Samaná es un pueblo ubicado en el oriente de Caldas. Entre las montañas que bajan de la cordillera Central y el inicio de los valles del Magdalena en la región, este municipio es la cuna de un artista que plasma la vida y la superación en su arte.
Allí nació Rafael Rodríguez. Criado hasta los 16 años en el pueblo, tuvo que huir al ver morir a varios familiares cercanos, y en medio de una búsqueda personal de su vocación, se dio cuenta precisamente que su pueblo era la musa de su inspiración.
Vivió allí su infancia y parte de su juventud, pero al pasar los años el enfrentamiento entre el Frente 47 de las Farc, el Bloque Magdalena Medio de las Autodefensas y las Fuerzas Militares, comenzaron a dejar huellas en su familia. Primero asesinaron a su padre Carlos Alberto Rodríguez (1995), y luego a su tío Juvenal Rueda (1996), por lo que Rafael vio que salir de su pueblo era la única opción para seguir con vida.
“Yo llegué a Manizales en 2011. Siempre me ha apasionado el dibujo y la pintura, y a través de mi hermana me matriculé en artes plásticas. En la Universidad de Caldas era muy introvertido y temía mucho decir que era de Samaná. No quería que la gente conociera mi historia”.
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Dice él que no es fácil para una persona decir que es víctima o es desplazada, pero prefirió no ocultar esta parte de su vida y volverla fuente de inspiración para sus obras.
“Cuando ya estaba estudiando la carrera me pregunté: ¿qué tipo de artista quiero ser? Para ser un pintor cualquiera, mejor ni me hubiera metido a estudiar. Tengo que aprovechar mi historia de vida, mis momentos fuertes”, recuerda.
Ahí fue donde Rafael empezó a buscar sobre el conflicto en Samaná, porqué la guerra se arraigó en su territorio, y porqué hasta su familia tuvo que ver allí. “Mi primer cuadro fue una pintura de la iglesia del pueblo (la parroquia San Agustín), vista por la parte de atrás.
Ese día en la exposición empecé a presentarme y corté en llanto cuando dije de dónde venía. No me pude recuperar hasta más tarde, pero fue ahí donde noté que podía ver el arte como algo sanador”.
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Desde ese momento toda la obra se ha dedicado al conflicto armado colombiano y a su impacto en Samaná, en donde más de 500 familias han participado en sus talleres y obras.
“Al ser víctima uno entiende más a las personas que han sufrido la violencia. Para ellos y para mí ha sido algo sanador, porque al hablar de lo que hemos vivido y lo que hemos sufrido, nos permite quitarnos una carga de encima”, señala Rafael.
En 2019 recibió una invitación para viajar con sus obras por Europa, y sintió, como él dice, que ya no le contaba su historia a unos pocos, sino al mundo, en ese caso a través de la Red Iberoamericana de Estudios sobre Resistencia y Memoria.
“En Madrid (España) estuvimos con la performance ‘No más silencio’. Allí conocieron mi trabajo en los medios y en la escena cultural y pude hacer mi trabajo más visible. También pude sentir la recompensa de que siempre mi trabajo a nivel artístico destacaba siempre en la Universidad”.
En ese mismo año Rafael tuvo la oportunidad de regresar al pueblo justo cuando entregó su trabajo de grado de Artes Plásticas. “En ese momento tengo una etapa de mi vida muy bonita. Terminé de estudiar, y las obras con las que hice ese último año, las dejé como donación al municipio, para que al mismo tiempo pudieran hacer parte de la memoria histórica de lo que somos en Samaná”.
Ese trabajo, llamado ‘Re-nacer’, consistió en juntar a 43 familias, incluida la suya, en la que se pintaron rostros del mismo número de personas asesinadas o desaparecidas en medio de la violencia. Adicionalmente a la obra, hay una pequeña cita narrada en primera persona contando sus rutinas. Finaliza con la fecha de su nacimiento y la de su posible fallecimiento.
“A esas familias las buscamos en todo el pueblo. Fuimos a pie, a lomo de mula, a las zonas rurales y no dejamos por fuera a ninguna así viviera lejos. En esta obra no solo hablamos de mi padre, sino de historias similares o más duras que la mía, las cuales me demoré casi tres años en ir, entrevistar y retratar estas historias que componen mi trabajo de grado”, dice Rafael.
En los últimos años Rafael también ha contribuido a través de su arte con entidades como la Fundación para el Desarrollo Comunitario de Samaná (Fundecos), el Centro de Estudios sobre Conflicto, Violencia y Convivencia Social (Cedat), la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por desaparecidas.
Aunque dice el refrán popular: “nadie es profeta en su tierra”, Rafael enfatiza en que este no es su caso. “Yo he venido haciendo trabajo con arte en mi pueblo, y la gente en el pueblo lo acepta y le gusta lo que hago. Nosotros como víctimas no vamos a olvidar lo que nos pasó, pero cuando aceptamos nuestra historia de vida podemos salir adelante, a través del perdón y la reconciliación”, finaliza.