Luis Alberto Díaz nació hace 77 años en las playas de amor de Chimichagua, Cesar, tiene seis hijos y se define como un cultor y gestor cultural con énfasis en producción literaria puesta al servicio del rescate, difusión y defensa de las vivencias de otras épocas, de la identidad de los pueblos ribereños y del gozo de las palabras alrededor de los amigos.
‘El profe’ como lo saludan sus amigos, cuenta con una amplia formación en Comunicación Social, pedagogía, democracia participativa, formulación de proyectos, formación ciudadana, nueva cultura del agua y hasta director ejecutivo de la fundación para la capacitación ciudadana, Fundacomún.
Además, tiene experiencia como actor en series televisivas nacionales y director del relato costumbrista para televisión “Tenderos de oficio” donde declamaba con su voz elegante y pausada de locutor de antaño:
“Tiendas del pasado, sitio de encuentros y despedidas. ¡Vieja tienda de esquina! La de las cuatro onzas de queso duro pá rallá. La media de azúcar y la papeleta é café. La de mostradores sin pintura. De frascos grandes con arrancamuelas y panelitas de leche. La de la botellita de petrólio, porque la luz no amanece”.
Entre sus motivaciones literarias cita fundamentalmente a Gabriel García Márquez, “por la manera como hace un recorrido por esas vivencias del hombre caribeño, incursiona en los vericuetos sociales y les saca jugo a las cosas”, enfatiza.
Darío Leguízamo, coordinador cultural de la Biblioteca Rafael Carrillo Lúquez de Valledupar, afirma que “cuando uno escucha a Luis Alberto, escucha a la tierra. Es un hombre de territorio, de los dolores, del perfume de la cotidianidad, el perro, los seres amados, es como ese Candelario Obeso que se asoma. Lucho ha sido un lector permanente de eso que a él lo inquieta, y encontró una bella forma de describirla que es la poesía, porque la vive, la siente, vive en función de ella y lo lee en esa búsqueda como lector”.
En su obra ‘Encuentros’ Luis Alberto Díaz recoge poesía, cuentos y relatos cotidianos siendo su gran atractivo la visión propia sobre un tema que acapara la atención nacional: la paz. Con pensamientos como “Cuánto estamos dispuesto a perdonar a aquel que no nos ha pedido perdón”, busca sumar su aporte al propósito de la búsqueda de la paz en Colombia.
“Para ser feliz, no esperes a tus pies, la humillación del otro pidiéndote perdón, porque tu felicidad puede tardar”.
¡Ah pasado, si te hubieras tardado un poquito! El tiempo no se detiene en su marcha. Averigua qué has hecho de él.
“Los de cotisa, que habían entrado por el portón y comido en la cocina, ensayaban desde algún rincón de la sala. Uno cajeaba y el otro guacharaqueaba para que el del acordeón en busca de aceptación, interpretara versos “que no pegaban ojos” en busca de autores”.
“Las orillas de mi pueblo: Hay caminos que se pierden en la imaginación en busca del que los trazó”.
¡Ah! Tiempos de propuestas, de olvidos, presente en pocos testigos. Pretérito de inexploradas salidas. ¡Tiempo, bendito tiempo, cuando mi pueblo no tenía orillas!
“Se fue la sombrita conversadora del palo e’ matarratón. Los convocados de tarde en tarde no están. Desaparecieron los taburetes en desorden”.
“El gallo cantó otra vez. Hay caminos que se pierden mientras otros esperan al que los trazó”.
“Entretanto, desde algún lugar, tras pretendidos relatos iremos. A escondidas del viento, por lugares ignotos, iremos”.
“Sin saber por qué: fueron a la mar, y la mar confundida, en viscoso y putrefacto verdín, tratando de calmar su sed, trepaba por las zigzagueantes rutas de viejos afluentes”.
El poeta Luis Alberto Díaz recuerda que nunca ha participado en concursos ni ha expuesto sus obras en eventos literarios como la Feria Internacional del Libro de Bogotá, pero los destaca manifestando que “son importantes porque ayudan a rescatar algunos valores culturales entre tanta frivolidad, la identidad de la gente a través de las letras, ya que por dejar de leer se nos están llenando los espacios con muchos colores, parafernalia, cintas y demás, y eso no puede garantizarle a la humanidad, a los que nos precederán, cosas buenas y firmes tal como nosotros las recibimos de nuestros antepasados en disciplinas muy notorias, la escritura, la lectura, el respeto a los mayores, cosas que hoy parecen parte de un pasado no muy agradable para las nuevas generaciones”.
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“Por eso a través de mis relatos costumbristas trato de decirle a los jóvenes que el mundo no empieza cuando ellos aparecen, que somos herencia de muchas secuencias mentales y sociales anteriores”, señala el autor.
Entre sus proyectos figura una serie de textos costumbristas para un nuevo libro: “Casa de recto caballete, alar de dos aguas con palo de mechón en la entrada y lámpara de tubo en la sala”.