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‘Perder es cuestión de método’: 25 años de la obra de Santiago Gamboa

Tras su publicación en 1997, y su adaptación al cine en 2005 de la mano de Sergio Cabrera, los lectores de Colombia y de distintas partes del mundo siguen rindiendo culto a esta historia. 
‘Perder es cuestión de método’: 25 años de la obra de Santiago Gamboa
Foto: Colprensa
Colprensa

A mediados de 1995, cuando Santiago Gamboa participaba en la Semana Negra de Gijón, el escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II le dijo: “Oye Gamboa, ¿Por qué en Colombia no hay novelas negras? ¡Con todos los problemas que tienen ustedes!”.

Ante eso, el escritor bogotano le respondió que no sabía mucho del asunto y le parecía raro. “Los cuates de la Internacional de Novela Negra buscaron y no hay nada”, agregó Paco, a lo cual, y a manera de chiste, Gamboa le respondió: “Espera un año y te doy una”.

Para fortuna de todos, no fue un chiste, aunque Paco tuvo que esperar más de un año y poder leer ‘Perder es cuestión de método’, que era apenas la segunda novela del escritor, que se publicó en América Latina y España casi de inmediato, se tradujo a decenas de idiomas, incluido el Vasco.

Tras su publicación en 1997, y su adaptación al cine en 2005 de la mano de Sergio Cabrera, se cumplen 25 años de esta historia, que se sigue encontrando con los lectores de Colombia y en distintas partes del mundo. 

Entre la literatura y el cine

Se cumplen 25 años de la publicación de la novela, que ahora lanza una edición especial, y 17 de su versión cinematográfica…

Yo participé en los toques finales del guión. La novela fue adaptada por un argentino, Jorge Goldenberg, pero después lo aterrizamos bien en la temática colombiana con Humberto Dorado y Sergio Cabrera.

Me gustó mucho la película y me sigue gustando, de vez en cuando la veo, porque los actores son entrañables y tiene buena acción. Como dice Sergio Cabrera, “Yo no hice la película de la novela que Santiago escribió, sino la película de la novela que yo leí”.

Esa es una gran enseñanza, porque así parezca elemental, una película no tiene la obligación de ilustrar un libro. Solo tiene la obligación de ser una gran película, ser una obra separada, aunque con una filiación, y ‘Perder es cuestión de método’ lo logró, circuló muy bien por 37 países.

-¿Complicado escribir quizás la primera novela negra de la literatura en Colombia?

Es una novela plenamente urbana que para mí fue muy difícil en ese momento porque no había una gran tradición de literatura urbana en Colombia, pero en ese momento yo solo podía escribir de Bogotá porque es la ciudad en la que nací y crecí.

Mis contemporáneos de Perú tenían a Mario Vargas Llosa, los de México tenían a Carlos Fuentes y mil más, los contemporáneos míos argentinos ni se diga, sin mencionar la gran tradición en Europa, que realmente se volvía en un peso.

Recuerdo que con Mario Mendoza salíamos de clase de la universidad, caminando a las seis de la tarde por la Carrera Séptima, y nos preguntábamos: “nosotros qué vamos a hacer, nos va tocar escribir sobre esta ciudad”, pero los antecedentes no eran muchos, quizás Antonio Caballero con ‘Sin Remedio’, R.H. Moreno-Durán, pero muy poco, y nos dimos cuenta que Bogotá era una enorme ciudad sin literatura. 

Por todo esto, para mí era tan importante Bogotá en ‘Perder es cuestión de Método’ y siento que eso está en la película, lo que fue una gran alegría para mí.

La Bogotá cinematográfica de ‘La estrategia del caracol’ es la Bogotá de los setentas, entonces Sergio Cabrera hizo la Bogotá de esa época y luego, la de los primeros años del siglo XXI.

-¿Cómo asumió el reto?

Cuando Paco Ignacio Taibo me dice que no hay novela negra en Colombia en la Semana Negra de Gijón, yo empecé a conocer a autores rusos de novela negra, con obras que hablan de la KGB, el contrabando de armas del Ejército Soviético y esa especie de capitalismo en el que cayeron en cuestión de segundos.

También conocí los autores italianos tratando el tema de la mafia en todo tipo de ámbitos sociales, y los nórdicos, antes de su boom, me daba curiosidad qué escribían ellos en esos países tan perfectos, se concentran en crímenes pasionales, sin grandes gestas colectivas, porque no iban a criticar a un estados que les daba todo,

Me fui dando cuenta que cada escritor de novela negra tenía un diálogo muy cercano con la sociedad en la que vivía, por lo que para hacer una novela negra en Colombia, hay que mirar la realidad de esta sociedad. Me di cuenta que había espacio para una novela negra con todo lo que pasaba en Colombia.

-¿Cómo se transformó la novela negra?

Había que cambiar muchas cosas, como el héroe, quien no podía ser un detective, porque en Colombia no sabía de un detective que se convirtiera en héroe, y me incliné por un periodista, porque si encontramos personajes así, incluso los han asesinado o matado por ello. Siempre que he hecho novela negra mi héroe es un periodista.

-El impacto de la novela se genera desde el mismo título…

Es un título maravilloso, y puedo decirlo porque fue un regalo de Luis Sepúlveda, que lo iba a usar en su novela ‘Nombre de Torero’ y que se ajusta perfectamente a la historia de Colombia, que es un país que va de derrota en derrota, por la cantidad de crímenes, con muchas personas que iban a salvar al país terminaron siendo asesinadas.

La prensa lo ha utilizado mucho, recomiendan el libro, por el título, a algún político en decadencia. Además, ha sido traducido a muchos idiomas, y en todos ellos conserva el título. Es un título con total originalidad y un punto de vista cambiado.

-¿Cómo fue el recibimiento por parte de los lectores hace 25 años?

El libro cayó muy bien desde el principio. Era mi segunda novela, se publicó en Colombia y casi de manera inmediata en América Latina y España. Este libro lo leyó en tres días el editor en España y de inmediato lo publicó.

Fue un libro que desde su primer día cautivó a los lectores. Le tengo gran gratitud a Paco Ignacio Taibo porque sin saberlo, me dirigió a algo importante, porque en ese momento no había una novela de ese tipo en Colombia, pero lo interesante, es que la novela salió al mundo y se defendió muy bien.

Este libro, cuando se publicó en Italia, en cuatro meses vendió 25 mil ejemplares.

Éxito temprano

-¿Tuvo un costo para usted ese éxito tan temprano siendo su segunda novela?

Yo nunca he dejado de escribir de una manera muy rigurosa y responsable. Tras lo que sucedió con ‘Perder es cuestión de método’ sabía que me publicarían lo que escribiera, pero mi siguiente novela no tenía nada que ver con ella. Otro autor quizás hubiera hecho cuatro ‘Perder es cuestión de método’ seguidas.

Tras esta novela, yo hice un libro, quizás, es menos comercial, ‘Vida feliz de un joven llamado Esteban’, que es un tipo de libro que yo creo que todo escritor debe hacer en su momento, que es la historia de su vocación.

Con ‘Los Impostores’ volví otra vez a la novela negra, pero de una manera diferente, y luego con ‘El síndrome de Ulises’ me fui a una cosa completamente distinta.

Muchas veces las consecuencias del éxito de un libro es que el autor llega a una meseta de diez libros, hasta que se le agota todo, y cuando quiere escribir algo distinto, ya nadie lo sigue. Yo en cambio, siempre escribí un libro distinto.

Mis intereses de escritor van siguiendo mis intereses como lector, como queriendo completar novelas de distintos tipos.

Juan Marsé tenía una frase que es una enseñanza de vida: “Un buen escritor es el que se sobrepone a un frasco, y un mal escritor es el que nunca se sobrepone a un éxito”, y eso lo he visto.

-Tras la novela, Bogotá transformó su imaginario literario…

Bogotá es un escenario literario muy trabajado, que hay Bogotá en la obra de Mario Mendoza, de Piedad Bonnett, en Carolina Sanín. Se ha convertido en el escenario de muchos imaginarios literarios, por lo que Bogotá ahora sí tiene una gran literatura.

Uno de los trabajos de mi generación, y las siguientes generaciones, es inventar la novela urbana en Colombia que no existía. García Márquez, que era nuestro gran autor, no tiene a Bogotá, que solo aparece en ‘Noticia de un secuestro’ pero es una crónica.

Bogotá no deslumbraba a los escritores, como lo hacía el D.F. a los mexicanos, Buenos Aires o La Habana, porque no significaba tanto para un escritor de provincia. Hoy Bogotá es un imaginario mucho más grande de lo que era.

Usualmente el escritor utiliza el lugar donde nació y donde creció como adolescente. Ya después incorporé ciudades de mi propia vida, como Madrid, París, Roma y Jerusalén.

-¿Era importante darle a Bogotá ese estatus?

Bogotá refleja muy bien a la sociedad colombiana, con zonas de confort increíbles, es el paradigma de la exclusión, donde la gente pobre y humilde vive lejísimos de la gente rica, por lo que se demoran dos horas para ir a trabajar.

Al aristócrata bogotano no le gusta que desde su ventana se vea un paisaje distinto, así el costo sea que sus empleados se tomen dos horas de trayecto, lo que no pasa en otras ciudades del país.

-¿Una historia a la cual no le ha pasado el tiempo?

A las ciudades les pasa como a las personas, si sus defectos no se corrigen empeoran. El esquema de corrupción que plantea ‘Perder es cuestión de método’, es el mismo de hace 25 años, pero hoy es multiplicado por mil.

Un esquema de políticos, empresarios, terratenientes y la justicia, con mafias y la tradición de corrupción.

Recuerdo que en esa época, aunque era muy atractivo, no quise hacer un libro sobre el tema de la corrupción con el narcotráfico, pero en ese momento Colombia estaba en la explosión del Proceso 8.000, y si escribía una novela sobre el narcotráfico, nadie la leería como una novela.

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