Concepción: el colorido milagro de la cotidianidad
Uno va a la ‘Tierra de los Córdovas’: a recordar lo elemental de la vida y a contemplar la belleza simple que se esconde detrás del colorido milagro de la cotidianidad.
Concepción, o también conocido como ‘La Concha’, es, de lejos, uno de los pueblos más lindos de Antioquia. Famoso por ser la cuna del héroe independentista José María Córdova, este rinconcito paisa de antaño se ha convertido en uno de los destinos preferidos de los turistas. Y es que, con todo y el paso de los años, Concepción todavía conserva su encanto de pueblo solitario, algo así como una estancia lejana y silenciosa, acaso aderezada por el cordial saludo de sus gentes.
Sus coloridos zócalos, la rara miniatura de sus calles, el vetusto misterio de sus ventanas, el aura que reviste el cabalgar de los campesinos, y cada acera, cada puerta, cada perro, hacen de este un sitio de estampas e imágenes para la memoria. Quien llegue a él, podrá contrarrestar el frío de montaña con un café humeante, pero al mediodía se verá atizado por ese calor de invierno tan particular de algunas regiones del Oriente antioqueño.
No resulta difícil pensar que Concepción fue fundado en 1771 (a veces esas fechas parecen tan extrañas a la memoria), porque allí es más fácil perderse en los laberintos del tiempo. Y es justo a eso a lo que uno va a la ‘Tierra de los Córdovas’: a recordar lo elemental de la vida y a contemplar la belleza simple que se esconde detrás del colorido milagro de la cotidianidad.
Detrás de las ventanas, en las habitaciones de los sueños sus habitantes combaten el frío sumergidos en sus tibias camas. Uno se pregunta: “¿Qué pensará?”. Un portón de casona atestigua su paso lento. De cuántos amores o dolores ha sido testigo una ventana. Allá, adentro, solo hay espacio para la imaginación. Soñarse una vida allí: sencilla, elemental, lejos del ruido casi telúrico de la ciudad.Mientras cabalga, el eco de los cascos rebota entre los zócalos de la calle. Sabe que lo hemos visto, rumbo a la jornada, y emula una mínima sonrisa. En el parque principal, que más bien tiene el aspecto del patio interior de una vieja casa, las palmeras custodian el monumento del Héroe de Ayacucho.Una paleta de colores para pintar el camino. El sol se derrama sobre las piedras. En los solares, nada extraño: una platanera. Demasiada gloria para escenificar el mejor baluarte de un pueblo diminuto. A Córdova lo escolta un campanario, y al campanario, un cielo lechoso.Rosales, como en los viejos tiempos. Imaginar a los fantasmas caminando por los zaguanes y a los pájaros bañándose en la fuente viva. Ya es hora del almuerzo. Por la ventana se escapa un olor sazonado. A media voz, un radio llena con su música el ámbito vacío. Los llaman simplemente “campesinos”: justa definición para “hombre”, “fuerza”, “trabajo”, “tesón”, “sudor”, “tierra”. Jardineras que saludan, unánimes, los balcones floridos. “Información turística”, dice el letrero como si el turista necesitara más que las estampas de Concepción. El horizonte, el verde horizonte. Años ya que las tejas de barro desaguan la lluvia del cielo antioqueño. Camina por la acera, no por educación, sino por el beneficio de la sombra. En la pared, el escudo ya no sostiene la bandera.Dice una canción: “Dame una fe sencilla, como cruz de rústica madera”. La luz del solar pinta el “chifonier”. Otros dirían “armario”; ¿o “almario”?Para divisar: el tránsito del peregrino, la procesión anual, el laico que va hacia la iglesia, el niño en su huida, la noche, el tiempo.Obsérvese detenidamente. Nada más.
