Miguel Emiro Naranjo nació para enseñar y el destino se encargó de que lo hiciera a través de la música. En los albores de su segunda década de vida, este docente nacido en Ciénaga de Oro (Córdoba) descubrió en un aula el ritmo que se convertiría en su obsesión: el porro.
“Yo no era músico. Yo fui nombrado profesor académico para la escuela rural de Laguneta, corregimiento de Ciénaga de Oro. Estando allí me di cuenta de que los estudiantes silbaban una música que yo no conocía y les pregunté qué música era. Me contaron que la interpretan las bandas que llegaban al pueblo para las fiestas patronales”, recuerda el maestro Miguel Emiro.
Ese año de 1966 fue la primera vez que este avezado director, arreglista y compositor escuchó las palabras porro y fandango. Las anotó en su libreta y empezó una investigación que lo llevó a San Pelayo, donde se toca el porro más tradicional.
“Escuché las bandas y cuando regresé documentado les dije a los muchachos: ‘ya conozco la música’. Entonces me invitaron ellos el 19 de marzo de 1966 a conformar una agrupación musical que se convirtió en un proyecto de vida y así nació la banda 19 de Marzo de Laguneta, una de las más importantes del país”, anota.
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Miguel Emiro no duda en asegurar que, sin la vocación de los maestros rurales de la época, que iban al campo no solo a enseñar sino a compenetrarse con la cultura e idiosincrasia del pueblo, no hubiese descubierto su amor por el porro ni habría podido transmitirles esa pasión a los europeos.
Tan brillante como su trompeta, en los recuerdos del maestro permanecen fulgurantes las memorias de las tres expediciones que hizo a Francia para enseñarles el sucundún caribeño a los franceses que se interesaron en el porro.
Fue a través del musicólogo y compositor barranquillero Guillermo Carbó que unos galos, que habían empezado una cruzada para cazar sonido liderados por Thierry Bouchier, escucharon por vez primera un porro.
“Quedaron encantados por la manera cómo tocábamos, quisieron venir al festival de San Pelayo en 1996 y lo hicieron. En ese momento nació el proyecto. Alisté a los muchachos de la banda y viajamos en 1997 para enseñar el porro en la escuela musical de la población de Toucy, en la región de Borgoña (noreste de Francia)”, rememora Miguel Emiro Naranjo.
Allí permanecieron por tres meses e hicieron giras por países cercanos como Suiza y Holanda. En 1998, el maestro volvió a Europa junto a su amigo y compañero Rubén ‘Bombo mocho’ López, quien tuvo la difícil misión de hacer que los europeos tocaran el bombo con la precisión de los pelayeros.
En el 2000 retornaron a Francia por otros tres meses para culminar el proceso de enseñanza que ni siquiera la diferencia idiomática frenó, porque la música –dice Miguel Emiro- es un lenguaje universal. Y esta, que nació con los indígenas en la época precolombina, no es la excepción.
“Sembramos con mucha fertilidad esta música que hoy en día se manifiesta a través de casi todas las escuelas musicales de esa región europea. Nosotros tenemos en nuestro haber un patrimonio digno de mostrarle al mundo”, señala.
Para Miguel Emiro, pese a las apariciones de nuevas músicas para jóvenes el porro goza de buena salud. Es interpretado por orquestas tropicales, por conjuntos vallenatos, incluso por orquestas de música clásica.
Sin embargo, reconoce que las bandas de músicos, como la que dirige desde hace más de medio siglo, han sufrido reveses porque se desconoce la importancia de estas agrupaciones.
“Necesitamos de escenarios que sean bien acondicionados con la tecnología de ahora, de avanzada, para cultivar un público que asimile nuestro mensaje musical. Que graben esta música libre de pecado, que no incita a la violencia, que no incita la drogadicción, a la morbosidad ni al deterioro de ninguna generación. Es música para la convivencia y el baile”, concluye.