Nobel de literatura 2022 | Annie Ernaux, escritora francesa
Eduardo Otálora
Cada vez que se falla un premio aparecen personas haciendo comentarios como: “todos los premios están arreglados” o “debieron escoger a fulanito o perenseja porque…” o “los verdaderos ganadores de un premio son los que no ganan” o “eso fue que se lo ganó por lagarto/a”. En fin, comentarios y más comentarios desestimando el reconocimiento.
Para reflexionar sobre este punto es importante hacer algunas claridades.
Primera: los premios nos son objetivos. Es más, ninguna valoración sobre la obra artística de alguien lo es. Toda manifestación artística es la proyección de la subjetividad del artista que busca, por uno u otro medio, entrar en contacto con la subjetividad de un espectador. Es un diálogo privado, casi susurrado, en el que, a veces, no hay conexión y sencillamente el dialogo no funciona. Como dirían los futbolistas: no se dan las cosas.
Así visto, lo que les gusta a los jurados de un premio puede no gustarles a seis mil millones de personas y viceversa.
Segunda: los premios, dada esa subjetividad, no tienen por qué responder a los anhelos de las comunidades. Mucho menos los premios que, por ejemplo, están vinculados con una editorial o con una organización en particular. Ese tipo de premios responden, naturalmente, a los intereses de quienes los organizan, gestionan y financian. Cuáles sean sus intenciones, muy pocas veces las conocemos. Y podemos estar o no de acuerdo con ellas, pero no se puede hacer nada más que decidir apoyar, o no, al ganador.
Un caso diferente ocurre con los premios que son creados y auspiciados por el estado. De ellos sí creo que se pueden esperar ciertas cosas. Por ejemplo, equidad de género, ecuanimidad y argumentación en la evaluación, acceso público a las deliberaciones, reconocimientos que van más allá de un libro y que buscan dar lugar a una obra que, por alguna razón, no haya sido suficientemente visibilizada. Ese tipo de premios existen para otros fines y, por lo tanto, se puede esperar de ellos otras cosas.
Sin embargo, ahí también juega un rol fundamental la subjetividad de los jurados. Una subjetividad dialogada, por supuesto, pero subjetividad.
Tercero: los premios funcionan como rutas, no son camisas de fuerza. En el caso particular de los premios literarios, se los puede leer como indicadores de lo que está “sonando” en ese momento en el ámbito. Y eso que está sonando es importante para reconocerlo, pero puede que, como se sugirió antes, no resuene con lo que uno, como lector, tiene por dentro. En ese sentido, nunca sobra tomar nota de quien ganó, buscar un libro en alguna biblioteca o librería, darle la oportunidad a alagunas páginas y, si hay “match”, pues seguir. Si no, siempre se puede tomar otro libro de la estantería.
Dicho lo anterior, dónde está ubicado el Premio Nobel de Literatura. Ante todo, hay que entender que los Premios Nobel tienen la intención de reconocer contribuciones excepcionales para la humanidad. Acá la cosa se complica en lo relativo a la literatura. ¿Qué significa hacer un aporte excepcional para la humanidad desde una obra literaria? Es más, ¿la literatura se escribe para hacer aportes a la humanidad? Todavía más lejos: ¿cuáles son las razones por las que un autor o una autora escribe sus libros? Todo se vuelve muy confuso y, entonces, considero prudente volver al asunto de la subjetividad. Sí, los Premios Nobeles de Literatura se los ganan las personas que, para los jurados de ese año, hacen algo que ellos consideran excepcional. Y subrayo el “ellos”.
Dicho todo lo anterior, sí me siento preparado para hablar de Annie Ernaux, la escritora que este año, hace unas horas, recibió el Premio Nóbel de Literatura.
¿Quién es Annie Ernaux? Es una escritora francesa que ha abordado la literatura desde una mirada que resalta, y también exalta, esa subjetividad de la que he venido hablando. En sus libros ha decidido contar, por ejemplo, la vida de su madre, como lo hace en Une femme, publicado en 1989. O narrar el ascenso social de su familia a partir del trabajo y el sacrificio, como se lee en La place, de1983, y en La honte, de 1997. También habló sobre su matrimonio en La femme gelée, de 1981, que se tradujo como La mujer helada y sólo se publicó en español hasta el 2015). Y escribió acerca de su aborto en L’événement, del año 2000, que se publicó en español un año después como El acontecimiento.
Basta esto para entender que su mirada sobre la literatura va más allá de contar el “mundo de afuera”, que tan bien y largamente han contado otros autores. La de ella es una mirada sobre sí misma, confiando en que sus historias y dolores pueden resonar con las de los lectores.
Y así ha sido. Por eso la han publicado constantemente, por eso la traducen, por eso se habla de ella en las clases de las universidades, por eso muchos jóvenes escritores manifiestan tenerla como referente. Su voz, su subjetividad, su susurro, ha resonado. Y, creo, eso es lo que premiaron los jurados de este año del Premio Nobel de Literatura. Eso fue lo que les pareció un aporte excepcional: que un susurro se esté convirtiendo en grito.