Unos meses antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, y de que las tropas alemanas invadieran la Ciudad Libre de Danzig, el matrimonio judío-alemán, conformado por Joachim Preuss y Emma Cherninsky, abordó afanosamente un enorme barco en el puerto de la ciudad. Con ellos viajaba Frank, un niño que previamente se había revelado como un prodigio del violín. Nacido el 14 de diciembre de 1930, el primogénito descubrió el instrumento por cuenta de su tío. Al poco tiempo ya tocaba con habilidad pasmosa lo que obligó a Joachim a buscarle un profesor idóneo. Lo llevó ante Henry Prinz, un reputado pedagogo que apenas le escuchó afinar las cuerdas no tuvo duda de que se trataba de un chico con cualidades extraordinarias. Poco tiempo después, Frank debutó como solista junto a la Orquesta Sinfónica de Danzig: ¡tan solo contaba con cinco años!
Luego de un tortuoso viaje que se extendió durante tres meses, la familia llegó a Colombia por el puerto de Buenaventura y luego se instalaron en Bogotá donde Frank retomó sus estudios con Gerhard Rothstein, quien lo preparó severamente. Ya entrado en la adolescencia fue recibido en la Orquesta Sinfónica de Colombia, constituyéndose en el miembro más joven de la institución en la que, a mediados de la década de los cincuenta llegó a ser concertino. En 1961 se graduó del Conservatorio Nacional y, en medio de los eventos dramáticos del Bogotazo, formó una familia junto a Concepción Latorre, con quien tuvo cinco hijas.
Su reputación creció en la época gloriosa de la Orquesta Sinfónica de Colombia, que por esos años dirigió el estoniano Olav Roots. Por esos días entabló amistad con su colega Jaime Guillén, con quien conformó el legendario Cuarteto Bogotá –que se dedicó a explorar la música de cámara local- y coincidió en Venezuela cuando fueron contratados por la Orquesta Filarmónica de Caracas. Durante esa temporada Preuss y Guillén se lanzaron a la loca aventura de darle a Bogotá una segunda orquesta.
Fue así como a las siete de la noche del 25 de enero de 1966, Luis Antonio Escobar, Eduardo Mendoza Varela, Andrés Pardo Tovar, José Ignacio Libreros, Carlos Medellín, Frank Preuss, Mario Posada Torres, Jaime Guillén Martínez y Raúl García constituyeron la Fundación Filarmónica Colombiana, una entidad sin ánimo de lucro destinada a la divulgación de la música culta en escenarios populares.
Nacía entonces la Orquesta Filarmónica Colombiana -antecedente inmediato de la Orquesta Filarmónica de Bogotá (OFB)- en la que se dieron cita algunos de los 35 alumnos del Centro Internacional de Violín -creado años antes por Preuss-, otros miembros de la Orquesta Pro- Arte -fundada por Guillén-, unos tantos exintegrantes de la Sinfónica de Colombia y de la Sinfónica Nacional, además de músicos activos de la Banda Nacional. La suerte estaba echada y, después de mucha expectativa, la recién creada Orquesta Filarmónica Colombiana debutó en el Teatro de Cristóbal Colón el 7 de julio de 1966, fecha legendaria en la que un nutrido público pudo escuchar “Las cuatro estaciones” de Vivaldi, el “Capricho para dos grupos de violines” del compositor colombiano Roberto Pineda Duque, y la sinfonía “El reloj” de Joseph Haydn.
La buena recepción de la ciudadanía y los halagos de la prensa no se hicieron esperar. Sin embargo, y pese al apoyo privado de melómanos, intelectuales y de algunas compañías financieras de carácter privado como J. Glottmann, el sueño se esfumó ante la imposibilidad de mantener tamaña empresa tan solo con algunos recursos esporádicos. Ante estas circunstancias, la Orquesta Filarmónica Colombiana no tuvo otra opción que entrar en pausa obligada a finales de 1966 no sin antes presentarse en fábricas, salas de concierto, escuelas y cárceles, prácticas en las cuales ya anunciaba la orientación educativa y democrática con la que la OFB se dejaría ver en los años posteriores.
Algo decepcionado, Frank Preuss emigró a Buffalo, estado de Nueva York, dio clases, pero no se desvinculó emocionalmente de la institución en la que había ayudado a levantar los primeros cimientos. De hecho, cuando en 1967 finalmente la Orquesta Filarmónica Colombiana pasó a ser la Orquesta Filarmónica de Bogotá –y se anexaba así al gobierno distrital- el violinista hizo acto de presencia en el Teatro Colón donde la OFB, el 19 de agosto de 1968, hizo su presentación oficial con Preuss como director asistente y solista. Al día siguiente, así registró El Tiempo su desempeño: “Figuró en último término el Concierto para violín Mendelssohn, en cuya versión volvió Frank Preuss –el solista- a ratificar sobradamente la abundancia y validez de los méritos que le tienen aseguradas, aquí y en el exterior, posición eminente y admiración razonada”.
La itinerancia fue una constante en la vida del violinista. En Gstaad, Suiza, a donde llegó a enseñar invitado por Yehudi Menuhin, conoció a la violinista Britt Landmark. Con ella inició una nueva vida marital que los llevó lejos de los paisajes tropicales. Estuvieron una larga temporada entre Michigan, Detroit y Ohio. El clima extremo le pasó la cuenta a quien ya se había acostumbrado a la calidez del sur del continente. Luego de volver temporalmente a Colombia, Frank fue llamado a dirigir la Orquesta Filarmónica de Caracas. Su nueva contingencia en tierras venezolanas le dejó como amigo a Aldemaro Romero. A mediados de los ochenta, de nuevo en Colombia, la pareja compró El Cortijo, una casa que durante años fue el centro de operaciones del Festival de Música de Zipacón. De las geografías cundinamarquesas pasaron a Villa de Leyva donde vivía la pianista Marjorie Tanaka. Con ella, Preuss grabó la conmovedora “Sonata para violín y piano”, de Guillaume Lekeu.
Invitado por su hija Ruth, Frank Preuss fue de visita a Ibagué, ciudad en la que definitivamente se quedó a vivir y donde murió el pasado 20 de junio. En 2012, cuando le preguntaron acerca de su oficio, respondió: “soy violinista, concertista, pedagogo y director, aunque no ejerzo la dirección con batuta, pero desde mi atril en la camerata yo toco y dirijo al tiempo, y todo lo disfruto. Soy una persona nerviosa, pero para enseñar tengo una infinita paciencia, y en la orquesta gocé cada momento hasta que dije ‘no quiero más, necesito descansar’. En cierta manera, estoy en buen uso de retiro”. El “violinista alemán más colombiano de la historia”, como le llamó el periodista Jaime Andrés Monsalve, afirmó también en esa ocasión que estaba satisfecho y agradecido porque todo lo había hecho con amor: “Nunca toqué una nota disgustado o sin ponerle atención, ni en orquesta ni solo”.