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Caminos de hierro, un tren que se atravesó en nuestro camino

Un recorrido por 33 lugares para dialogar con escritores e historiadores para encontrar la relación entre los ferrocarriles y la literatura.

Por: Eduardo Otálora Marulanda

La historia de ‘Caminos de hierro’ empezó a inicios del 2018, cuando estaba naciendo ‘Expedición vorágine’, el especial que salió al aire ese año. Y me remonto a ese momento porque fue allí cuando se gestó una idea que, poco a poco, se va consolidando en Radio Nacional de Colombia: el formato ‘expediciones’.

En ese entonces Dora Brausin, la subgerente de radio en RTVC, le siguió la cuerda a la idea que propuso Diego Alfonso, parte del equipo de gestión de Radio Nacional, de hacer un recorrido por los territorios que tuvieran que ver con La vorágine, de José Eustasio Rivera. La idea luego se convirtió en reuniones y más reuniones de las que, al final, salió un equipo de trabajo conformado por Diego Alfonso (como productor general), José Luís Mantilla (como productor de sonido) y yo (como director y guionista). Sin saber muy bien el trabajo que nos esperaba, nos comprometimos a viajar por medio país recogiendo testimonios y paisajes sonoros para, a nuestro regreso, crear una experiencia sonora que transportara a los oyentes a esos territorios donde todavía vive La vorágine.

Al final viajamos mucho, por trochas, ríos y carreteras. Y entrevistamos a cuanta persona se nos atravesaba, para identificar cómo seguía vivo ese libro en nuestro ADN literario. Y también madrugamos mucho para escuchar a qué suenan los amaneceres en Colombia. Y pasamos horas en silencio dejando que los sonidos del país quedaran registrados en la grabadora. De ese trabajo de campo salió ‘Expedición vorágine: un recorrido sonoro por la obra de José Eustasio Rivera’. La hermana mayor de Caminos de hierro.

La empresa de esta segunda expedición empezó con el coletazo de la primera. En medio de los viajes, quizás eufóricos por la aventura, se nos empezaban a ocurrir ideas para la siguiente expedición, sin siquiera saber si la primera nos saldría bien y nos darían la oportunidad para la segunda. Las ideas surgían a partir de lo que veíamos en las diferentes regiones o de las historias que nos contaban o mientras esperábamos en los terminales. Y por allá, en alguna parada en carretera al lado de una carrilera, apareció el tema de los trenes. Seguramente fue a Diego a quien se le ocurrió, porque a él siempre se le ocurren estas cosas descabelladas.

Sin embargo, de tener una idea a formular un proyecto hay un largo trecho. Por eso empezamos a trabajar intentando darle forma a esa intuición y se conformó un nuevo equipo. En este caso Diego continuaba como productor general y yo como director y guionista; pero se sumaron al grupo Dayana Campos (como productora de sonido en campo), Esteban Herrera (como realizador audiovisual) y Santiago Lozano (como productor de sonido en estudio). En este sentido también creció el formato ‘expediciones’. Pasamos de ser tres, multiplicándonos para cumplir con todas las tareas, a ser cinco en un proyecto mucho más ambicioso. Ahora no sólo queríamos proponer una experiencia sonora, sino que, además, íbamos a crear un “detrás de micrófonos” en video, que contara la aventura de los expedicionarios. Todo creció y esta vez las manos tampoco parecían suficientes.

Luego de muchas conversaciones empezamos a darle forma al proyecto a partir del hecho de que los trenes afectaron la economía y, por supuesto, la forma de vida en Colombia desde la segunda mitad del siglo XIX. Pero seguía latente un enorme reto: como habíamos logrado con la Expedición vorágine, debíamos volver sustancial la presencia de la literatura y, en esta oportunidad, lograr relacionarla con los trenes. Y esa relación no fue fácil de encontrar. Por supuesto que en nuestra narrativa hay obras donde el tren juega un papel, como el memorable tren de las bananeras cargado de muertos que relata Gabriel García Márquez en Cien años de soledad.

Pero el objetivo debía ir más allá de donde nos había llevado la expedición anterior, debíamos superar esa relación directa entre un territorio y una obra. Ese era el reto. Nada sencillo, pero fundamental. Entonces, luego de darle muchas vueltas y de no encontrarle forma, descubrimos lo evidente, como suele pasar. Nos dimos cuenta de que el objetivo de la expedición no era corroborar una relación, sino descubrir, desde la observación, cómo se daba de hecho esa conexión entre los trenes, la literatura y la cultura. En ese sentido, el trabajo para esta expedición era más antropológico y, por supuesto, incierto. Y así arrancamos a diseñar un recorrido que iba a estar guiado por las vías del ferrocarril, pero que no sabíamos a dónde nos iba a llevar, porque las líneas férreas en Colombia se pierden entre la maleza, así como sus historias.

Y entonces arrancamos. La expedición nos llevó por el Valle del Cauca, Caldas, Antioquia, Huila, Tolima, Cundinamarca, Santander, Cesar, Magdalena y La Guajira. Visitamos 33 lugares (entre ciudades, municipios, veredas y corregimientos) para dialogar con escritores, historiadores, gestores culturales, bibliotecarios, pensionados de los ferrocarriles y personas del común que tuvieran algo para contarnos sobre su relación con los trenes.

Así recogimos más de cien testimonios e innumerables paisajes sonoros que dan cuenta de la diversidad de nuestro país. Con todo este material armamos ‘Caminos de hierro’, un documental sonoro de diez capítulos (casi tres horas de duración total), que invita a los oyentes a una experiencia de inmersión en la que los sonidos y las voces los llevan a revivir este recorrido y a sentir como propia la relación que hay en Colombia entre los trenes, la cultura y la literatura.

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