Con dignidad pese al doloroso abandono, y una carga enorme de historias, personajes y una memoria que se niega a desaparecer, el Cementerio Central de Neiva, en Huila, es un escenario que sobrecoge en medio de los estrechos caminos y las tumbas que se apilan en medio de la vegetación.
Allí está el panteón del soldado huilense Gerardo Cándido Leguízamo Bonilla, quien hace parte de la historia del conflicto entre Colombia y Perú, a comienzos de la década del treinta del siglo pasado, Las tumbas convertidas en sitios de peregrinación de un eminente médico y de un bandolero conservador, y hasta el olvido y distancia en los que permanecen los monumentos funerarios en homenaje al periodista, empresario y líder obrero Reynaldo Matiz, y del músico y folclorista José Antonio Cuéllar “Rumichaca”.
“En el Cementerio Central de Neiva coexisten tumbas que evocan a personajes de la oligarquía y protagonistas de la historia regional durante los siglos XIX y XX, pero con posiciones contrarias a la élite”, recuerda la antropóloga Eloísa Lamilla Guerrero.
Sin embargo, en el caso de estos últimos, “sus sepulcros han sido ubicados en zonas marginales y periféricas del cementerio por donde transitan pocas personas”.
Recorrer los senderos entre los sepulcros es adentrarse por buena parte de la historia local y regional hasta llegar a momentos muy recientes. Por ejemplo, la Jurisdicción Especial para la Paz decretó desde 2021 medidas cautelares sobre el Cementerio -uno de los dos camposantos con que cuenta Neiva-, para proteger los cuerpos de víctimas de desaparición forzada, e incluso de ejecuciones extrajudiciales, dentro del conflicto armado, y que podrían estar sepultadas en el monumento 14 como personas sin identificar.
Y, como ocurre en otros sitios, no son escasas aquí las tumbas de quienes, desde la muerte, parecen otorgar favores y salud a los vivos. La del médico Hernando Moncaleano Perdomo -con cuyo nombre fue bautizado el Hospital Universitario de Neiva-, muestra un sinfín de pequeñas placas que expresan “en acción de gracias…”.
Igual ocurre en la tumba de Yolanda de Vargas, de quien no se tienen más referencias excepto las muestras de agradecimiento.
Sin embargo, el más sorprendente es el monumento funerario de Saúl Quintero, sobre el que unos cuentan que se unió a un grupo de bandoleros conservadores en el inicio de la violencia, mientras que otros cuentan que “robaba a los ricos para darle a los pobres, una especie de Robin Hood”, como relata Orlando Roa Perdomo, un humilde trabajador que acompaña las labores de cuidado en el Cementerio desde hace 30 años.
Como en la tumba de Quintero no hay espacio para más placas de agradecimiento, algunos han decidido mandar a hacer avisos grandes y ponerlos en la cabecera o a los lados del lugar. Abundan las flores y es de lejos una de las mejor cuidadas.
En el Cementerio Central encontramos la sepultura de Aurelio Atayde, de quien se dice fue un artista de un circo mexicano que llegó a Neiva. Atayde murió en la ciudad hace más de 90 años y una placa da cuenta de su lugar de nacimiento.
Pese al evidente desgreño que se observa en varias zonas, familias de gran reconocimiento social, gremios e instituciones conservan en el Cementerio sus monumentos y homenajes a sus integrantes. Un espacio que aún espera reivindicar la importancia de la historia escrita en sus pasajes y tumbas, y que es parte de la memoria de Neiva, el Huila y el sur del país.