La historia de la Independencia, muchas veces enseñada para ser aprendida como un ejercicio de memoria mecánica, tiene un componente militar de gran peso que, más allá de la sumatoria de batallas, puede ser visto como el gran desafío que hombres y mujeres tuvieron que asumir, incluso sin tener mayor formación en la milicia. Las batallas de la Independencia pusieron a prueba sentimientos de pertenencia, y, sobre todo, la posibilidad de imaginar y construir un orden social diferente. Aquello costó muchas vidas.
No son pocos los testimonios de quienes vivieron, padecieron y celebraron el proceso de Independencia. La obra pictórica de artistas como José María Espinosa da buena cuenta de la dureza de la guerra describiendo la vida cotidiana y los enfrentamientos del ejército organizado por Antonio Nariño. Así mismo, las memorias de Tomás Cipriano de Mosquera, quien fuera secretario general del Simón Bolívar y famoso por haber tenido que enfrentar al realista Agustín Agualongo, describen en detalle la campaña libertadora.
Ellos dos, soldados y testigos, aportaron relatos de primera mano. Por su parte José Manuel Restrepo, quien en 1827 publicó su “Historia de una revolución”, relata a partir de fuentes secundarias los hechos de la Independencia sin entrar en mayores detalles de las batallas, pero dando un contexto de los movimientos políticos que calentaban y definían el ambiente.
La manera como hemos aprendido la historia ha puesto en el centro a Simón Bolívar y su estrategia militar. Pero, en lo que concierne a la independencia de ese territorio que hoy es Colombia, es necesario considerar a otras figuras; por lo menos en una primera y crucial etapa del proceso. Una vez ocurren los hechos detonantes del famoso florero de Llorente, el 20 de julio de 1810, se desencadena una primera gran campaña dirigida por Antonio Nariño, la Campaña del Sur.
Dice José María Espinosa en su libro “Memorias de un abanderado” que “el que haya leído a nuestros historiadores sabe que a la revolución del año 10 siguió una especie de anarquía producida por las aspiraciones y rivalidades de las provincias, y aun de las ciudades y villas, cada una de las cuales pretendía ser soberana absoluta y muchas le negaban las temporalidades a la Junta de Santafé, como Cartagena, Panamá y Girón”.
Era la confrontación entre federalistas y centralistas, ocurriendo los primeros combates formales en Ventaquemada y luego en distintos puntos; en Bogotá hubo enfrentamientos en Monserrate y San Victorino. Según relata Espinosa, la gallardía de Nariño, que era centralista, logró incorporar a varios federalistas para consolidar un solo frente y combatir contra los realistas. De allí en adelante vino un nuevo peldaño: “No fue largo el respiro que tuvo la patria para gozar de la paz del 9 de enero, pues si la guerra entre hermanos se había conjurado por lo pronto, las fuerzas realistas de Montes y Sámano amenazaban por el Sur en Popayán”: (José María Espinosa, Memorias de un Abanderado).
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Desde el Cauca pedían ayuda a Bogotá y fue desde ese momento que empezó a organizarse un ejército expedicionario, dividido en varios batallones como el Granaderos y el Cazadores, de Cundinamarca, con Nariño a la cabeza; más adelante, en Popayán y las inmediaciones de Pasto se unieron otros como el batallón Socorro y el batallón Cauca.
A finales de septiembre de 1813 inicia la movilización hacia el Sur. Cuenta Espinosa que a la altura de Purificación (Tolima) empiezan a unírseles mujeres voluntarias. La Campaña del sur inicia formalmente con el ataque de las tropas independentistas (con José María Cabal a la cabeza) a las realistas de Juan Sámano en el Alto Palacé, el 30 de diciembre de 1813. Aquella fue la primera batalla. Tan solo 300 soldados patriotas vencieron a 600 soldados realistas. Así se recuperó rápidamente a Popayán. Aquello ocurrió el 30 de diciembre de 1813. Sin embargo, en venganza por la derrota “Sámano se retiró precipitadamente a Popayán y allí le puso fuego al parque, que estaba en un cuartel de la plaza: la detonación fue tal, que la alcanzamos a oírla desde el puente del Cauca. Esta explosión dañó varios edificios y mató como a quince personas”.
Los soldados pasaron hambre pues las puertas de las tiendas y casas de Popayán se cerraron por temor. Aun así, sostuvieron su ánimo para esperar un nuevo enfrentamiento con realistas que llegaban de Quilichao. Quince días más tarde se da la Batalla de Calibío; el 15 de enero de 1814 las fuerzas de Nariño vencieron y como consecuencia fue destituido Sámano. Aquella batalla duró tres horas, según las “Memorias de un abanderado”, “Contamos cosa de 400 entre muertos y heridos y se tomaron más de 300 prisioneros”. Ya luego de esa batalla Popayán los recibió con más gratitud.
A partir de entonces, el ejército de Nariño se movió más al sur, con destino a Pasto, recogiendo previamente ayudas necesarias que llegaron de parte de pobladores de la ciudad de Popayán, incluidos los curas. Se recogió algo de dinero y varios objetos de valor.
Comenta el abanderado José María Espinosa que las tropas estaban maltrechas, ya por enfermedades, ya por cansancio, pero especialmente por hambre. A dos días de camino a Pasto, las tropas se encontraron con el caudaloso río Juanambú “estrellándose su corriente contra una multitud de enormes piedras, y contra rocas altísimas y tajadas perpendicularmente que forman su cauce”.
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Como Sámano había sido destituido fue reemplazado por Melchor Aymerich, quien había organizado a la tropa sacando provecho de los accidentes del río. Los soldados de Nariño, fatigados y débiles, fueron recibidos con varias descargas y con piedras lanzadas desde lo alto del río. Además, una nube de langostas los persiguió por horas; tuvieron muchas dificultades para instalarse y a la vez para combatir. La de Juanambú fue una batalla casi sin fin, por varios días repelieron al enemigo. Aun así no se dieron por vencidos, aunque hubo muchas bajas y varios prisioneros. El desgaste del combate y la falta de munición llevó a que los españoles se retiraran, lo que fue asumido como una victoria para los soldados de Nariño.
El desgaste de los soldados los hacía dudar de la continuidad de la campaña. Nariño los convenció destacando los logros y la paciencia en batallas como la de Juanambú, donde vencieron a pesar que la exuberancia de la naturaleza había resultado tan hostil a la hora del combate. Decidieron continuar en todo caso. El 9 de mayo de 1814, en un lugar elevado llamado Tacines se dio otro enfrentamiento importante. La victoria llegó de nuevo para los patriotas, pero hubo muchos soldados muertos, alrededor de 200: “a mediodía estábamos ya en la mitad de la cuesta, y hacían estragos los fuegos del enemigo en nuestras filas por estar ellos emboscados y nosotros al descubierto”.
Ante un panorama desolador, anota Espinosa que Nariño a lomo de su caballo alzó la voz diciendo “¡valientes soldados! ¡a coronar la altura! ¡síganme todos!” Al parecer, el ejemplo del general y su llamado convencido les dio valor y lograron reponerse al momento y los españoles prefirieron huir.
Cuenta Espinosa en sus memorias que ya llegando a Pasto y viendo el desgano físico de sus tropas, Nariño exclamó con alegría: “Muchachos, a comer pan fresco a Pasto, que lo hay muy bueno”, y, de hecho, qué buenos es el pan que hacen los pastusos. Pero pronto divisaron a las tropas realistas al mando de Aymerich; además, grupos de guerrillas realistas se apostaban en distintos puntos sin que fuera posible tener un panorama completo y claro del enemigo. Aquella fue la última batalla de la Campaña de Sur, la Batalla de Pasto. La situación no fue fácil, los patriotas recibieron ataques que los diezmaron y debilitaron. Hubo algunos que se replegaron y no cumplieron órdenes de ataque.
El caballo de Nariño fue derribado y cayó muerto. Ante la inminente derrota, altisonante frente a tantas victorias ocurridas en la Campaña, Nariño permaneció escondido con su hijo y otros soldados leales. Pero no recibió ayuda y decidió entregarse a Aymerich asegurando que era un soldado cualquiera y que les daría información sobre el paradero de Nariño. Entre tanto, los pocos soldados que quedaban iban retornando por su cuenta a Popayán y, de allí, a sus lugares de origen.
Nariño decidió revelar su identidad en plena plaza central de Pasto, en donde los pastusos, que estaban más de lado de los realistas, pedían su cabeza. Pero al hacerse presente y decirles de viva voz que, si lo querían, ahí lo tenían, fue indultado. Su valentía lo salvó de ser fusilado. Así acabó la Campaña del Sur. Nariño fue enviado a la prisión de Cádiz, España, en donde permaneció hasta 1821.