Cine indígena: más que un género, una obra colectiva
¿Cómo el cine indígena puede convertirse en una herramienta para fomentar la autorrepresentación de las comunidades? La curadora y directora, Amalia Cordova, expone un panorama al respecto.
Recientemente se han publicado varias producciones que se caracterizan por tener la intensión de salir de lo comercial, centrándose en historias únicas en las que se retrata la cosmovisión de una comunidad. Sin duda, este esfuerzo lleva a la gran pantalla un cine diferente. Pero, ¿qué hace que un producto audiovisual sea indígena?, ¿basta con que haya en su historia la participación de comunidades y sus relatos?
El cine indígena o del Abya Yala (América Latina), es “un término que viene de afuera”, explica Amalia Córdova, curadora digital del Center For Folklife and Cultural Heritage. Debe entenderse de esa manera porque no existe realmente un estilo único que lo caracterice como un género del cine, ya que proviene del trabajo compuesto por distintos procesos y contextos.
“Este cine surge de diferentes partes del continente, cada uno con sus particularidades. Cada producción viene de procesos colectivos, de oportunidades que se dan, de relaciones trasnacionales, de la migración y una cámara que llega de afuera, pero es un mundo que trabaja interculturalmente y que cada vez está viendo más la necesidad de una directiva, de una mirada indígena detrás de la cámara y en el punto de salida de edición y distribución”, expone Córdova durante su intervención 'De norte a sur: redes y nuevos medios para el cine indígena', en el BAM.
En una definición trabajada y publicada por la Coordinadora Latinoamericana de Cine y Comunicación de los Pueblos Indígenas, CLACPI, “el cine o el video indígena incluye obras, y sus directores y cineastas, que aplican un firme compromiso de dar voz digna del conocimiento, la cultura, proyectos, reclamos, logros y luchas de los pueblos indígenas. Dicho de otro modo, el cine indígena intenta utilizar esta poderosa herramienta para fomentar la auto-expresión y fortalecer el desarrollo real de los pueblos indígenas”.
Para Córdova, el término es más una forma de diferenciarlo del cine industrial, pues para ella el término ‘cine del Abya Yala’ es una definición más puntual, porque “evoca la idea de la América indígena, de una tierra llena de potencial, una tierra fértil que deja de verse desde las faltas que pueda tener”, puntualiza. Aun así, cabe destacar que el cine indígena es un proceso global, es decir, no es único de América, porque muchas más comunidades alrededor del mundo también trabajan en producciones de la misma índole.
Hubo una serie momentos fundamentales para el cine indígena en el Abya Yala, por un lado, estuvo la aparición de movimientos regionales y continentales que, trabajando en conjunto con el contexto político del momento, hicieron que las comunidades indígenas se reconocieran dentro de la constitución y se volvieran un sujeto de derechos.
Así mismo, indicó la curadora, la celebración de los 500 años del descubrimiento de américa, fue un “tiempo de autoconocimiento, de descubrirse como un continente que tiene sus pueblos indígenas, que se piensan dentro de naciones y territorios”.
Además, fueron de relevancia los levantamientos indígenas, que de por sí no son hechos aislados o esporádicos, pero de los cuales destaca el levantamiento zapatista del 1 de enero de 1994, en Chiapas. “Desde entonces ya se ve una consciencia de que los pueblos indígenas están produciendo con sus propios medios porque tienen propuestas propias y ese es el paso que se da, porque se empieza a escuchar la propuesta indígena”, refiere la curadora.
Hay una marcada apuesta que dista en gran medida del cine comercial o nacional, porque el indígena en particular viene principalmente de los países del tercer mundo de Asia, América y África, y que se contrapone al cine de Hollywood.
“En el caso del Abya Yala el cine indígena piensa en propuestas desde cada territorio y no busca aglutinar tanto hacia lo nacional, entonces, se sale de ese marco que es el cine nacional y por esto queda un poco olvidado por las cinematecas nacionales de cine y creación artística”, critica Córdova.
El cine indígena “no debe pensarse como un género más, sino como una expresión de pueblos”, especifica la curadora, pues en el se trabaja con la combinación de géneros como el documental y la ficción, por ejemplo, para contar historias de la comunidad.
Hay una característica muy importante dentro de los procesos y la obra que resultan de este tipo de cine, y es que los productos terminan siendo de autoría colectiva. Ante este fenómeno, la curadora explica que el cine comercial normalmente busca la voz de un nuevo autor, pero esto en el cine indígena es muy complejo de lograr, porque normalmente se hacen acuerdos para que toda la comunidad aporte a la grabación y al relato de esas historias de origen que no tienen un único autor, por lo que “es complicado que una persona quede con la responsabilidad de ser director o directora”.
El público
El cine indígena con los años ha cruzado fronteras. Cada vez más se conocen de productos audiovisuales y directores de comunidades que llevan sus creaciones al exterior participando en una red de festivales y talleres dedicados al cine indígena, que de por sí, han tomado mucha fuerza y presencia en los últimos años.
“Es un cine que es trasnacional, multi regional, porque llega a muchos países, y a la vez polifónico, porque a diferencia del cine tradicional donde suena una única voz, en este suenan muchas voces y eso confunde, pero yo le digo a la gente "véalo de nuevo y deje que asienten esas voces de a poco", yo misma lo hago a veces”, expone la curadora.
Pero así como varias producciones salen de la comunidad al mundo, para compartir historias e incluso denunciar violaciones a los derechos, como lo hizo la comunidad de Sarayaku, en Ecuador, para hacer pública la contaminación de los ríos, hay otras que se guardan para la misma comunidad y que se distribuyen a través de USB u otros formatos que se van pasando de mano en mano manteniéndolo en una especie de confidencialidad entre los pueblos.
¿Por qué apoyar el cine indígena?
Uno de los grandes retos del cine indígena es la financiación, las producciones suelen ser bastante costosas, por lo que en el cine indígena se produce con los medios que están a disposición en el momento. A pesar de ello, el proceso se ha hecho más asequible gracias a las nuevas tecnologías portátiles y el aporte monetario que muchas veces proviene de las mismas comunidades, lo cual juega a favor a la hora de tener la libertad de contar una historia fiel sin tener que editarla para satisfacer a financiadores externos.
Actualmente, para “sostener este universo visual de los pueblos indígenas”, indica la académica, existen una serie de organizaciones y medios indígenas de índole regional, estatal o nacional, centros de capacitación para realizadores, y productoras que apoyan la producción audiovisual de las comunidades.
Los festivales por su parte también brindan capacitaciones, pero funcionan a la vez como el medio principal de difusión de las obras, ya que son escasos los distribuidores dado que la naturaleza del cine indígena no trabaja con los patrones comerciales de la industria, por lo que incluirlo en el mercado es complejo, pero no imposible.
En consecuencia, Cordova expone su preocupación por la manera en la que se preservan estos archivos audiovisuales, ya que muchos están contenidos en formatos obsoletos que pocas veces se pueden rescatar o digitalizar, además, expone la pregunta “¿quién va a controlar este archivo de los pueblos y cómo se va a permitir el acceso de las personas a este contenido de memoria histórica indígena?”.
Ahora bien, la creación audiovisual está en constante búsqueda de apoyo para recaudar fondos, si bien hay países como México, Ecuador y Argentina que ya están consolidando un fondo para el arte y la cultura indígena, aún falta que muchos países tomen este ejemplo.
“Es tiempo de que cada nación estado considere algún tipo de fondo, porque cuando un realizador o realizadora indígena compite para un fondo audiovisual, compite contra gente que se ha preparado muchos años y que tiene lenguaje, síntesis, entienden el tipo de idioma y brevedad que tiene que haber en el resumen y cuando uno ha sido silenciado 500 años, 300 palabras se hacen cortas”, sostiene la curadora.
Dichos fondos a los que Tovar se refiere deberían permitir la capacitación, abrir espacios para la coproducción, la realización y de conservación, “se trata de reconocer que hay diferentes momentos en las producciones y es importante digitalizar para preservar. Hay mucho trabajo que hacer todavía”, concluye.