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Gabriel Escorcia Gravini contra ‘la gran miseria humana’ del olvido

Este soledeño, autor del éxito musical grabado por Lisandro Meza, es uno de los referentes de la necropoesía y la poesía épica.
¿Quién es el compositor de ‘La miseria humana’ que inmortalizó Lisandro Meza?
Foto: Archivo.
Jimmy Cuadros

Una noche tan oscura como el inicio del mundo mismo, en 1976, llegaron a los oídos del músico Lisandro Meza los versos poéticos en décima de ‘La gran miseria humana’ declamados con sentimiento por un borracho de su pueblo, Los Palmitos, en el departamento de Sucre.

Meses después, el maestro Lisandro grabaría aquel poema en un disco larga duración titulado ‘El burro leñero’ sin adivinar que aquella pieza musical sería fundamental para que el nombre de su autor, Gabriel Escorcia Gravini, no sucumbiera al olvido, quizá la peor de las desventuras que un artista y su obra puedan sufrir.

Una noche de misterio

Estando el mundo dormido

Buscando un amor perdido

Pase por el cementerio

Desde el azul hemisferio

La luna su luz ponía

Sobre la muralla fría

De la necrópolis santa

En donde a los muertos canta

El búho su triste elegía

Gabriel Escorcia Gravini es considerado por los entendidos como uno de los grandes autores colombianos de la necropoesía y la poesía épica, pero de su obra solo sobreviven algunos títulos divulgados en folletines de la época y un texto suyo compilado en ‘La Boliviada’, poema épico en seis cantos publicado en 1925 con curaduría de su condiscípulo, amigo y mecenas, el también vate soledeño José Miguel Orozco, y que reposa en la biblioteca Luis Ángel Arango, en Bogotá.

lisandro

El resto sucumbió al fuego exorcizante de una fogata encendida por su familia con todas sus pertenencias —incluyendo, por supuesto, sus manuscritos— cuando murió de lepra, el 28 de diciembre de 1920 en Soledad, Atlántico.

Había nacido allí mismo el 19 de marzo de 1891, en el seno de una familia acomodada. Según Fernando Ferrer, de la Academia de Historia de Soledad, el país de las letras tiene una deuda histórica que saldar con este poeta.


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“Como era de la periferia, en aquel momento Colombia era un país conservador donde el parnaso estaba centrado en Bogotá y Los Andes. Entonces él sufrió un marginamiento cultural, incluso social de las élites hasta de la misma Barranquilla, porque nos hemos cansado de buscar registros fotográficos o periodísticos de su muerte en los periódicos de la época y ha sido infructuoso”, explica el historiador Ferrer.

Las pocas imágenes que se conocen de Gabriel Escorcia Gravini han sido retratos hablados, como el que acompaña esta historia, realizado por los artistas Juan Camilo Duque, Fernando Niebles y Hugo Gravini en un mural en el cementerio de Soledad.

“Se hizo con base en algunas descripciones de la tradición oral y facciones de algunos descendientes —sobrinos, sobre todo— por los lados de los Escorcia y de los Gravini”, detalla Ferrer.

Precisamente han sido los soledeños vinculados a la historia y al arte los que han intentado rescatar del ostracismo la figura del poeta. Y es gracias a ellos que se conoce que a los 14 años se enfermó de lepra y fue esta enfermedad la que lo condenó a jornadas eternas de lectura en una habitación en el fondo de su casa.

En 1890, un año antes de su nacimiento y ante brotes de esta enfermedad, fue expedida una orden irrestricta que obligaba a las autoridades de los territorios y a los médicos reportar cada persona contagiada para confinarlas en leprosarios.

El periodista e investigador cultural, Giovanny Montero, asegura que “a Escorcia Gravini lo acosaron las autoridades administrativas y sanitarias de Soledad para recluirlo en el lazareto ubicado en Caño de Loro, en la isla de Tierra Bomba, en Bolívar”.

De acuerdo con el historiador Fernando Ferrer, gracias a que su familia era respetada y querida en el municipio —su abuelo, un italiano, era un próspero terrateniente—, el médico ocultó el dictamen con la condición de que se mantuviera aislado.

Encerrado en su habitación —dice Ferrer—, Gabriel Escorcia Gravini, quien solo estudió hasta tercero de primaria, se entregó a la lectura, sobre todo de ‘los poetas malditos’ franceses, una definición acuñada por Paul Verlaine que hizo una compilación de autores del ‘Simbolismo’ y la tituló así. Y también de Julio Flórez, el poeta colombiano más rutilante de esos años.

“Si miras el contenido lingüístico, la prosa de ‘La gran miseria humana’ y de otros de sus textos, puedes apreciar la riqueza lingüística adquirida de esas lecturas, porque él fue un autodidacta”, analiza Ferrer.

El soneto titulado ‘Pajarillo’, de Gabriel Escorcia Gravini, no solo corrobora lo dicho por el historiador, sino que pone de manifiesto el misterio de la muerte como inspiración y la espera de su momento final.

En tu jaula de alambres, prisionero, estás a tiempo pajarillo fino

Y solamente tienes libre el trino

que modula tu pico cancionero

Yo también estoy preso, compañero, en la inmensa jaula del destino

Y solo es libre mi cantar latino,

que lanzo con acento lastimero

Tú sueñas con el aire en que solías

batir tus alas en las tardes bellas

y piensas en el nido en que vivías;

yo espero que la muerte, sin querellas,

tronche muy pronto las tristezas mías,

para formar mi nido en las estrellas.

La orden médica de confinamiento por la lepra no fue cumplida a rajatabla por Escorcia Gravini, que solía ir de pesca nocturna con sus amigos y participar en algunas veladas culturales. Así lo explica el investigador cultural Giovanny Montero.

“El poeta recorría las calles de Soledad los domingos en horas de la noche, acompañado del también poeta José Miguel Orozco, compositor del himno de Soledad. Esos recorridos nocturnos terminaban en las afueras del cementerio central del municipio. Tengo el texto de una charla que sobre el tema dio el vate José Miguel Orozco: ‘Yo fui compañero inseparable del poeta hasta el día de su muerte. Yo paseaba con él dominicalmente y en horas nocturnas por las calles del poblado. Y dábamos fin a esos paseos, sentándonos en las bancas laterales del viejo cementerio. Allí él poníase a cantar, a la sordina, las canciones de Julio Flórez, de quien era fanático admirador, y también canciones suyas. Allí improvisadas, al compás de un instrumento de cuerdas que siempre solía sacar para endulzar sus dolores”.

Se cree que en esas visitas al cementerio de Soledad nació ‘La gran miseria Humana’. Montero y otros conocedores estiman que no fue un solo momento de inspiración, sino que Gabriel Escorcia Gravini fue hilvanando los versos en décima paulatinamente.

Otro de los mitos alrededor de este poema es en quién se inspiró. Lisandro Meza Junior, conocido artísticamente como Chane, en diálogo con el coleccionista musical Carlos Javier Pérez, de Candelazos Tropicales, dijo la historia que él y su padre conocieron fue la de un amor esquivo del autor por su condición leprosa.

“Se enamoró de una joven y él se escondía para verla pasar. No sabía cómo acercarse. Ella muere y él visitaba su tumba y ahí nació la letra”, según Chane Meza.

Esto, sin embargo, no coincide con otras versiones como la del investigador Montero, quien asegura que “’La gran miseria humana’ narra el diálogo imaginario entre un visitante de tumbas y una locuaz calavera, no está inspirada por una persona en especial”.

“Forma parte del lenguaje necrológico que el poeta Gabriel Antonio Escorcia Gravini empezó a construir a partir de 1912, aproximadamente, el cual se consolida en 1918 con la publicación de la obra en referencia, en un folleto titulado 'Pétalos y alfileres', editado por quien fue su mecenas, José Miguel Orozco”, detalla Montero.

En lo que sí pueden coincidir ambas versiones es en el origen de la aparición de un nombre femenino en los versos del poema:

La luna seguía brillando

En el azul de los cielos

Y las nubes con su velo

Sin miedo la iban tapando

Y en procesión pasando

Por la inmensidad secreta

Iba la brisa inquieta

Y retozaba en el sauco

Que emperlaba con su luz

Diana la novia del poeta

“Algunos relacionan a Diana con una de las esquivas damas del municipio de Soledad que el poeta pretendía. Digo esquivas, porque en la época del poeta había un rechazo social hacia quienes padecían lepra”, explica Montero.

Lo único cierto es que aquellos versos, grabados por Lisandro Meza —acordeón y voz— a ritmo de son montuno, con el sello Delujo, filial de Discos Fuentes, fue un éxito pese al escepticismo de la disquera y a los más de 10 minutos de duración de la canción, algo inusual para la época.

“Al día siguiente de la noche en que mi papá no pudo dormir escuchando al borracho declamar el poema en la calle, iba saliendo para la finca cuando se encontró al declamador. Buscó una grabadora, le dio una botella de ron y le pidió que le volviera a recitar los versos. Lo grabamos con el título ‘La miseria humana’ en Medellín y tuvo tanto éxito ese elepé que tuvieron incluso que venderlo sin carátulas porque la gente quería su vinilo y no daba espera a imprimirlas”, refiere Chane Meza.

Antes de esa grabación, ‘La gran miseria mumana’ andaba como de boca en boca como el bostezo, valiéndose de la tradición oral que incluso adoptó esas décimas como cantos de vaquería en el Caribe. Esto se debió en gran parte a la publicación que patrocinó José Miguel Orozco, dueño de una litografía.

Este folletín lo recordó el nobel Gabriel García Márquez en su autobiografía, ‘Vivir para contarla’:

“A mis amigos de la primera época les parecía incomprensible que me empeñara en escribir cuentos, y yo mismo no me lo explicaba en un país donde el arte mayor era la poesía. Lo supe desde muy niño, por el éxito de Miseria humana, un poema popular que se vendía en cuadernillos de papel de estraza o recitado por dos centavos en los mercados y cementerios de los pueblos del Caribe”, escribió el nobel.

Es en los camposantos, en el mundo de los muertos, donde aún mencionan el nombre del poeta como una figura mítica. Giovanny Montero está convencido que “Gabriel Escorcia Gravini buscó eternizar su existencia a través de la poesía”. Para comprobarlo cita un cuarteto escrito en su tumba que es también el epitafio de esta historia:

En el jardín de la melancolía,

donde es mi corazón un lirio yerto,

yo cultivo la flor de la poesía

para poder vivir después de muerto...

 

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