La faceta desconocida del director Víctor Gaviria, el poeta de los excluidos
Antes de convertirse en un reconocido cineasta, Víctor Gaviria probó en su adolescencia las mieles de la poesía. En este artículo analizamos su obra cinematográfica desde sus creaciones literarias.
Una de las imágenes más recordadas en la historia del cine colombiano es posiblemente la de Lady Tabares, una vendedora de rosas en las calles de Medellín junto a Giovanni Quiroz, más conocido como ‘El Zarco’, en la edición 51 del Festival de Cannes, celebrado en el verano de 1998. En este festival, el más importante del mundo, ‘La vendedora de rosas’ de Víctor Gaviria sería nominada a La palma de oro, junto a películas como: ‘La vida es bell’a de Roberto Benigni, ‘La celebración de Thomas Vinterberg’ y Los idiotas de Lars Von Trier.
Revive el reencuentro entre Víctor Gaviria, Lady Tabares y Ramiro Meneses
La importancia de esta imagen radica, por una parte, en el reconocimiento a la obra cinematográfica de Gaviria, quien por segunda vez estaba nominado a un Palma de oro, comparando su obra con la de los mejores directores del mundo; pero, por otra, bien podría ser la metáfora perfecta de toda la obra del cineasta colombiano, pues como él mismo lo afirma, su obra trata de mostrar y hacer visible la vida de las personas que están al otro lado de la exclusión.
Por una noche Lady Tabares y ‘El Zarco’ fueron estrellas de cine en las calles de Cannes, pero nos diría Platón: ‘expulsen a los poetas de la Polis pues tienen el poder hacer pasar lo falso por real’... Así las cosas, Gaviria debería ser expulsado, por poeta, más no por ocultar la realidad.
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En este artículo analizaremos la vida de Víctor Gaviria poeta y su obra cinematográfica a la luz de su poesía. Para eso debemos remontarnos a su juventud y años de formación, que sin duda serán de gran importancia para la construcción de esa mirada única que lo llevó a convertirse en el cineasta colombiano con mayor reconocimiento a nivel mundial a finales del siglo XX, y que, hasta hoy, continúa sorprendiendo a su público con la crudeza de sus historias y la fuerte realidad que ellas habitan.
Gaviria nació en 1955 en el seno de una familia numerosa de clase media, hijo de un médico originario de Liborina, Antioquia, quien decidió trasladarse a Medellín para ejercer su profesión. Allí, el futuro cineasta iniciaría su vida académica a los seis años en el Colegio Calasanz, en donde por primera vez tuvo un acercamiento con el cine a través de la película española ‘Marcelino pan y vino’.
Con esta obra, influenciada por el neorrealismo italiano, Gaviria sintió una relación de identidad entre el cine y la realidad, pues pudo identificarse con el pequeño niño que había sido recogido por los frailes franciscanos para ser educado. Situación similar a la suya con los sacerdotes escolapios.
Pero fue años más tarde, en el colegio San Ignacio, al cual lo trasladaron sus padres por la cercanía con su casa, donde su amor por la poesía y las humanidades afloraron, pues como él mismo cuenta, allí tuvo relación con compañeros y maestros que lo introdujeron en ese mundo ilustrado que estaba naciendo a finales de los años sesenta, en el cual los autores del Boom Latinoamericano y las ideas de filósofos como Sartre, Camus, Nietzsche, Marx y Freud empezaron a hacer mella en el joven Gaviria, quien desde entonces sintió que se transformaba en poeta.
De sus años en el colegio San Ignacio recuerda con especial cariño, de entre todos sus compañeros, a Alberto Quiroga, un joven mayor que él, que tras perder un año, llegó a su curso y le cambió la perspectiva, como él recordó en una entrevista con Susana Turbay Botero.
“Ese tipo nos cambió a todos, porque era muy culto. Llegó hablando de Cortázar, de Gabriel García Márquez, de Cien años de soledad, de Vargas Llosa, de todo el Boom Latinoamericano. Yo ni sabía que eso existía”: Víctor Gaviria, cineasta colombiano.
Esta relación marcó un antes y un después para Víctor, pues desde ese momento se asentó en él un pensamiento crítico que lo llevó a ser un adolescente encerrado en sí mismo, que solo sentía una conexión con el mundo a través de las palabras, la poesía y las ideas. Así fue como terminó en un grupo de estudio con Rodrigo Pérez, un profesor de la Universidad Nacional que indirectamente era alumno de Estanislao Zuleta.
Este grupo, según el cineasta colombiano, desencadenó una mística cultural impresionante pues había espacio para debatir sobre Thomas Mann, Nietzsche, Freud y Marx, abriéndole así una visión nueva de la cultura desde la perspectiva política.
Años después, siguiendo los pasos de su maestro y con la convicción de convertirse en escritor, Víctor ingresó a la Universidad Nacional a estudiar Matemáticas. Durante esos años conoció a los más grandes poetas antioqueños y colombianos y él mismo se convirtió en un poeta publicado, haciéndose acreedor del Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus (1978) y Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia por ‘La luna y la ducha fría’.
Tal vez, Gaviria pase a la historia de nuestro país por su filmografía y por ser uno de los mejores y más originales directores de cine de su generación, pero su obra literaria, para muchos desconocida, es igual de prolifera, con cerca de una decena de libros publicados: Con los que viajo, sueño (poesía, 1978), La luna y la ducha fría (poesía, 1979), El campo al fin de cuentas no es tan verde (crónica, 1983), El pulso del cartógrafo (antología, 1986), Lo que digo se refleja en el agua (poesía, 1987), El pelaíto que no duró nada (crónica, 1992), El rey de los espantos (poesía, 1992), Los días del olvidadizo (poesía, 1998), La mañana del tiempo (poesía, 2003).
Escóndanme, días necios, escóndanme, días perdidos,
escóndanme como a monedas viejas, como a fotos de aniversario
o de infancia.
Escóndanme para que la oscuridad me enseñe
qué amor puede tener una llave escondida por una puerta
cualquiera.
Cúbranme con algo tan espeso como la tierra,
cúbranme de sueño y alejamiento, escóndanme
como al cuerpo de una desgracia, guárdenme
de este tiempo inútil que no aprovecho,
esperen que crezca mi corazón y que las sombras
le enseñen la fuerza y la humedad de la luz,
el paraíso indecible de estos días.
Ahora que conocemos cómo surge el poeta, podemos ver con otra perspectiva, o luz, su obra cinematográfica, pues tal vez esta no sea más que una extensión de su poesía. ‘Rodrigo D. No Futuro’, sin duda, marca un antes y un después en la historia de la cinematografía nacional, pues, como él mismo lo afirma, el cine estaba volcado al campo y a hablar de la violencia política de los años cincuenta y sesenta.
Escucha el podcast Hecho en Colombia sobre cómo se hizo la película Rodrigo D. No Futuro
Sin embargo, en el momento en que Gaviria decide hacer la historia de un joven del barrio Manrique de Medellín, que quería suicidarse saltando de un edificio, descubre un universo nuevo: la realidad de todos los que viven al otro lado de la exclusión, la que, en su opinión, es la mayor de las violencias porque despoja poco a poco a las personas de su humanidad.
Por esta razón, su cine busca retratar la realidad de los otros, de los olvidados, de los oprimidos que están en el lugar de la exclusión y que gracias a la obra de Gaviria han encontrado una voz siendo ellos mismos, dando un sentido a su existencia y a su propia realidad a través del cine, esa potente herramienta de humanización, que funciona en doble sentido, pues como espectadores de su obra, también nos volvemos más humanos al encontrarnos en la pantalla a esos personajes que, día a día, nos resultan invisibles en las calles, y que gracias a la obra de Gaviria, nos enseñan que no hay mayor poema que la realidad misma.
Tal vez, por esta mirada única, en la que poesía, realidad y vida son una misma cosa, es que su cine puede entenderse como un gran poema a los excluidos.