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Ocho novelas colombianas que suenan: la música como protagonista

A propósito de la publicación de ‘La noche de los forasteros’, recordamos algunas novelas locales en las que la música es protagonista.
Luis Daniel Vega

Desde que apareció en el panorama ‘¡Que viva la música!’ ya son varias las novelas colombianas cuya arquitectura total está cimentada en la música. Ya sea como banda sonora, escenario o pretexto para descubrir nuevos significados de un lugar histórico determinado, la elaboración literaria de avatares musicales se ha robustecido en los últimos cuarenta años. A propósito de la publicación de ‘La noche de los forasteros’, recordamos algunas novelas locales en las que la música es protagonista.

¡Que viva la música! (Plaza y Janes, 1977)

Un mes antes de suicidarse, Andrés Caicedo (1951- 1977) recibió por correo un ejemplar de ‘Que viva la música’, una novela que incluye, entre otros asuntos, la banda sonora que resuena en sus pliegues, una crónica de la muerte de Brian Jones y la memorable descripción alucinada de un concierto de Richie Ray y Bobby Cruz.

Juan Gustavo Cobo Borda, quien con perspicacia la incluyó en el número 19 de la Colección Popular del Instituto Colombiano de Cultura, describe de esta manera la obra cumbre del atormentado escritor caleño: «(…) en la novela ‘¡Que viva la música!’ su protagonista, María del Carmen Huerta, una rubia con aire de princesa y “loca pero loca” por la música, desciende desde su confortable seguridad burguesa al oscuro abismo de la prostitución y la droga, muy consciente de lo que hace, muy deliberada en su elección, muy capaz de cambiar su anterior pasión por el rock, asociado al Norte, por la salsa, emblemática del Sur obrero y proletario».

Conciertos del desconcierto (Plaza & Janes, 1981)

El debut literario de Magil, como es conocido el escritor tolimense Manuel Giraldo, transcurre en medio del esplendor y la decadencia del proyecto hippie en Colombia durante los setenta. Para ello se vale de un malogrado narrador anónimo cuya prosa caótica –sintonizada con la jerga de la época- hace contrapunto con los pretenciosos discursos espirituales de Macarius, El Profeta del Ruido.

Ambos, desde sus vaguedades, exponen el fracaso del amor y la fraternidad, ideales que sucumbieron al establecimiento. Si bien es una ficción, en la edición que conmemoró los 25 años de la novela, el autor expresa que construyó el relato basado en rasgos y circunstancias biográficas de quienes vivieron los particulares eventos de la década:

«Grupos como Aeda, Ameríndios, Terrón de Sueños, Caja de Pandora, La Gran Sociedad del Estado, Cíclope, La Banda del Marciano, Los Apóstoles del Morbo, Malanga, Los Flippers, Siglo 0, La Columna del Fuego, Génesis, entre otros, fueron los inspiradores de esta novela e igualmente los gestores del movimiento representado en personas como Humberto Monroy, Édgar Restrepo Caro, Alvaro Díaz, Arcesio Murillo, Fernando Tabora (Sibius), Gustavo Arenas, Manuel Quinto, Mario García, Humberto Caballero, Tania Moreno y otros muchos entre locutores y periodistas que a través de sus programas de radio, columnas en la prensa o mensajes en directo animaron e informaron sobre cada concierto».

La nostalgia del melómano (Alfaguara, 2005)

La primera novela del periodista Juan Carlos Garay (1974) gira en torno a Francisco Talavera, quien regenta una disquería llamada El Cocodrilo Discos donde trabaja, también, Miranda. Talavera es tímido, errático, torpe y enamoradizo. Cada asunto de su vida gira en torno a las correspondencias aleatorias entre el movimiento de los astros, los avatares climáticos y las historias amontonadas en los vinilos.

Persigue con obsesión resignada los tres discos de 78 revoluciones que contienen las ‘Variaciones Goldberg’ grabadas por Wanda Landowska en 1933. Le huye a los embelecos de la vanidad y, a veces, recurre al espiritismo para averiguar urgencias extravagantes. Tiene el corazón enredado y un enigma discográfico por resolver.


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C.M no récord (Alfaguara, 2011)

Algunas novelas de la producción narrativa colombiana de la última década han construido sus ficciones alrededor del rock. En el caso específico bogotano, el llamado rock alternativo local es la banda sonora de unos años agitados, marcados por el fin de las violencias narcoterroristas, el optimismo de la nueva constitución y la visión nihilista de la realidad agazapada entre el fervor de Rock al Parque y la zozobra de un país resquebrajado política y moralmente.

Con una prosa experimental, ágil y telegráfica, Juan Álvarez (1978) en ‘C.M no récord’, su debut como novelista, deja ver las desventuras de la agrupación Candidatos Muertos, cuyos integrantes se enfrentan al desencanto de la industria musical y vibran con el romanticismo de quien deposita sus anhelos juveniles en los azares de una banda de rock.

La escuela de música (Random House, 2018)

Pablo Montoya Campuzano nació en Barrancabermeja en 1963. Parte de su juventud la vivió en Tunja donde se inició en el oficio redactando sus primeros cuentos y escribiendo programas de mano. Allí mismo estudió en la Escuela Superior de Música de Tunja, experiencia que cuarenta años más tarde –luego de una larga temporada en París- se transformó en ‘La escuela de música’, novela de formación en clave autobiográfica que nos revela las andanzas de Pedro Cadavid, un joven medellinense que entre el aprendizaje rígido de la música clásica occidental vive con angustia la desazón de los convulsionados años ochenta. Como una enredadera, la música envuelve esta novela en la que Montoya –como ha sido habitual en su obra- reflexiona con hondura y lucidez acerca de nuestra historia atravesada por las diversas formas de la violencia.


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Pogo (Pensamientos Imperfectos, 2019)

Exodontólogo, realizador visual y escritor, Mauricio Montes se dio a conocer en el ámbito literario con la crónica ‘Desde la vergüenza’ (2015), en la que cuenta sus aventuras como inmigrante en San Francisco, California. A esta le siguió ‘Pogo’, una novela que tiene tanto de realismo visceral como de humorada juvenil. En una suerte de melodrama punk ambientado en la segunda mitad de los noventa en Bogotá, la narración se concentra en Agustín, un chico irascible cuyo deseo es tener un hijo con Amanda.

Entre la ira y el amor, el veinteañero desfoga su furia en el bar K. Cobain Nunca Tocó Aquí y Planeta Pogo, un insólito gimnasio en donde, además de boxear, practica con sus compinches los reconfortantes rituales del pogo. De fondo suenan canciones de 1280 Almas, Ramones, La Pestilencia o New Order.

Toques de son colorá (Seix Barral, 2020)

Las mujeres que transitan la obra de Adelaida Fernández Ochoa son sobrevivientes de las violencias patriarcales. Una de esas víctimas que, en este caso particular han conjurado el estupro a través del baile, es Rosa María Carabalí Mendoza, protagonista de ‘Toques de son colorá’. Modista y radiante bailadora, Rosa, junto a su amiga Maribelén, se aferran al guateque y la melodía para emanciparse: «Si algo lucho Rosa en la vida con su manera poco ortodoxa de luchar, fue su autonomía, por eso no convivió con un hombre. Y le apostó a la familia que se formó al fragor de la rumba, sin lazos tutelares ni imposiciones, apenas la expectativa de gozar.

Pero jamás estuvo al amparo de la amistad, ella fue su propio amparo, con su oficio de modista», escribe de su heroína la escritora caleña, quien evoca, asimismo, a la vieja guardia de la salsa en Cali que fundó su mitología en la década de los setenta. En las páginas, trenzadas con ritmo demoledor, hay lugar, también, para reivindicar al pinchadiscos, otra figura clave de la extraordinaria saga salsera:

«En realidad, su talento ha sido poner a sonar los discos y coleccionarlos. Es un melómano. De él aprendimos la devoción. El acetato, severo son, nos seduce. El cabezote reta mi pulso, mide mi estado anímico, cuando me espolea una emoción, mis dedos dejan de ser los dueños absolutos de la motricidad fina, la aguja recupera su natural perversidad y raspa el disco. Hay suspenso. Un instante de espera que se puede llenar de recuerdos. Para nosotros, los amantes del acetato, la expectativa es que la aguja no salte ni se pegue, que no estropee esa joya de ébano, y de los surcos brote la música»

La noche de los forasteros (Lugar Común, 2021)

Otra de las novelas colombianas cuya banda sonora se sumerge en la salsa dura de los años setenta es ‘La noche de los forasteros’, obra con la que el escritor cuyabro Jerónimo García Riaño fue finalista del Premio Nacional de Literatura de la Universidad de Antioquia en 2019.

Ambientada en una ciudad sin nombre que bien puede ser Cali, Medellín o Bogotá, la historia gira en torno a los desencuentros sentimentales de Andrés, un profesor de Sociología, quien, entrado en los cuarenta, regresa a su terruño para comprender y conjurar, simultáneamente, el duelo y las consecuencias de un amor ambiguo. Para ello escava en viejas noches de baile y melomanía en las pistas de Borincuba y Guararé, dos bares imaginarios que, en la novela, acogen la algarabía de forasteros y forasteras en constante despedida, abrazados siempre por el deseo.

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