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María Rosa Mena, una sobreviviente de la masacre de Bojayá que cuenta su historia

La vida de María y su familia, no volvió a ser la misma luego del ataque con una pipeta de gas a la iglesia de Bellavista.
Foto: Colprensa
José Luis Murillo

El 2 de mayo del 2002, era aproximadamente la 1:00 de la tarde cuando María Rosa Mena Mosquera, una adolecente de 16 años, salía con su madre herida de la iglesia de Bellavista, cabecera municipal de Bojayá (Chocó), hoy 19 años después nos cuenta su historia.

En el 2002 la guerra se había recrudecido en el bajo Atrato por la llegada al territorio de un grupo paramilitar (Bloque Elmer Cárdenas), comandado por Freddy Rendón Herrera, alias 'El alemán'. En esta zona había hecho presencia la guerrilla de las Farc - EP, hoy desmovilizada.

Los días previos a la tragedia

Se fueron suspendiendo paulatinamente las actividades agrícolas, de cacería y de pesca, la tiendas, la escuela y el colegio cerraron, es como si el pueblo estuviera presagiando lo que días más tarde pasaría.

“El primero de mayo nosotros estábamos en casa todos; mi papa, mi mama y mis hermanos escuchando todo ese combate, yo recuerdo que todos nos metimos en un cuarto y como la casa era de madera, poníamos los colchones de paredes y nos los echamos encima, porque según eso detenía las balas”, relata María Rosa Mena.

Ese día, ella y su familia decidieron buscar refugio en un lugar que parecía seguro: “ese mismo día como a eso de las 2:00 nos avisaron que nos fuéramos para la iglesia y salimos corriendo todos. Me acuerdo que íbamos grandes, pequeños corriendo por detrás de las casas con todo inundado, descalzos con la mera ropa que llevábamos puesta”, dice.

Luego de un recorrido donde las balas caían de lado y lado, y después de cruzar un caño que separaba el barrio Pueblo Nuevo de la Unión, llegaron al templo.

“Llegamos a la iglesia nos recibieron los padres que estaban ahí, el padre Antún, el padre Antonio y los otros dos, llegamos mojados, sin comida sin nada; nos recibieron muy bien los padres y empezaron a buscar panes, agua de panela para comer y ahí pasamos todo ese resto de día del primero de mayo y la noche”, agrega María Rosa.

Fue una noche con una tensa calma, no sonaron los fúsiles y no hubo detonaciones de bombas, se escuchaba el sonido de la lluvia que caía intensamente.

La oscuridad

“Al otro día, a eso de las 10 u 11 de la mañana fue cuando hubo el impacto de la pipeta, en ese momento estábamos desayunando, nos habían dado pan con avena y no había alcanzado, entonces salieron a buscar más panes para seguir repartiendo a los que faltaban”, relata.

María dice no saber porque, pero ese día estaban reunidos por grupo etario cuando la muerte llegó desde lo alto, es decir, desde el techo de la iglesia.

“Yo estaba sentada con muchos compañeros cuando llegó el momento en que explotó la pipeta, es que no escuchamos ni el impacto, sólo fue un ruido; cuando abrí los ojos estaba completamente a oscuras, y así entre toda esa confusión salimos los que sobrevivimos”.

María recuerda la confusión y el temor, además de la incertidumbre por no saber qué había pasado con su familia.

“Yo corrí para la casa de las misioneras ubicada a unos 60 metros de la iglesia, unos corrieron para el monte, otros para el río y así sucesivamente; en ese preciso momento la gente salió como loca, yo salí de la iglesia sin nadie, no sabía se había quedado de mi familia alguien vivo, yo simplemente sabía que yo estaba viva”.

Volver por los suyos

En medio del caos y el temor, María se armó de valor y tomó la decisión de ir por su familia, sin saber si era seguro o no volver a la iglesia.

«Regrese a buscarlos, cuando al rato veo a mi papá que estaba buscando levantarse y sangraba por la cabeza y le pregunté por mi mama y me dijo yo no sé; lo cogí como pude y lo ayude a salir hasta ponerlo a salvo, después me consigo con una amiga (La Cholita) y me dice: "mami, tu mamá está en la iglesia, que la vas a sacar que no puede caminar", me acerco yo a la iglesia y me dicen los paras "¿niña usted para dónde va?, ¿usted no está viendo que hay plomo por todos lados?", y le respondí, "yo voy a buscar a mi mamá que está en la iglesia y no puede caminar, tengo que sacarla"», cuenta María Rosa con voz fuerte.

«Uno de ellos (de los paramilitares) me dijo "hágale", cuando llego, mi mamá estaba muy mal herida, me conseguí con muchas personas que también estaban heridas, que no podían salir”.

En ese momento dice, no sabía si alegrarse por encontrarla con vida o llorar por la forma en que encontró a su madre.

“A mi mamá le pregunté porqué no salía y me dijo que no podía mover las piernas, miro y veo que tiene la pierna fracturada y la otra con heridas también considerables. Luego Mignelia, la loca del pueblo, me ayudó a montarla en una camilla, yo la jale y la saque hasta que la lleve al río y la monte en una champa. Por el camino me encontré con muchas personas heridas pidiendo ayuda”, afirma María Rosa mientras parece transportarse en el tiempo.

“Cuando monte a mi mamá en la champa, regrese nuevamente a la iglesia y conseguí a mi sobrino Esneyder que estaba herido, lo lleve al río y regrese, me entregaron a mi sobrina que solamente tenía dos años a quien también llevé para la champa y así seguí yendo a la iglesia donde había muchas personas”, cuenta.

Para ese momento ya el sacerdote Antún Ramos, había organizado a las personas en la parte de arriba del pueblo, para que con trapos blancos y arengas (¿quiénes somos? -Población civil ¿Qué exigimos? -que nos respeten la vida), llegaran hasta unos botes grandes para desplazarse hasta el municipio vecino de Vigía del Fuerte, no sin antes recoger a los heridos que el rigor de combate les permitiera.

“En una de esas idas me consigo con Macaría, me dice que coja a su hija Nelda y se la entregue a Leiner Palacios, la recibí y se la llevé, regrese y me conseguí con Yinerla y también la llevé al bote y la entregue, no recuerdo a quien y seguí haciendo el recorrido buscando más personas hasta que llegó un punto en que se aclaró todo, y pude ver el horror de personas pidiendo ayuda y sin nadie que lo hiciera, ya no pude hacer casi nada, me pedían agua y no había, ayude a los que podían caminar, a los que podían salir los guiaba y los llevaba y a muchos nos los podía ayudar porque no tenía la capacidad de alzarlos y tocaba dejarlos ahí”, dice con nostalgia.

“Mi mamá me contó que ella me había entregado a La Mami (María Rosa) y ella me llevó con Liener y que gracias a ella logré sobrevivir”, afirma Nelda Asprilla sobreviviente de ese fatídico 2 de mayo.

Luego de cruzar el río utilizando las manos como remos, el panorama no fue nada alentador, la guerrilla presente en la cabecera municipal de Vigía del Fuerte no permitió la atención inmediata de los civiles heridos.

El viacrucis de quienes sobrevivieron

“Llegamos al hospital de Vigía del Fuerte, pero era inútil con nuestros seres queridos heridos porque no los podían atender, la atención era solo para los guerrilleros heridos, cosa que veíamos y no podíamos decir nada; mi mamá murió a los seis días después de la masacre, la llevaron para Medellín pero no pudieron hacer nada por ella, mi papá sobrevivió, pero está todavía con secuelas”, afirma María Rosa.

María Rosa Mosquera, madre de María Rosa Mena fue trasladada el 5 de mayo a la ciudad de Medellín, donde según el dictamen médico murió el 8 de mayo por necrosis. Por la gravedad de las heridas, los tejidos no se pudieron recuperar y la infección invadió gran parte de su cuerpo.

“Yo pensaba que si Dios me había dejado viva después de estar en ese mismo lugar donde muchas personas murieron, era porque me tenía destinada para hacer algo y ayudar a los demás, ya fuesen mis seres queridos o cualquiera que lo necesitara y eso fue lo que hice, no me dio miedo, ir venir y entrar y salir a pesar del momento que estábamos viviendo, con disparos y explosiones por todos lados; no sé de donde sacaba tanto coraje y tanta fuerza, pero creo que fue Dios”, concluyó.

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