Dicken Castro, 100 años de un artista y diseñador de vanguardia
Escribió libros sobre diseño gráfico e impulsó investigaciones alrededor de lo precolombino tanto en lo gráfico como en lo arquitectónico y diseñó más de 400 logos para distintas firmas y organizaciones.
Más que influyente en las áreas de la arquitectura y el diseño gráfico, Dicken Castro es uno de los referentes al hablar de la industria gráfica en Colombia. Casi que se podría decir que es un sinónimo de este campo. De hecho, si buscáramos su nombre en una enciclopedia, seguramente encontraríamos esa acepción en primer lugar, después estarían palabras como ‘arquitecto’, ‘popular’, ‘elemental’ o ‘sofisticado’.
Suya es la responsabilidad, junto a otros nombres de importancia, de que este oficio se haya profesionalizado en el país y hoy tantos puedan dedicarse a ello.
Nacido el 23 de septiembre de 1922, en este 2022, cuando tantas cosas han ocurrido, de estar aún con vida se habría sorprendido de ver que el computador hace posible lo que él tardaba meses en hacer con sus manos. Se mostraría curioso ante todo lo que rodea el campo del diseño gráfico, en materia tecnológica, pero no cabe duda de que sufriría con el facilismo de algunos. Su obsesión por el balance le habría impedido sentirse completamente a gusto. El diseño gráfico ha cambiado, la manera en que se hace y se concibe, pero ¿ha evolucionado?
En su época, el oficio no era más que eso. De hecho, era considerado como un arte menor. Quienes habían intentado destacar en el campo de la gráfica, no llegaban ni siquiera a cubrir la cuota social que los “grandes artistas” con sus cuadros y sus esculturas se llevaban, pero Castro se opuso a todo eso.
Desde muy joven sintió un gran gusto por el arte y la estética. Sus padres, Alfonso Castro y Mercedes Duque, estimularon en él sus habilidades creativas, al igual que con sus otros siete hijos. Dicken era el menor. De alguna manera, tuvo que ser aún más creativo que los demás, pues debió enfrentarse al mundo prácticamente solo.
Acompañaba a su madre a una finca en la que estaban construyendo una casa. Le asombraba ver como un dibujo, un plano, terminaba siendo una edificación. También iba con ella a la Catedral Metropolitana de Medellín, que era entonces la iglesia más grande que se había construido en ladrillo en la ciudad. Contemplarla siempre le pareció algo surreal, puede que de allí venga su pasión por la arquitectura. Con su padre, la relación fue de pura admiración. Él era médico, político y escritor. A su lado aprendió el gusto por las letras y el aprecio por lo cotidiano.
Bogotá fue la ciudad que lo recibió junto a su familia en 1932. En ese año vino a cursar lo que le quedaba de colegio y representó para él una época de apertura cultural en la que pudo abrirse a otras formas de concebir el mundo y lo que significaba ser colombiano.
Ahí fue cuando comenzó a verse intensamente atraído por la cultura gráfica precolombina y sin quererlo, se volcó de lleno a ella. Su interés lo llevó a estudiar antropología social, con el fin de ampliar su conocimiento sobre lo popular y los temas prehispánicos, tan recurrentes en sus investigaciones y trabajos posteriores.
Diez años después ingresaría a la Universidad Nacional para estudiar Arquitectura bajo la tutela de profesores como Bruno Violi, Leopoldo Rother y Santiago de la Mora. A la mitad desarrolló una pasión por la natación y, de hecho, fue un gran nadador. De no haber sido por sus otros intereses, habría representado a Colombia en los Juegos Olímpicos.
En la década del 40, Dicken Castro viajó a Estados Unidos para realizar estudios de postgrado en arquitectura en la Universidad de Oregon-Eugene, sitio en el que trabajaría también como profesor asistente, lo que le permitiría radicarse durante varios años, primero en Seattle, luego en Washington y finalmente en Nueva York.
En esa época fue ganador de una beca que le permitió ampliar su visión de la arquitectura en relación con el diseño. Viajó a Europa para aprender el quehacer del oficio, entre 1959 y 1960, y a su regreso a Colombia, las cosas comenzaron a cambiar.
Por un lado, David Consuegra iniciaba el primer programa de diseño gráfico en el país, al interior de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, y por el otro, él, Dicken Castro, abría las puertas del primer estudio dedicado cien por ciento al diseño gráfico en Colombia. Más tarde, fundaría el programa homónimo de la Universidad Nacional.
Su obra es tan extensa que se necesitaría de un compendio de al menos 12 volúmenes para registrarla. Lo que hizo en arquitectura y diseño no tiene comparación. Si nos pusiéramos a revisar los nombres de los responsables de varias de las plazas públicas que tenemos hoy en Bogotá, por ejemplo, como la de Paloquemao o la del Restrepo, o de sitios como el edificio Los Eucaliptos, que le mereció el Premio Latinoamericano de Arquitectura en su momento, el de Dicken Castro aparecería una y otra vez.
Escribió libros sobre diseño gráfico e impulsó investigaciones alrededor de lo precolombino tanto en lo gráfico como en lo arquitectónico; diseñó más de 400 logos para distintas firmas y organizaciones nacionales y extranjeras. Uno de los más recordados es el del Museo La Tertulia, en Cali, o el del Archivo General de la Nación, el de la sala de música de la Biblioteca Luis Ángel Arango o el que durante mucho tiempo fue el logotipo de Colsubsidio. Suyo es también el diseño de la moneda de 200 pesos que durante tanto tiempo cargamos en los bolsillos, y también fue el responsable del que lucía la moneda de 1000 de aquellos años, hoy fuera de circulación.
“Los jóvenes tienen que aprender a observar”, dijo alguna vez. “Han olvidado ver la pantalla gigante del mundo entero y se limitan a una pantallita". Dicken Castro no estudió nunca ni se formó académicamente como diseñador gráfico. Todo lo que hizo fue por pura curiosidad y gracias a la rigurosidad de lo empírico. Más adelante sería reconocido con dos doctorados Honoris Causa, uno en la Colegiatura Colombiana, en Medellín, y el otro en su alma máter, la Universidad Nacional.
Sobre él, el fotógrafo, publicista y diseñador gráfico Carlos Duque, mencionó que siempre fue una influencia para él, un modelo a seguir. “Yo quería ser como ese niño que todavía era Dicken Castro", dijo en su momento. Y es que todo lo que define la vida y obra de este hombre radica ahí, en la curiosidad, en eso que muchos pierden al crecer.
“Él disfrutaba con muchas cosas. Siempre tuvo esa emoción de niño y nunca dejó de asombrarse con la vida en general”, dice su hija, Rosalía. “Su trabajo está representado por todo eso, por el entusiasmo y el rigor que dedicaba a cada cosa. Sabía muy bien cómo extraer la esencia de las cosas. Él hablaba del gesto, de la importancia del gesto, lo que se traduce de la mirada al papel. Creo que todo lo que hizo responde a que tenía algo que decir, y supo expresarlo muy bien”.
Dicken se obligó a sí mismo, durante más de 90 años, a no perder el interés ni el entusiasmo por crear cosas nuevas que quedaran para siempre en la memoria visual de los colombianos.
Siempre se destacó por su afán de aprender. Le gustaba descubrir nuevas cosas. Buscaba incansablemente estar en el mundo, y más allá de que ahora no nos acompañe físicamente, sus cien años lo reciben a través de quienes lo conocieron y aún admiran su obra. El legado de Dicken Castro no se verá disminuido con el paso del tiempo, al contrario, crecerá, como una planta que busca alcanzar el cielo a través de los trazos que nos dejó.