San Cayetano, el pueblo que un 13 de mayo fue evacuado y trasladado
En 1999, este municipio cundinamarqués tuvo que ser desalojado a causa de una falla geológica que provocó el agrietamiento de sus calles y construcciones. Hoy trata de resurgir.
El 13 de mayo de 1999 en medio de organismos de socorro, cintas amarillas que cercaban los espacios, voces de alerta, cámaras fotográficas, y hasta helicóptero, los habitantes de un próspero poblado ubicado en el norte del departamento de Cundinamarca recibían la noticia de que debían abandonar su terruño debido al peligro inminente que representaba la falla geológica sobre la que se fundó su San Cayetano.
La incertidumbre, el miedo, la tristeza se apoderaron de los más de 5000 habitantes que veían cómo sus viviendas, calles y construcciones cedían ante la fuerza de la naturaleza, y cómo eso que creían imposible, dejar su pueblo, era una dolorosa realidad. Los estudios técnicos señalaban que la posibilidad de una tragedia era latente, pues una gran masa de lodo se desplazaba rápidamente por el casco urbano.
“El problema venía de antes. Hace 10 años hubo un tipo de avalancha que alertó sobre lo que podía ocurrir. Por eso, la Gobernación de Cundinamarca, a través de la Oficina de Gestión del Riesgo tomó la decisión de evacuar preventivamente a más de 200 familias”, señala Elver Edison Umaña, alcalde de San Cayetano.
Con la declaratoria de desastre municipal expedida por la Dirección Nacional de Prevención y Atención de Desastres se empezaron a gestionar recursos para los estudios y diseños que permitieran determinar el lugar para el traslado y reconstrucción de la primera etapa física del municipio, optando por el caserío Las Mercedes, en la parte alta al lado del cementerio donde se ubicaron los albergues en los cuales poco a poco los cayetenses se fueron acomodando.
“Al principio, fue un choque para la gente. El tener que abandonar sus casas. Verse obligados algunos a pedir ayuda a familiares. Tener que compartir cocinas, baños, lavaderos comunitarios. La convivencia fue un reto. Se generaron algunos conflictos, pero las personas sabían que lo que estaba en juego era la vida”; apunta el alcalde.
La evacuación y reubicación en los albergues, que contó, entre otros, con el apoyo de la Cruz Roja, la Defensa Civil, y la Policía, tardó varios meses, tiempo durante el cual la vida cotidiana se fue normalizando. Poco a poco, las carpas se fueron adecuando para el montaje de pequeños negocios, de espacios para los niños, del colegio y de aquellos para suplir las necesidades básicas.
Esta evacuación, resalta Umaña, fue considerada por la Organización Panamericana de la Salud-OPS- como uno de los casos exitosos en prevención de emergencia y desastres, en los que no hubo víctimas; así mismo, fue declarada como experiencia exitosa en el Concurso de Buenas Prácticas patrocinado por Dubái en 2002, y catalogada como GOOD. (Best Practices Database)
Retos y oportunidades
El día a día en los campamentos duró cerca de tres años, mientras en el terreno de La Unión, uno de los lugares recomendados por Ingeominas, y escogido por los habitantes, se construía el nuevo San Cayetano.
Así, en el 2002, se inauguró la nueva cabecera municipal en la que se fueron cimentando el nuevo colegio, las viviendas, el edificio municipal, el centro de salud, la iglesia (que es una pequeña réplica de la que hoy aún se sostiene en el pueblo viejo), el parque, el coliseo, bajo la bendición de la Virgen de la Chinga, patrona del pueblo.
“Si bien nos hemos ido acomodando a la nueva vida en un territorio donde brilla la paz, la tranquilidad y la seguridad (San Cayetano presenta cero delitos y cero homicidios) es claro que ha sido un proceso en parte doloroso, pues el arraigo a la tierra, las costumbres y tradiciones han cambiado. Muchos tenían viviendas más grandes, e incluso más de una propiedad, mientras que aquí, las casas fueron construidas todas iguales, una para cada familia”, explica el alcalde.
Hoy, dicen algunos de sus pobladores, San Cayetano parece más un barrio, una urbanización de ciudad con cerca de 230 casas, con desafíos aún por superar, como pocas oportunidades de desarrollo económico, las distancias que ahora deben recorrer quienes habitan en la zona rural para llegar al casco urbano, la pérdida de tradiciones, el mal estado de las vías de la zona, la difícil conectividad entre veredas y poblados.
“Luego de 23 años, San Cayetano sigue en construcción. Aún no tenemos hospital (funciona un centro de salud), ni cementerio, ni un comercio afianzado, no obstante, vemos un gran potencial en el turismo. Nuestra topografía permite escenarios muy bonitos, como el Páramo de Guerrero; tenemos diversidad de climas, ubicación estratégica, producimos papa, leche, panela, y tenemos una zona cafetera con un gran potencial, de ahí que estemos incursionando en planes turísticos como la Ruta de la Sal y la Esmeralda que llega a Muzo en Boyacá”, apunta el alcalde Umaña.
Pero tal vez, una de las mayores apuestas turísticas que se están explorando es aprovechar el interés que tiene la gente por conocer la historia y el territorio donde se ubicaba el pueblo original, más conocido como las ruinas de San Cayetano o pueblo viejo, donde aún quedan vestigios de algunas de las construcciones originales como la panadería, el colegio, el parque principal y el templo, quizás la construcción más representativa, no solo porque es una de las que se mantiene en pie, sino por lo que representa para los devotos lugareños.
“Vemos un gran potencial para reconstruir la historia de San Cayetano desde diversos ángulos, de lo que fue, de lo que sucedió, de cómo la evacuación y traslado han sido reconocidos como casos de éxito; y así mismo, explorar nuevas posibilidades como el apiario, un proyecto con la gobernación de Cundinamarca que funciona en la antigua plaza de toros, llamado ‘Abejas con la conservación’ con el que buscamos favorecer la polinización del lugar de forma que ayude a restaurar la erosión y deforestación de la zona”, explica Umaña.
De igual forma, aprovechando que desde el año 2000 fue declarado de interés cultural, diseñar propuestas culturales en las que se conozcan y recreen las historias, mitos y leyendas en torno al pueblo; seguir realizando jornadas de limpieza; así como promoviendo las participaciones de los visitantes a través de la siembra de árboles.
Hoy, el que podría ser el pueblo más joven de Colombia, no se rinde. De la mano y bendición de la Virgen de la Chinga, y de la tenacidad, empuje y amor de sus pobladores, seguirá renaciendo.