En nuestra historia reciente, los colombianos hemos echado mano del humor para retratar y entender nuestra realidad. El cine no ha escapado a esto y ha coadyuvado a autorreconocernos, desde lo cotidiano, desde la idiosincrasia, como un país diverso y único. Y también para espantar las tragedias.
La comedia cinematográfica de Colombia cuenta entre sus obras títulos como El embajador de la India, La gente de la Universal, Uno al año no hace daño, Muertos de susto, El Paseo y todas sus secuelas, entre muchos otros. Para algunos, una fórmula fácil —o facilista— de hacer cine; pero para otros un asunto muy serio.
Harold Trompetero, guionista, libretista y director de cine, asegura en diálogo con Radio Nacional de Colombia que “el humor es la forma de diversión más más elevada”.
Y para entender por qué, por ejemplo, la primera entrega de la saga de El Paseo dirigida por él en 2010 logró contabilizar un millón y medio de espectadores, Trompetero da una explicación muy clara:
“Porque estas películas crean afinidad con la gente y ayudan a ser catarsis de lo que somos. Es una cuestión de mucho análisis y mucha crítica. El humor ante todo es una posibilidad de reconstrucción, de mirar qué tenemos bueno, y qué tenemos malo. Y a través de esa parodia crear como una transformación de lo que somos”.
Para el cineasta, que hace algunas semanas estrenó 'Un parcero en Nueva York', no hay una fórmula prediseñada para hacer cine de comedia y ser exitoso. “Yo diría que lo más lo más importante del humor es encontrar que haya un fenómeno de crítica profundo para que sea efectivo”.
En esa misma sintonía está Mario Ribero Ferreira, uno de los directores más connotados del cine y la televisión colombiana.
“La fórmula es no tener fórmula. Es decir, hacer humor es terriblemente dramático y una vez Jorge Velosa (músico carranguero) me lo dijo de manera muy concreta: ‘en este país le ponen a uno una pistola en el cuello y te dicen te doy 5 minutos y hágame reír’”, señala Ribero en diálogo con Radio Nacional.
Mario dirigió en 1987 El embajador de la India, una de los clásicos cinematográficos que cuenta la historia real de un colombiano que se hace pasar por un diplomático extranjero y engaña a los ciudadanos de Neiva, que le hacen toda clase de atenciones. Según los críticos, la cinta pone de manifiesto el arribismo, la adulación y el chisme, presentes en la idiosincrasia nacional.
“Yo digo que El embajador de la India es una especie de declaración de principios mía. Yo realmente antes había hecho mucho más drama que comedia, pero agradezco el haber encontrado esa temática y haber contado esa historia porque ahí enuncio una manera de ser muy nuestra, donde no nos reconocemos, no reconocemos nuestro talento y tenemos que dárnoslas de algo raro para que nos reconozcan”, explica Ribero.
Ese tránsito del drama a la comedia, según Mario Ribero, fue natural, pues para él ambas situaciones son inherentes al ser humano.
“La división de drama y comedia es artificial, porque el ser humano es una mezcla entre comillas perfecta de drama y comedia nos podemos levantar terriblemente dramáticos y acostarnos profundamente cómicos”.
Y para reafirmar la tesis de que no hay fórmula mágica para hacer cine de humor más que el trabajo a consciencia, asegura que hay una condición sine qua non: “la comedia hay que sentirla y verla nacer, la comedia no puede ser prefabricada, es algo muy profundo que viene de adentro”.
Y en esa profundidad que debe tener el cine cómico, Harold Trompetero afirma que hace falta una película sobre el humor mismo.
“Yo creo que nuestro humor es muy enfermizo porque está muy basado en la burla del otro, entonces eso hace que nuestro humor esté muy basado en el bullying. Mientras hay situaciones chistosas para todos los que nos reímos, para los que están sufriendo eso no es tan divertido. Entonces hay que ver cómo logramos esa reivindicación social”.
Una reflexión necesaria que demuestra, sin más chistes y sin más cuentos, que hacer cine de comedia es algo muy serio.