Cinco versiones de ‘El mochuelo’, una introspección de Adolfo Pacheco
La primera grabación comercial de ‘El mochuelo’ apareció en la cara A de ‘El sanjacintero’, debut discográfico de Adolfo Pacheco, publicado en 1971 por Codiscos.
Más de 150 canciones fueron el aporte de Adolfo Pacheco a la mitología de las músicas de acordeón del Caribe colombiano. En un puñado de ellas, llamadas por él mismo como sus “cuatro flores”, descubrimos buena parte de su entramado poético: ‘La hamaca grande’, ‘El viejo Miguel’, ‘Mercedes’ y ‘El mochuelo’ condensan su visión del mundo, configurada por cuadros de costumbres, crónicas pintorescas de la naturaleza y, por supuesto, amores irresueltos.
La última de la lista resulta atípica no solo por su melodía en tono menor –toda una anomalía dentro del canon vallenato de los años sesenta, cuando fue compuesta- sino por el ingenio que el sanjacintero tuvo al mimetizar una combativa reflexión política en el contexto biográfico de un noviazgo.
La anterior no es una apreciación rebuscada si nos ceñimos a las singulares circunstancias que detonaron su escritura. Según Pacheco, en una jovial conversación con Daniel Samper Pizano, la canción se empezó a gestar al final de su temporada de estudios en Bogotá cuando una jovencita le lanzó un insulto racista.
Ante el improperio sobrevino una revelación trascendental: cayó en la cuenta de sus orígenes africanos. Azarosamente, en enero de 1962, justo en el momento que retornaba de nuevo a San Jacinto, su amigo José Elías Anillo, ‘Joche’, a sabiendas de que al cantautor le fascinaba el trinar de las aves canoras, le regaló un mochuelo que Adolfo le terminó obsequiando a Ana Dolores Arrieta o ‘Mercedes’ como la llamó en su canción para proteger en ese entonces su identidad, y quien era su novia en esa época.
Al respecto de su sobrecogedora canción, esto le contó el compositor a El Universal: «Iba al campo y me extasiaba con el canto de ese pájaro. Me quedaba largo tiempo escuchándolo. Cualquiera podía decir: “míralo, lo tiene loco ese animalito”. Por ello salieron los versos: “Mochuelo pico de maíz, ojos negros brillantinos, y como mi amor por ti, entre más viejo más fino...”. Es necesario señalar que en ‘El mochuelo’ ya comienza a manifestarse el tema negroide. Lo metí a conciencia. Y Manuel Zapata Olivella lo supo y expresó su aprobación y entusiasmo».
La primera grabación comercial de ‘El mochuelo’ apareció en la cara A de ‘El sanjacintero’, debut discográfico de Adolfo Pacheco, publicado en 1971 por Codiscos. Más allá de su inminente valor histórico, poco sonó en la radio esta versión que contó con la compañía de Alfredo Gutiérrez en el acordeón.
Caso contrario sucedió años más tarde cuando fue inmortalizada por Otto Serge y Rafael Ricardo en el disco ‘Muy nuestros’, editado en 1983 también por Codiscos. Vale la pena resaltar que a la interpretación de los célebres “Doctores del vallenato”, le fue agregada una estrofa adicional por pedido expreso de Ricardo, quien consideraba que estaba muy corta. Así las cosas, Pacheco remató el asunto con un primoroso verso, alta cúspide del viejo lirismo sabanero: “Tu cantar, tu lírica canción, es nostálgica como la mía, porque mochuelo soy, también, de mi negra querida”.
Es difícil dejar de ponderar la melodramática dicción sibilante de Serge, mecida en el contrapunto entre el bajo profundo y la endiablada digitación de Ricardo, cuyo colofón ondulante replica el canturreo del pájaro cautivo; resulta, con toda su carga de obstinada nostalgia, insuperable. Sin embargo, con el pasar de los años, han aparecido una decena de versiones, que hoy, a la luz de la coyuntura luctuosa, vale la pena recordar. Sin dejar de mencionar a Carmelo Torres, Aniceto Molina y Los Sabaneros, Moisés Angulo, Lisandro Meza, Juancho Nieves, Los Cumbia Stars y Very Be Careful, les queremos compartir cinco que se escapan, en casi todos los ejemplos, al vaivén del fuelle, la caja y la guacharaca.
Porfi Jiménez y su Orquesta
El dominicano Porfirio Antonio Jiménez nació el 16 de febrero de 1928. Diestro en la interpretación de la trompeta y la escritura de arreglos musicales, Porfi Jiménez, como fue conocido, se radicó en Venezuela a mediados de la década de los cincuenta. En 1963, con algunos de los músicos que conformaban la orquesta de Venezolana de Televisión, fundó la suya que pronto se convirtió en un clásico de la música tropical venezolana. En 1985 celebró 20 años de carrera con una grabación en la que “El mochuelo”, a ritmo de salsa, aparece entonada por Johnny Ramos.
Alfredo Rolando Ortiz
Cubano de nacimiento, Alfredo Rolando Ortiz emigró a Venezuela donde aprendió a tocar el arpa criolla. Luego de terminar los estudios secundarios, en la década de los sesenta viajó a Medellín para estudiar medicina. Allí comenzó una prolífica carrera musical patrocinada por Codiscos, sello del que llegó a convertirse en uno de sus artistas emblemáticos. Su estilo, acomodado en el ‘easy listening’, le permitió incursionar tanto en los ritmos andinos como en los tropicales. Su versión de “El mochuelo” apareció en el segundo volumen de ‘Arpa vallenata’, publicado en 1984.
Francisco Zapata
En Latinoamérica, durante la década de los sesenta, el órgano hammond brilló en la interpretación de músicas populares diferentes al jazz y al blues, géneros en los que resplandeció este instrumento que emulaba los órganos de tubo. En Colombia, Francisco Zapata se destacó por su fértil producción en solitario que dedicó, esencialmente, a la exploración de la cumbia y los ritmos antillanos. El reconocimiento de su aporte a la actual sicodelia tropical aún está en mora.
Ricardo Gallo y Juanita Delgado
Incluida en la grabación ‘Canciones internas y de otras partes’ (2016), la versión que hacen de “El mochuelo” la cantante Juanita Delgado y el pianista Ricardo Gallo empieza con la transposición al piano del agudo tintineo con el que Rafael Ricardo resuelve el final de la canción grabada en 1983. La del dueto, a diferencia de las que acá hemos anotado, se abstrae del jolgorio y sintetiza con sutileza la vértebra melancólica de la tonada.
La Zebra Azul Big Band
Fundada a mediados de la década pasada por el guitarrista Abel Loterstein y el pianista Óscar Caucaly, La Zebra Azul Big Band se destacó en el circuito del jazz capitalino por su lectura minuciosa de clásicos como Gil Evans, Sidney Bechet y Miles Davis. Con el paso del tiempo se concentraron en la interpretación de composiciones originales e hitos indelebles de nuestra música popular. Su alborozada traducción de “El mochuelo” evoca el sonido de las orquestas tropicales colombianas de los años cincuenta.