“Leandro Díaz deja de llorar / y suspirar el día que muera”. Esas tristes palabras hacen parte de “A mí no me consuela nadie”, primer vallenato que le fue grabado al compositor en 1955, por parte del célebre “Pollo Vallenato”, Luis Enrique Martínez. En la misma pieza, Leandro Díaz se quejaba de cómo sus colegas tenían quien les consolara, mientras que él iba “por la vida renegando de este mal, / un mal terrible que me condena”.
Se refería Díaz, por supuesto, a la ceguera con la que nació, y que resultó ser, en muchas ocasiones, más un obstáculo, la posibilidad de imaginarse paisajes enteros y de plasmarlos en las letras de sus vallenatos.
Nacido en febrero de 1928 en Hatonuevo, Guajira, Leandro José Duarte Díaz, uno de los grandes creadores de vallenato de todos los tiempos, autor de clásicos como “Matilde Lina”, “La diosa coronada” y “Bajo el palo’e mango”, nació invidente. Eso no fue obstáculo para convertirse en uno de los compositores con mayor capacidad de descripción del género, que hablaba de “las aguas claras del río Tocaimo” o de “nubes azotadas de viento”. En su infancia, les pedía a sus primos y amigos que le leyeran las historias que a él se le imposibilitaban. Su contacto con juglares como Emiliano Zuleta, Lorenzo Morales y Chico Bolaño le determinaron unas influencias que quedaron plasmadas en composiciones como “Esperanza perdida”, “La gordita”, “El cardón guajiro”, “El negativo”, “Preciosa mujer” y las ya mencionadas. Su primera composición, “La loba ceniza”, la creó a sus 17 años. Tras dejar su natal Hatonuevo, Díaz se asentó en Tocaimo, Cesar, donde compuso el merengue “Los tocaimeros”, en el que mencionaba a todas las familias de renombre en dicha localidad. De hecho, en el vallenato fue considerado una suerte de rey del merengue por su afinidad con ese aire, en el que además escribió “La parrandita”, “La contra” y varias piezas más.
También le puede interesar:
A finales de siglo pasado, el recientemente fallecido periodista y gestor cultural Heriberto Fiorillo acompañó por varios días a Leandro Díaz “en su ámbito natural, la región de La Guajira y el Cesar”, y a través de esos diálogos escribió el libro testimonial “Cantar mi pena”. Allí, Fiorillo anotó las siguientes palabras del juglar: “Mi vida son las canciones y toda mi vida está en ellas. Me gusta convertir en canto lo que me ocurre y me ocurren muchas cosas. Por dentro y por fuera. Muchas de esas cosas las hago canción, les pongo música y ya no se me borran. Así recuerdo casi todas mis composiciones, que deben ser unas trescientas. Me paso horas enteras recordándolas. Me gusta repasar de memoria. A veces de una se me escapa una frase, un verbo, pero pongo mi mente a funcionar y muy pronto reubico esa palabra en el lugar preciso”.
Muchas fueron las dignidades recibidas en vida por Leandro Díaz, entre ellas su declaratoria de rey Vitalicio del Festival de la Leyenda Vallenata en su edición número 38 al lado entre otros de Rafael Escalona, Calixto Ochoa y Tobías Pumarejo; pero seguramente su más notable orgullo haya sido que los versos de “La diosa coronada”, tema dedicado a una mujer que nunca le prestó atención, fueran empleados como epígrafe de “El amor en los tiempos del cólera” por su autor, el Nobel de literatura Gabriel García Márquez.
Quedan los ecos de quien fuera el último gran juglar del vallenato, el mismo que alguna vez dijo: “Yo creo que Dios no me puso ojos en la cara porque se demoró poniéndome ojos en el alma”.
El 22 de junio se conmemora una década de la partida de Leandro Díaz, uno de los grandes juglares del vallenato. Por eso es nuestro Artista de la Semana.