Un buen viaje transforma, y es lo que le ocurre a los personajes de ‘El árbol rojo’, la nueva película colombiana que se estrena en las salas de cine del país este jueves. Una historia de relaciones familiares con todos sus conflictos, pero también con su solidaridad, con tres personajes que van atravesando el país, mientras redefinen el concepto de ‘familia’, que no siempre pasa por los lazos de sangre.
Todo un reto para Joan Gómez, director bogotano que se le midió a hacer una historia en el Caribe colombiano. “Soy totalmente de los Andes, de la montaña, pero con un gran espíritu Caribe, una región por la que siento una gran pasión y una conexión natural en muchos sentidos, pasando por lo cultural y musical, por supuesto”, aseguró.
La trama de la película inicia cuando la vida tranquila y bastante rutinaria de Eliécer se vuelca patas arriba al morir su padre y Esperanza, su desconocida media hermana de ocho años de edad, es llevada hasta la puerta de su casa.
Eliécer empaca su ropa y emprende un viaje a Bogotá en busca de la madre de la niña. A ellos se une Toño, un lanchero que sueña con convertirse en campeón de boxeo. Durante la travesía, se enfrentarán a mucho más que el camino.
Realizar una road movie implica sus propios retos, el primero de ellos escoger cuál era el centro de la historia, que nace en el intento de hacer un documental, que no se realizó, pero ese trabajo fue el pilar de la investigación del guión final.
“Era sobre Los Gaiteros de San Jacinto, sobre el final de la primera generación, de la que ya quedaban muy pocos. De hecho, el nombre de nuestro protagonista tiene que ver con Eliecer Meléndez, uno de los gaiteros de la anterior generación a quién conocimos y entrevistamos un par de veces, un personaje maravilloso”, comentó el director.
El largo camino de una película
-¿Cómo fue el introducirse en la cultura del Caribe colombiano para la historia de esta película?
Me parece, antes que nada, que tienen un nivel de genialidad, inteligencia y creatividad únicas, son muy auténticos, muy ellos. Esto se hace evidente cuando los escuchas contar una historia, son excelentes narradores. Es esta cosa tan natural, el ritmo con el que narran es muy rico… como su música.
-¿Cómo llegó a la historia que quería contar?
Más allá de la historia o el relato plasmado en el guión, para mí definir cuál es la idea central es de lo más complejo y delicado. Saber, o mejor, intuir de qué tema estás hablando o quieres hablar y desde qué punto de vista, es un proceso sensible, como hilar fino.
Es casi un trabajo de minería en el que martillas una y otra vez la roca hasta que aparece la pieza que quieres, para al final del camino pulirla y encontrar el que consideras tu diamante.
Este caso no fue la excepción, fue un largo proceso desde el punto de partida, con un marcado interés por esta temática de la complejidad de las relaciones familiares, pasando por reflexiones personales de vida y familia.
Con respecto a la paternidad, fue ir encontrando y descubriendo que, a partir de estos tres personajes y sus relaciones, en un contexto ambientado por la gaita, tenía los elementos para abordar el viaje, la historia de lo que les ocurre en dicha travesía y, más importante aún, el tema del que en el fondo quería hablar.
-¿Ya había tocado el tema de los asuntos familiares antes?
Mi anterior corto, ‘Asunto de gallos’ tiene esta temática familiar, las relaciones disfuncionales padre e hijo, en un ambiente tan particular y hasta metafórico de los gallos de pelea, para abordar esta relación.
-¿Cuál fue el reto más grande al hacer esta película?
En un sentido genérico, debo decir que la labor del cineasta, sea desde el rol de director o productor, siempre pasa por tres palabras que aplican de manera mucho más amplia a la vida: resistir, persistir, e insistir. Nunca dejo de hacerlo y así logro convertir los proyectos en realidad. Creo que esta reflexión resume de buena manera el reto diario que tuvimos con nuestro equipo de producción.
Durante los años en que la película recorrió un largo camino, incluyendo una pandemia, para llegar a su encuentro con el público colombiano en las salas.
Otro reto fue abordar desde afuera la cultura Caribe con todo lo que ello significa: su música, su manera de relacionarse, su forma de comunicarse, su sentir. A partir de estos elementos intentar sumergirnos en ellos, de tal manera que pudiéramos retratar de una manera verosímil y respetuosa eso que yo llamaría el ‘Universo Caribe’.
Una premisa que también estuvo presente en ese retrato de la hostil realidad social, que en algunos pasajes de la película se encuentran nuestros personajes, es la de que, como cineastas, tenemos una responsabilidad ética de no caricaturizar estos temas que nos golpean como sociedad y como país. Siento que al final hemos logrado superar estos retos, pero en realidad es el público el que ahora, cuando la película cobra vida ante sus ojos, tiene la palabra.
Por el mundo
-¿Cómo recibió la película el público de los festivales en otros países?
El lenguaje del cine es universal y eso es muy poderoso. Resulta muy interesante y gratificante para el equipo y para mí como director, el nivel de lectura y recibimiento que tiene la película. En culturas tan diversas como la europea, la india, o la norteamericana llegó directo al corazón y les resultó profundamente conmovedora.
-¿Qué mirada les dejó a esos públicos ‘El árbol rojo’ sobre Colombia?
Cada uno de nuestros personajes y sus relaciones entre sí están construidas con tal sutileza, que el público extranjero entiende que hay unas complejas realidades sociales en nuestro país, pero que esa no es la esencia de la película. Le dan relevancia a nuestra temática principal en torno a las relaciones familiares, sus conflictos, la paternidad o la maternidad no asumida y a la solidaridad. Entienden que, finalmente, son una manada, que puede o no compartir lazos de sangre, ser otra forma de familia.
-Si, definitivamente El árbol rojo nos presenta otro tipo de familia…
Los tres personajes protagónicos tienen un gran sentido humano. Hay una escena en particular que nos muestra cómo logran mirarse entre ellos con compasión y cómo van tejiendo sus lazos, en medio de las diferencias y los conflictos. Creo que eso es parte de la construcción total de la película.
Hay un nivel de similitud entre su relación y las de una familia, las dificultades, las renuncias, las vicisitudes durante el camino los convierten en un tipo de familia improvisada, pero finalmente una familia.
Por Colombia
-¿Y las locaciones?
Atravesamos una buena parte del país con un gran y talentoso equipo de rodaje. Tener a Colombia como una bella escenografía es un privilegio para cualquier cineasta y para todo un crew que trabaja también en pos de la imagen, lo es más aún.
Tuvimos locaciones al lado del mar, luego nos adentramos y apareció la sabana de Sucre; en el Magdalena fue la locación más alejada que tuvimos, una remota estación de gasolina, y allí rodamos una escena de las más intensas de la película, paradójicamente en un lugar bellísimo y silencioso.
Luego nos trasladamos a Santander y apareció inmediatamente la montaña, representada en el Cañón del Chicamocha, Barichara con su belleza única… y luego el altiplano con la imponente cordillera, hasta llegar a Bogotá, la gran ciudad capital.
Toda esta variedad de paisajes también hizo que tuviéramos una diversidad de climas, del calor extremo del Caribe, al frío de la montaña a 3.000 metros de altitud. Fue una rica experiencia y se convirtió en una gran manera de vivir juntos el viaje de la película y sus personajes.
Debo anotar que más allá de la estética de la imagen, lo más significativo para la película es como el paisaje se fue convirtiendo en un personaje que interactuaba con los protagonistas, e incluso a veces se imponía con la fuerza de la naturaleza, al mismo equipo de rodaje.