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Mujeres rurales: activismo y comunidad

La búsqueda por el acceso a los derechos de las mujeres se ha vivido en Colombia de distintas maneras, en contexto de conflicto armado y brechas de desigualdad, por lo que las mujeres campesinas han construido un camino propio por su autonomía y participación. Aquí un recuento de algunas de estas luchas actuales en el Cauca.
Luchas de las mujeres rurales en el Cauca
Foto: Angie Ramírez Meneses
Angie Ramírez Meneses

En Colombia a finales del siglo XX, ser mujer campesina era sinónimo de desigualdad, un panorama que poco a poco se ha transformado en el imaginario, haciendo que hoy las mujeres rurales, pese a escenarios de violencia y exclusión de derechos, sean símbolo de resistencia y lucha comunitaria. Un camino construido por mujeres que cada vez más ocupan lugares de participación desde sus comunidades y que a la vez, no solo luchan por sus derechos, sino por los de su gente. 

Algunas de estas experiencias en el departamento del Cauca, tiene que ver con el liderazgo de mujeres para olvidar el dolor de la guerra, entre los que se encuentran procesos como las Tamboreras del Cauca, mujeres víctimas del conflicto armado que han resignificado sus vivencias, a través de la música y de la colectividad, La Asociación de Mujeres Afrodescendientes del Norte del Cauca (ASOM) que acompaña y protege líderesas en escenarios de conflicto de la región, Ruta pacífica del conflicto, un movimiento feminista que trabaja por la paz y los derechos de las mujeres, con un fuerte enfoque en víctimas del conflicto armado y el Programa Mujer, del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). Organizaciones conformadas por mujeres campesinas, indígenas, afrodescendientes y urbanas, que hacen de sus vidas un testimonio de colectividad y de lucha. 


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Uno de estos testimonios en el Cauca, es el de Carmen Jiménez, una mujer indígena Yanacona, que llegó en el año de 2015 a la ciudad de Popayán, en búsqueda de oportunidades para ella y su familia. Encontrándose con que el acceso a la vivienda, para una mujer como ella, no iba a ser nada fácil. Por lo que con su comunidad crearon la Asociación de Vivienda Hogar Digno Hogar, una comunidad que vive en un asentamiento de la capital caucana y que, a través de la movilización, logró la adjudicación de un lote por cuenta de la administración municipal, para construir sus viviendas dignamente.  Luego de casi diez años de activismo, así recuerda el proceso Carmen "La experiencia más bonita que he vivido en esta ciudad, es la de llegar a ser líder de mi asociación, convirtiéndome en una mujer activa que puede ayudar a la gente, en este camino de la búsqueda de una vivienda digna”. Un proceso que no ha sido fácil, pero que recuerda con satisfacción “El cambio de vivir en un pueblo a una ciudad es demasiado, pero me siento orgullosa, porque aquí aprendí cosas que han servido para mi comunidad y que me permite hoy darles educación y vivienda a mis hijos”. 

Para el caso de las mujeres que aún continúan en la ruralidad, los procesos son similares, tal como ocurre con el Consejo Consultivo de Mujeres del municipio de El Tambo, que reúne a mujeres rurales alrededor de proponer espacios para su capacitación continúa. Un territorio que es 90% rural y que desea dar a las mujeres herramientas frente a la erradicación de violencias de género y frente a la participación. Una de las mujeres de este proceso es Clementina Erazo Aparicio, una tambeña líder en la vereda Baraya, reconocida por ser pionera en su territorio, en la participación de estos espacios “Como mujeres estamos jugando unos roles importantes, no solamente ser mujer en casa, también para servir a nuestras comunidades, para representar también a las otras mujeres que por diferentes situaciones no han podido surgir”. Una dinámica continua que reconoce las necesidades de las mujeres y que busca soluciones para eliminar desigualdades que las afectan. “Entonces, yo entendí que la mejor manera es aportar, es ayudándolas a conformar grupos de mujeres, que puedan tener la oportunidad de capacitarse, de buscar las formas de surgir de esos sectores. Aquí uno encuentra mujeres maravillosas que aportan a la paz, que lo único que les falta es un impulso, un apoyo, una palabra para poder que puedan mirar el horizonte.”


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Son pequeñas luchas que también se dan de manera genuina, como ocurre con María Elsa Idrobo, líder comunitaria de El Tambo, reconocida por ser un puente entre la institucionalidad y las comunidades de la cabecera municipal, quien acompaña a jóvenes y adultos mayores. “Me siento feliz, satisfecha de hacer un proceso tan hermoso como es ayudar a la comunidad, contándoles de los servicios que pueden encontrar a través de programas y convocatorias del Estado”. Un proceso que aunque resulta sencillo, permite que las personas encuentren apoyo institucional en materia de salud, vivienda y alimentación, y que hace que hoy María Elsa sea un referente de liderazgo y de impulso para otras mujeres de su comunidad, “Creo que somos una sola y deberíamos apoyarnos mutuamente, porque así hemos logrado que grandes mujeres ocupen cargos importantes de representación y es a ellas a quienes debemos seguir”.

Este panorama de activismo, es una pequeña forma de contrarrestar la desigualdad que en las últimas décadas ha disminuido a través de procesos como la Constitución de 1991 que fortaleció la equidad de género al incluir la igualdad entre hombres y mujeres y la ley de cuotas, la cual en el año 2000 obligó al Estado a garantizar que al menos el 30% de los cargos decisorios fueran ocupados por mujeres. En 2010, la Ley de Economía del Cuidado que visibilizó el trabajo no remunerado de las mujeres en el hogar, y en 2015, la ley del feminicidio que reconoció este crimen como un delito de odio, estableciendo sanciones más severas y medidas de protección para las víctimas. Ante esta realidad, actualmente el Gobierno colombiano ha implementado la Política Nacional de Cuidado, con una inversión de 25,6 billones de pesos, para equilibrar la carga de trabajo de cuidado y reconocer la labor de las mujeres en la economía y la sociedad. Permitiendo herramientas jurídicas que también respalden a las mujeres de la ruralidad, que continúan enfrentando desigualdades significativas en el acceso a la tierra, oportunidades económicas y espacios de decisión, así como su subvaloración en el sector agrícola, que las relega a replicar dinámicas de trabajo no remunerado. 

A pesar de los obstáculos, las mujeres rurales continúan tejiendo redes de apoyo, organizándose y exigiendo su lugar en la historia. Su activismo no solo transforma sus propias vidas, sino que abre camino a nuevas generaciones que ven en ellas un ejemplo de lucha y esperanza, procesos que se construyen desde el campo colombiano, impulsado por el espíritu de comunidad y de liderazgo, que aunque con menos herramientas, siempre se destaca. 

 

 

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