Por: Johanna Lobo Parra y Anthony Pacheco Ropero
Hoy, en el Día Internacional de la Danza, donde se resalta la importancia de esta expresión artística en la construcción de la identidad cultural de los territorios, viajamos hasta las montañas de Catatumbo para conocer la ‘machetilla’, una danza típica a ritmo de tiple, guitarra, guitarra requinto y maracas.
Antes los músicos eran empíricos y aprendieron a interpretar cada instrumento hasta dar forma a este ritmo que, por su cadencia, también se puede bailar dando vida a una expresión dancística que aún sigue viva.
Un fiel enamorado de la danza, que dedicó gran parte de su vida a descubrir la verdadera esencia del baile de la región de Catatumbo, fue el ocañero Juan Carlos Parra Correa, un maestro que dejó un legado invaluable para la región nortesantandereana. Uno de sus sucesores fue su hijo Juan Carlos Parra Blanquiceth, quien se refiere a él.
“Mi papá, en la década de los 60, estuvo en una fiesta campesina, ya que a su padre siendo constructor de vías en todo el país lo invitaban a un pueblito que se llama Llano Grande, y a partir de ese momento se da cuenta de que existe esta expresión de la danza en una parranda campesina y desde entonces empieza a investigarla”, contó.
Parra (padre) vio expresiones danzarias y musicales diferentes en Catatumbo. En las fiestas de los pueblos, como Teorama, Convención o San Calixto, identifica lo que se conoce como la “machetilla”, el cual se transmitía de generación en generación en las familias campesinas
Para Parra (hijo) fue el trabajo de su padre el que permitió que esta danza tuviera reconocimiento a nivel nacional, por eso destaca de manera puntual cómo empezó una investigación a muy temprana edad.
Y es que ese afán de dar identidad al baile autóctono lleva al maestro Parra Correa a explorar aún más la vida cultural de la región, pues se dio cuenta que en esta parte de Norte de Santander solo se contaba con el ritmo de bambuco. De hecho, Ocaña, capital de la provincia, tiene el suyo propio: ocañerita; pero en los campos existía un ritmo propio.
Dentro de los hallazgos hechos en más de 30 años de investigación, el maestro Juan Carlos descubrió un sonido característico que se hacía al danzar, y era lo que daba el nombre al baile.
“El movimiento que realiza el campesino al bailar esta danza es arrastrar el pie, dándole un sonido como el que hace el machete en la faena campesina, ese sonido lo hacen con el arrastre de la cotiza, con una persona puede que no suene, pero 20 parejas realizando ese movimiento al mismo tiempo generan este sonido”, explicó Parra Blanquiceth.
Y agregó: “Otras interpretaciones dirán que es porque el campesino siempre llevaba machete, pero ellos no usaban el machete en las fiestas, era solo un lujo o una herramienta de defensa para trasladarse por largos caminos”.
Al convertirse esta expresión campesina propia del Catatumbo en un baile de reconocimiento, surgen las dudas sobre cuál sería la indumentaria con la que se debía bailar. En la investigación, el maestro Juan Carlos define que el vestuario es el típico que utilizan los campesinos cuando van a la misa de domingo o con el que están en las plazas de los pueblos hablando con sus comadres.
En el caso de los hombres, utilizaban pantalones de dril negros o grises, con una camisa manga larga bien almidonada, un machete bien terciado, dos pares de cotizas, uno para las largas caminatas y otro para vestir elegante y el infaltable sombrero de lata fina.
Las mujeres usaban un vestido enterizo del cuello hasta la media pierna, con cuello de bandeja y mangas abombadas en tres cuartos o media manga, dependiendo de las condiciones del clima. No podrían faltar las enaguas con encajes al final. Las cotizas podrían ser en suela de cuero o de caucho dependiendo la época, pero las de vestir elegante siempre serían las de suela de cuero. Y para acomodar su cabello, una gomina a base de linaza y de rubor, una pasta hecha de achiote.
“Mi papá dejó un gran legado para la danza y esta investigación con la que se le dio una identidad al Catatumbo. Son expresiones que se pudieron haber perdido en la historia sin personajes como el maestro Juan Carlos Parra Correa; no le hubieran dado el interés y el peso que se merece, porque permite decir que el Catatumbo tiene su forma de interpretar la música y tiene su propia música”, afirmó Parra Blanquiceth.
Parra Blanquiceth, desde el 2014, año en que falleció su padre, se ha dedicado a impulsar y conservar esta expresión artística. Por eso exhorta a que las instituciones de orden local y nacional a que exalten la labor cultural, y reconozcan la danza y el ritmo de la machetilla como propio del Catatumbo, y así con el tiempo pueda convertirse en patrimonio, porque identifica al campesino de Norte de Santander.