entrevista fechada en 1973, la periodista Maruja Torres le preguntaba a Quino si sus gustos musicales eran los mismos de Mafalda. Hablaba de los Beatles, específicamente. “Desde luego”, respondió el dibujante. “¿Vos sabés que me han arruinado por completo musicalmente, que ya no podré escuchar otra cosa?”. Es enternecedor el cuidado con que Quino recrea las portadas de los clásicos álbumes del cuarteto como ‘Rubber Soul’ y ‘Abbey Road’.

Conocí a Quino (es decir, lo vi, le di la mano, intercambié unas pocas palabras) en la Feria del Libro de Bogotá en 1994. Le pregunté con cuál de sus personajes se identificaba más y me respondió que Felipe. No fue difícil compararlos. Felipe es el niño soñador, al que no le gusta ir a la escuela y preferiría pasarse el día leyendo las historietas del Llanero Solitario. Al parecer, tan pronto como pudo, Quino se dedicó a vivir en el mundo de la caricatura.

Y de ese universo mental no solamente salió Mafalda. La niña terrible de la historieta argentina en realidad representa apenas diez años de su extensa creación. Lo que vino después fue una larga serie de chistes de página entera con personajes anónimos, en los cuales Quino siguió explorando de otra manera sus preocupaciones: la opresión social, la decadencia cultural. Siempre había una gota de angustia detrás de la risa.

Pero mi tira favorita de Mafalda, si me permiten la confesión, es una que se ubica lejos del barrio, lejos del entorno urbano que supo plasmar tan acertadamente. En unas vacaciones, Mafalda y sus papás viajan al bosque. Y el bosque es suntuoso. No falta, claro, el comentario sarcástico de la niña; sin embargo el dibujo es tan cuidadoso, tan detallado, tan delicado, que puedo obviar la ironía y pasarme horas mirándolo, habitando ese campo con los ojos. No tengo idea de qué pasa después de la muerte, pero ojalá que Quino se encuentre ahora en un espacio así.

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