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CERRAR

Los ‘Encostalados de Pacandé’, últimos guardianes del cerro tolimense

Los vestigios de una comunidad politeísta y aislada de manera voluntaria que tomó el cerro de Pacandé como el epicentro de su historia.
Fotos: cortesía Creandes y Señal Colombia
Ángel López

Jesús Quintero Arias es el hermano Lisandro, apelativo y nombre que tiene por la comunidad a la que pertenece. Es oriundo de Rioblanco Tolima, y a sus 71 años es el guardián y guía espiritual de los “Encostalados de Pacandé”, la cual tiene sus orígenes en la década de los 50.

Su papá lo trajo hace más de 60 años cuando tan solo tenía 12 años, “cuando él escuchó que había un apóstol en el cerro de San Luis, que hoy conocemos como Pacandé. Subían miles de personas por milagros y nosotros en ese momento teníamos un familiar enfermo. Uno por la salud va donde sea”; sin saber que años más tarde él sería uno de los últimos guardianes del cerro de Pacandé.

A cuatro horas de la ciudad de Bogotá se encuentra el municipio de Natagaima, Tolima, allí está ubicado el cerro de Pacandé, a orillas de la carretera panamericana que conduce al departamento del Huila, en la entrada de la vereda de Velú. El Pacandé es el cerro más imponente en el valle del sur del Tolima.

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Está cargado con una simbología para muchas comunidades religiosas e indígenas, para los católicos siempre ha sido un lugar de peregrinaje en Semana Santa y para la cultura Pijao es uno de los tres puntos de la creación de su cosmogonía indígena.

El hermano Lisandro cuenta que fue en 1960 que conoció al hermano Nicolás, fundador y primer guía espiritual de los Encostalados de Pacandé, nombre que se les atribuye ya que en esa época vestían túnicas hechas de fique, una de las penitencias que en ese entonces tenían que cumplir para alcanzar la espiritualidad.

Solo después de que tuviera unos 17 o 18 años -no recuerda muy bien, decidió irse a recorrer el país con dos penitentes que pasaron por su pueblo Rioblanco, Tolima.

“Yo le dije a mi papá que me quería ir vestido de costal con estos dos penitentes, a mi papá no le gustó mucho la idea, pero luego dijo que sí y fue el 13 de marzo de 1968 que me fui a caminar por las cordilleras hacia el Valle, donde sin ningún medio de transporte recorrimos Tuluá, Cali, Buenaventura, Popayán y retornamos a Pacandé al año de caminar y predicar”.

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Cuenta el hermano Lisandro que en estos viajes daban a conocer las calamidades que, según sus creencias, iban a suceder en el mundo, como terremotos, huracanes, entre otros.

Luego de algunos años y de la muerte del hermano Nicolás, en 1975 el hermano Lisandro tomó las riendas del grupo. En un artículo de Pablo Medina Uribe, ‘Los Santísimos Hermanos’, se relata la historia de esta comunidad desde su fundación por el hermano Nicolás, que en sus inicios se autodenominaron ‘los santísimos hermanos’.

En aquel entonces fueron bastante estrictos con sus hábitos; eran veganos, se autoflagelaban para castigar su carne, sus utensilios eran solo madera y piedras, ni siguiera un cuchillo podían utilizar, no tenían ningún contacto con la modernidad y mantenían con las túnicas de costal.

El hermano Lisandro mencionó que dentro de las costumbres y hábitos aún perduran “una dieta vegetariana, dejamos los vicios como el cigarrillo, alejarnos del mundanal ruido, practicamos la meditación y en los inicios hicimos varias penitencias, como fue subir a la punta del cerro de rodillas y vestirnos con túnicas de costal”.

Al preguntarle por qué no siguen vestidos de costal, se ríe y dice que la gente lo tomó como burla y prefieren no generar polémicas ni distracciones a las personas.

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“Solo quedan dos túnicas, las otras las quemamos para que no se hicieran ningún tipo de rito o se usaran sin el respeto que se merecen”.

La mayoría de los hermanos se han ido porque no hay ayudas suficientes por parte del Gobierno, manifestó el hermano Lisandro. también señaló que el camino no es fácil para algunos, pero que existen muchos simpatizantes “cada vez que necesitamos (…) se convocan hermanos de todas partes, ellos están en sus casas guardando lo que se les enseñó”.

En la actualidad los Hermanos de Pacandé residen en una casa que se encuentra aborde de carretera, allí se pueden encontrar unos tres, o los que lleguen; cuentan con una tienda que les ayuda a sostener parte de sus gastos. También está el lugar más sagrado, en la parte alta del cerro denominado las casitas, donde quedan los vestigios de lo que fue esta comunidad. Conservan algunas túnicas y chozas de la época, estableciendo así una especie de museo para los que suben el Pacandé.

Para el hermano Lisandro la comunidad está en un estado de reposo y meditación constante, más allá de las penitencias físicas, “nosotros estamos en la etapa del recogimiento, ya las penitencias son mentales y espirituales, dejar las cosas de este mundo es algo personal, nosotros seguiremos cuidando este lugar sagrado, nunca faltan personas, parece que somos pocos, pero somos suficientes”.

El Pacandé es más que sus 800 metros de altura. Guarda muchas historias. Una de ellas es esta comunidad religiosa que en realidad no tiene una religión en particular, pues tienen principios y costumbres politeístas, optando por una vida de aislamiento y meditación.

Así como diría la canción de Jorge Villamil, “Al sur, al sur, al sur del cerro del Pacandé entre chaparrales y alegres samanes reina la alegría que adorna el paisaje”.

Un paisaje que es la frontera entre el Huila y el Tolima, un mágico cerro que es puerta de salida y entrada, símbolo de indígenas y religiosos. El Pacandé que dejó sus costales, sin embargo, sigue siendo un místico y bello lugar al que le componen canciones por ser un sitio sagrado para todo aquel que lo visita.

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