En el corregimiento de Pozo Hondo, en el municipio de Barrancas (La Guajira) en medio de siembras de yuca, malanga, frijol y otros productos nació, hace 54 años, Jorge Solano; ambiente que lo llevó a forjarse como un campesino nato, de esos que hacen que la tierra rinda sus frutos.
Precisamente ese amor por el campo lo llevó, en medio de una crisis en su pueblo, a buscar nuevos rumbos que le permitieran volver a la productividad. Fue así como, hace 36 años, llegó al municipio de Fonseca (reconocido por ser la despensa algodonera de la región) y luego pisó, por primera vez, el resguardo indígena wayuu Mayabangloma.
“Tuve una vida difícil. Mis padres son campesinos no tenían suficientes recursos para enviarme al colegio. No recuerdo en qué año, pero si hubo un tiempo que mis papás me pusieron a estudiar y me tocaba caminar del corregimiento hasta el municipio de Barrancas, pero la dificultad pudo más que yo, así que llegué solo hasta sexto grado”, narra Solano.
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Con una sonrisa continúa contando “la siembra de algodón fue lo que me trajo hasta acá en 1985, porque en ese tiempo el proceso de preparación de terreno se realizaba con machete, con pala, con azadón, desde entonces me quedé aquí en el resguardo”, cuenta Jorge Solano.
En Mayabangloma, Jorge es conocido con el apodo de ‘Kashatay’ por su color de piel que es blanco y cuando está bajo el sol se pone muy rojo.
Jorge es un hombre que vive del campo. La mayor parte de su vida se dedica al pastoreo, al cuidado de sus ovejas y chivos. Con sus waireñas y su wararat (Baston) camina los montes, los pequeños cerros del resguardo o, a veces, en bicicleta y con una facilidad, habla el Wayuunaiki.
“Nunca he recibido rechazo, tampoco discriminación, más bien a la gente de acá le gusta que hablo wayuunaiki. Para mí no fue difícil aprenderlo porque iba grabando en mi mente cada pronunciamiento de palabras y la traducción, posterior lo practicaba para hablarlo bien”, cuenta Solano mientras está tomando café, a su izquierda está la cocina de madera y su casa construida de Bareque.
Con una sonrisa y una mirada que transmiten felicidad, Solano recuerda las primeras palabras que aprendió en wayuunaiki y como las practicó “la señora donde yo vivía se llamaba Rosa Uriana yo no sabía nada, ella me decía eso se llama kurriya. ¿Yo decía eso que será? Después ella me decía es esa taza que tiene flores; Annerru que es ovejas, arruleja es pastoreo y así fue que aprendí poco a poco, la señora me iba diciendo y yo prestaba mucha atención”, sostuvo Jorge con una sonrisa que no podía disimular.
Desde entonces, Jorge es considerado un wayuu más del resguardo, lo respetan por su calidad humana, su empatía con los habitantes y todos los pastores, los wayuu conversan con confianza.
Su llegada a Mayabangloma le cambió la vida Jorge se casó con una wayuu, tiene siete hijos y seis nietos, “la familia creció y estoy contento”, manifestó.
Los líderes, autoridades tradicionales, mayores y abuelos conocedores de Mayabangloma lo reconocen como un verdadero wayuu, por su inclusión en las labores sociales como trabajos colectivos.
Jorge, mientras cruza los brazos y sonríe, asegura que “es muy bonita la cultura wayuu, la lengua materna es bonita hablarla; es identidad, es cultura. Es fácil de aprender, después que uno le ponga el interés lo logra. Hoy, poco hablo español y me siento feliz porque me ven más como wayuu”.