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San Victorino, pasado y presente de la capital

Este es el relato de uno de los espacios por excelencia para el comercio y la tradición capitalina.

Por: Richard Hernández

Visitar el sector de San Victorino en Bogotá es ingresar a un escenario diverso en sonidos, olores, y colores. Es enfrentar una polifonía de fuentes sonoras que, por la naturalidad con que llenan el ambiente, no dejan de producir asombro entre los transeúntes.

Cuando usted llega a su plaza principal encuentra todas las gamas posibles de vendedores informales, migrantes de todas las regiones de Colombia dispuestos a hacer realidad ‘el sueño bogotano’.

A pleno pulmón, como en una competencia de quien le imprime más decibeles al grito, usted se entera de las ofertas del día: jugo de guanábana y mandarina; tres pares de medias por cinco mil pesos, protectores de pantalla para celulares y gaseosa a mil, entre otros productos con los precios más bajos de la ciudad.

También podrá observar al vendedor de paletas, al de música popular y al fotógrafo, con su moderna cámara y un gran sombrero, siempre listo a sentar en un caballo de madera a los pequeños clientes, a quienes sus mayores desean eternizar en una imagen su anhelo de ser mexicano.

Foto: Richard Hernández.

Cuando menos lo espere, será abordado por los pregoneros de los almacenes de piñatas, de ropa, de cobijas y hasta por algunas mujeres que se dedican a la prostitución, quienes deambulan alrededor de ‘La Mariposa’, escultura del artista payanés Edgar Negret, con la que se inauguró en el año 2000 la nueva cara de este espacio, después de haber sido desmanteladas las antiguas Galerías Antonio Nariño, que fueron creadas en 1962, por el alcalde de esa época Jorge Gaitán Cortés.

San Victorino se caracteriza por tener un mercado popular donde se puede encontrar desde papelerías, cacharrerías, almacenes de ropa, calzado y textiles, hasta la venta de libros de segunda mano, en casetas que llevan funcionando muchos años, y de útiles escolares a un precio económico, en otros locales cercanos a la plaza.

Además, desde hace unos 20 años, todos los miércoles y sábados se realiza el llamado ‘Madrugón’, desde las cuatro de la mañana, jornadas en donde comerciantes que llegan de diferentes partes del país aprovechan las ofertas para comprar ropa que luego venden en sus pueblos y ciudades. En la temporada decembrina, el ‘Madrugón’ lo hacen todos los días, a partir de las dos de la mañana.

Germán Mejía Pavony. Foto: Richard Hernández.

El sector de San Victorino, que se podría definir como un ‘mercado Persa’, porque el comprador puede conseguir cualquier producto, también tiene una interesante e importante historia; tal como lo cuenta Germán Mejía Pavony, filósofo, historiador y decano académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Javeriana:

“San Victorino es resultado de una decisión que se fue tomando temprano en el siglo XVI. El ingreso original a la ciudad era por el norte, no en vano la Calle Real era la que comunicaba el río San Francisco a la Plaza Mayor, porque en las primeras décadas de existencia de la ciudad se entraba por el camino que venía de Tunja, es decir de norte-sur”, explica.

Pero se logró desviar y acortar, el camino desde Carare, hoy departamento del Santander, hasta Honda, Guaduas, Villeta y Bogotá.

“Este camino le generó a Bogotá una situación muy particular y es que le cambió la entrada de dirección norte -sur por occidente – oriente, y ese es el origen de San Victorino”, comenta Mejía.

Sobre las características de la primera plaza de San Victorino, Mejía señala que, al unir el puente con el punto de salida del camellón de occidente, del camino a Honda, se hizo que no sólo adquiriera esa forma atípica de las plazas coloniales, sino que fuera un nudo de una actividad trashumante de gente que entra y sale, de una gran actividad comercial, al ser la principal puerta de la ciudad.

Foto: Richard Hernández.

En 1578, San Victorino es declarada la cuarta parroquia de la ciudad. La primera fue la Catedral, que es la fundacional, luego le siguió las Nieves y Santa Bárbara.

Un hecho importante es la presencia de varias comunidades religiosas, como la de los capuchinos a finales del siglo XVIII, quienes se instalan por los lados de la alameda vieja, que es hoy la Carrera 13, llegando casi a la Plaza de San Victorino.

Uno de esos capuchinos era Fray Domingo Pretés, un monje español y arquitecto, quien diseño varias obras civiles y eclesiásticas, como la Catedral Primada de Bogotá.

“Fue quien construyó el acueducto de San Victorino, que a diferencia de los anteriores, no recogía agua del río San Francisco sino del río Arzobispo, el cual va a cruzar en diagonal toda Las Nieves, llegaba por supuesto al convento, pero la ciudad le exigió que tuvieran un pila pública. Entonces, Petrés va a diseñar en plena Plaza de San Victorino una gran pila, la cual va a ser la más grande de la ciudad, tenía doce pajas de agua, y va a estar ahí funcionando hasta finales del siglo XIX”, sostiene Mejía.

Entonces, San Victorino se convierte en la parroquia con mayor extensión: “Y continúa con su vocación comercial, una zona de artesanos, de alborotadores, es famoso los días después del 20 de julio 1810, cuando desde San Victorino, los chisperos siguieron a José María Carbonell, hasta la Plaza Mayor”.

La conmemoración del centenario de la Independencia se le cambia el nombre, como Plaza de Nariño y se manda a construir una estatua de Nariño la cual va a estar hasta 1948.

Foto: Richard Hernández.

Otro aspecto importante que resalta Mejía es la canalización del río San Francisco: “La canalización cuando llega a la curva donde está la plaza, le va a cambiar un poco la fisonomía, porque el río generaba barrancos y con la canalización esos caminos hacia el río los va a convertir en calles. Después de la curva hacia el sur, era las afueras de la ciudad y por eso, por ahí, va a estar la carnicería de Santafé de la ciudad colonial, donde se echaban los desperdicios del matadero”, relata.

Además, afirma que, como puerto terrestre, en San Victorino van a llegar el ferrocarril, el transporte de tracción animal, que recorría la Sabana durante el siglo XIX y cuando ya entra el siglo XX, se va a convertir en una estación de buses y taxis.

Otro aspecto que destaca Mejía sobre esos cambios es que se fueron quedando unas zonas muy bellas en arquitectura.

“Si uno coge desde el Ricaurte hacia el oriente, eso debería ser el centro de la ciudad. Y si uno toma la Jiménez, se parte en dos hacia el norte, lo que es el barrio La Favorita, hasta llegar al Santa Fe. También si toma el sur hasta Los Mártires y la Plaza España, toda esa parte desaparece de la memoria de los bogotanos. Se vuelve una zona peligrosa, difícil, entonces la Bogotá histórica es desde la décima hacia arriba”, expone.

Foto: Richard Hernández.

Sobre el futuro de la arquitectura de esa zona, Mejía afirma que hay un conservador de edificios que es la pobreza. “Mientras tengan uso, van a seguir existiendo, ¿Cuánto vale el metro cuadrado en San Victorino?, es de los sitios más caros de Bogotá, por el uso que tiene, ahí hay una arquitectura que no vale mayor cosa, pero hay otra que sí y se ira decantando”.

Este es el relato de uno de los espacios por excelencia para el comercio y la tradición capitalina. San Victorino sigue escribiendo su historia como punto clave para el crecimiento y la rutina de una ciudad que no para como Bogotá.

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