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Desde adentro: mujeres pianistas en el jazz colombiano

Antes de la década de los setenta no hay un solo registro discográfico que nos indique de la presencia de mujeres en el jazz.

Por: Luis Daniel Vega.

Escasos son los pianistas y las pianistas de nacionalidad colombiana que en el ámbito solista del jazz han dejado registros discográficos. En comparación a países latinoamericanos como Brasil, México y Argentina, Colombia permanece rezagada y sin historia robusta. Sin embargo, vale la pena recordar algunas escaramuzas fonográficas que, más allá de la rareza, se constituyen en el primer esbozo de un rompecabezas exiguo. El más viejo de estos vestigios le corresponde a Emilio Murillo Chapull, quien a principios del siglo XX grabó en Nueva York para el sello Columbia algunas piezas cercanas al jazz en ritmo de ragtime y foxtrot. Más de cincuenta años después el barranquillero Juancho Vargas hizo lo suyo con “The waltz”, una composición de Dave Brubeck incluida en El Jazz en Colombia, un disco escurridizo prensado en 1967 por la RCA Victor. Entre 1996 y 2016 se publicaron cuatro discos de piano solista: Legado (1996) del malogrado Mauricio Bechara Cadavid, Pianosolo (2001) de Pablo Schlesinger, Yegua de la noche (2012) de Holman Álvarez y Más allá de las montañas (2016) de Ricardo Gallo. El más reciente de estos escasos registros se titula Desde adentro, el debut en solitario de la bogotana Francy Montalvo.

Nacida en 1980, Francy Montalvo se inició en los quehaceres musicales con la orquesta del Instituto Pedagógico Nacional. Más adelante, ya en la universidad, un cuestionamiento desató la creatividad: ¿cuáles son los vasos comunicantes entre los lenguajes del jazz y las músicas andinas colombianas? Cómplices en las posibles respuestas a su pregunta fueron los pianistas William Maestre y Germán Darío Pérez, y el guitarrista Javier Pérez Sandoval. Junto a este último –ya ambos como profesores- iniciaron un proyecto de investigación en la Universidad El Bosque que, gracias a una beca otorgada por el Ministerio de Cultura en 2006, llegó a buen puerto con la publicación del libro Método de Improvisación en el Pasillo de la Región Andina Colombiana. De ese documento –que tuvo como punto de partida la versión que Héctor Martignon hizo del memorable pasillo instrumental “Coqueteos” de Fulgencio García- se desprendió En Esencia (2009), un disco que marcó el inicio de Carrera Quinta, la banda que desde ese año ha sido el laboratorio inventivo de Montalvo y Sandoval.

Luego de dos grabaciones más junto a Carrera Quinta –Carrera Quinta Big Band (2016) y Traslaciones (2019)- de una encomiable labor pedagógica y de interactuar en el teatro musical junto a María Isabel Murillo, Francy Montalvo recapitula esa pregunta esencial que la ha mantenido ocupada durante dos décadas. Desde adentro (2020) es su aventura más osada e intuitiva que, según ella, llega de manera natural: todas sus exploraciones anteriores fueron imaginadas desde el piano. Grabado entre marzo y abril de 2019 en la sala de conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, el disco contiene seis piezas originales de Montalvo en las que el pasillo –vestido de luminosas nostalgias, sucintos romanticismos y viejos arrullos bogotanos- deambula libremente. En su gesto arriesgado no solo desafía el prejuicio estético que desde hace varios años se cierne sobre el pasillo; también nos arroja un interrogante coyuntural: ¿quiénes son las mujeres pianistas del jazz colombiano?

Aprovechamos la feliz circunstancia para trazar la cronología de una historia que, como muchas de las historias de las mujeres en la música en Colombia, ha sido condenada al desdén.

Jean Galvis y Viola Camacho, las pioneras

Antes de la década de los setenta del siglo pasado no hay un solo registro –ni discográfico, ni bibliográfico- que nos indique de la presencia de pianistas mujeres en el ámbito del jazz en Colombia. Solo hasta mediados de la década de los setenta hace su aparición Jean Galvis, una artista nacida en Bucaramanga a principios de los cincuenta. Tal como lo refiere el baterista y escritor Javier Aguilera en sus crónicas de la noche bogotana, Galvis aprendió empíricamente a tocar jazz en Estados Unidos a donde viajó cuando era muy joven. Volvió a Colombia para quedarse en Bogotá. Allí se unió a la banda del bar Doña Bárbara y, posteriormente, inauguró El Jazz, un mítico club que se ubicó en la calle 90 con carrera 15. Desdichadamente murió sin haber dejado grabado ningún disco.

Por su parte, la pianista y arreglista barranquillera Viola Camacho –hija de Ángel María Camacho y Cano- ha sido una de las protagonistas indiscutibles del circuito de jazz en Barranquilla. Ella, junto a personajes como Jorge Emilio Fadul y Einar Scaff, fueron las cabezas de una pequeña escena que a finales de los noventa abonó el camino para que finalmente la ciudad consolidara su potencial con la primera edición de Barranquijazz en 1997. A pesar de varios proyectos en su historial, Camacho no tiene registros discográficos, salvo su aparición esporádica en el disco Encuentro de leyendas (1995) de Fadul.

Los primeros discos

Ante la ausencia de registros anteriores, podemos decir que en el 2008 –cuando Laura Lambuley editó su disco Piano en blanco y negro y Adriana Vásquez brilló en Raga que zumba del bajista Juan Sebastián Monsalve- se marca un precedente histórico en lo que tiene que ver con las mujeres pianistas del jazz en Colombia.

Hija de la desaparecida cantante y pintora María Murcia, y del investigador, arreglista y compositor Néstor Lambuley Alférez –ambos miembros originales y fundadores de la influyente agrupación Nueva Cultura-, Laura Lambuley hace parte de una generación de músicos que reaccionaron ante moldes y paradigmas ortodoxos. Llano en blanco y negro fue una categórica declaración de principios en la que se revelan músicas influenciadas tanto por el joropo, el choro brasileño, la música de cámara y el jazz. Este disco -tan vertiginoso como inclasificable- va más allá de la explícita cita llanera y pasa tranquilamente desde Liszt hasta el romanticismo de Bill Evans.

Cantante y pianista, Adriana Vásquez estudio en la Facultad de Música de la Pontificia Universidad Javeriana. Luego de viajes a festivales de músicas raizales –donde llamó la atención por su versatilidad interpretando bullerengue y currulao- se enlistó en Comadre Araña, una agrupación vocal dirigida por Juan Sebastián Monsalve. Fue precisamente el bajista quien la invitó para que hiciera parte de su trío que en 2008 publicó Raga que zumba, un disco donde Vásquez deslumbró por la manera inteligente de abstraer la música compleja del compositor y bajista bogotano. Casi minimalista, la pianista logra salir avante a una serie de composiciones que pasan del pasillo al joropo o de las ragas indias al vallenato sabanero.

Afuera de Colombia

Aunque han desarrollado su carrera fuera de la geografía colombiana, no podemos dejar por fuera de este recuento a Tatiana Castro Mejía, Carolina Calvache y Lina Lomanto, tres pianistas muy disímiles y contrastantes.

Desde hace más de una década Tatiana Castro Mejía vive en Buenos Aires. Influenciada por corrientes que apuntan al free jazz, a la improvisación libre y la música de cámara, Castro se ha abierto camino por su decidida vocación experimental. De eso dan cuenta proyectos como el Colectivo de Compositores (2013), el dueto al lado de la saxofonista Ada Rave, el dueto de improvisación y danza con el baterista Hernán Rodríguez, el quinteto SinAncla –con el que exploran la música de Eric Dolphy- y el dueto con el trombonista Francisco Salgado con quien propone una revisión del repertorio de Thelonious Monk. La más reciente participación de Tatiana Castro ha sido con el colectivo de mujeres improvisadoras La Jaula se ha Vuelto Pájaro. Entre 2012 y 2018 ha publicado cuatro discos: Ciclos, Sinancla, Ugly beauty y Giro y vuelvo y giro.

A pesar de su meteórica carrera en Nueva York, Carolina Calvache suele pasar desapercibida en Colombia. Formada en el Conservatorio Antonio María Valencia de Cali, Calvache debutó en 2014 para el flamante sello Sunnyside con Sotareño, un disco en el que su recuerdo de las tradiciones musicales caucanas se confunde con los entuertos rítmicos del jazz latino moderno. Vida profunda (2020), su segunda entrega como líder, es un proyecto dedicado a sus canciones –para la muestra “Te conocí de nuevo”, un bolero junto a Rubén Blades- y la musicalización de piezas narrativas de Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y Porfirio Barba Jacob.

Por su parte, la bogotana Lina Lomanto culminó su carrera en el conservatorio del Liceu en Barcelona –ciudad en la que vive desde hace más de diez años- y luego pasó una breve temporada en Nueva York donde estudió con el legendario Barry Harris. Su impronta ha quedado registrada en discos de corte jazzero junto al bajista David Mengual, otros más cercanos al pop, el dub y al hip hop con las cantantes Suzanna y Aida Oset. También se ha involucrado con la música sefardí al lado de la agrupación Cantadme Galanica Hace parte del trío de hip hop FIF (Future is Female) y del dueto Mater junto a la cantante y flautista venezolana Yexza Lara con quien editó en 2013 Colores, una hermosa grabación compuesta por canciones originales inspiradas en músicas populares argentinas y brasileñas.

La nueva generación

La aparición de Melissa Pinto y Andrea Hoyos en la escena del jazz local hace apenas un lustro reveló a dos músicas de alto vuelo e imaginación superlativa. Ellas cierran esta cronología de pianistas mujeres del jazz colombiano.

La genética jazzera de Cartagena se remonta a principios de los años veinte del siglo pasado con la legendaria Jazz Band Lorduy. Allí nació Melissa Pinto Nieves, quien vivió hasta su adolescencia en la ciudad amurallada antes de cambiarla por la ciudad blanca, es decir, la Universidad Nacional de Colombia. En 2011 inició Pintotumama, un proyecto de creación en el que rastreó la conexión entre las bandas pelayeras, el sonido viejo de Nueva Orleans y las sonoridades de Pedro Laza y Justo Almario. El resultado fue Oí na ama (2014), un disco que, además de brindar una síntesis ingeniosa de músicas colombianas de las dos costas, se acerca al humor de Puerto Candelaria y la ironía de Jorge Sepúlveda, dos influencias que Pinto ha reconocido en diversas ocasiones. En 2017, antes de instalarse en Alemania, Melissa Pinto editó Familia Caribe, una grabación en la que explora con arrojo la música de marimba de chonta y la champeta criolla.

A la joven cantante y pianista bogotana Andrea Hoyos la conocimos con las ingrávidas canciones del quinteto Balandra y la vimos descargando afro beat junto a La BOA. Muy cauta –o muy despistados sus interlocutores- no delató en esas incursiones un proyecto que nos sorprendió hace dos años. Con el noneto Cachicamo publicó Esbozos del llano (2018), disco transgresor que se ubica en un punto referencial de las exploraciones entre el joropo y el jazz. La búsqueda de Hoyos, más allá de la postal turística, es metafórica: nos devela un llano imaginado desde la ciudad convulsionada. Su enardecida mitología personal se traduce en potentes ensalmos como “Voz del río (himno entre ruinas)”, una canción muy apropiada para estos días extraños.

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