¿Sanación a través de la música? Tres casos registrados en el mundo
¿Puede la música cumplir funciones medicinales? Exploramos tres casos debidamente registrados en los cuales los sonidos pudieron cumplir con esa misión.
Buena parte de la devoción que se despierta en estas fechas de Semana Santa está ligada a la música. Desde la antigüedad se registran sonidos específicos que fueron diseñados para acompañar los rituales religiosos. En el período barroco, cuando los grandes maestros de la composición (como Handel o Vivaldi) eran los encargados de la música en las misas, hubo más de un teólogo que se cuestionó si la gente asistía a la iglesia por la fe o por la melomanía.
Como resultado de esta cercanía emocional con la música, se han registrado auténticas transformaciones positivas en la salud, física o mental, de asiduos oyentes. Si la música puede ser sanadora o si es simplemente un deleite para el oído es algo que se sigue discutiendo en ciertos círculos.
El término “musicoterapia” apareció a mediados del siglo veinte, pero no todo el mundo lo acepta por no ser estrictamente científico. Sin embargo, no hace falta ser científico para reconocer que la música nos revela sensaciones muy profundas. O, para utilizar las palabras del médico y filósofo renacentista Cornelio Agrippa, “la armonía musical cambia los afectos, las intenciones, los gestos, las nociones, las acciones, y las disposiciones”.
A continuación, vamos a explorar tres casos debidamente registrados en los cuales la música cumplió una función medicinal.
1. Una voz sanadora
El musicólogo Joscelyn Godwin ha recogido los casos más tempranos de musicoterapia (antes de que existiera el término) y reseña el del rey Felipe V de España. Cuenta la historia que en 1737 el rey se encontraba en un estado de crisis nerviosa, incapaz de asumir cualquier responsabilidad de gobierno. Entonces llamaron al cantante más famoso de Europa, el gran Farinelli, que estableció un tratamiento de sesiones musicales nocturnas. Cada noche, Farinelli cantaba cuatro arias de ópera y poco a poco el rey “volvió a interesarse por las cosas de la vida”.
En la actualidad, una de las artistas que más han explorado el repertorio de Farinelli es la cantante norteamericana Vivica Genaux. Acompañada por orquestas de instrumentos del siglo dieciocho, ella revive con mucha fidelidad los recitales de aquella época, y su técnica vocal ha sido admirada por los grandes conocedores.
Hay casos más recientes. Uno de ellos pertenece al acervo de nuestra emisora hermana Radio Bremen. El protagonista de esta historia es el compositor alemán Hans Otte, quien fue su director musical entre 1959 y 1984. Otte aprovechaba su espacio en las ondas radiales para estrenar sus nuevas composiciones. En 1983 transmitió una colección de pequeñas piezas para piano agrupadas bajo el nombre Libro de los sonidos. Los oyentes empezaron a llamar a la emisora contando diferentes experiencias: un pintor dijo que esa música lo había hecho pintar mejor; un psiquiatra afirmó que el sonido había ayudado a sanar a uno de sus pacientes.
La obra fue incluso escuchada en la India, gracias al sistema de radio de onda corta. Allí, el músico Pandit Pran Nath dijo que era la música occidental más cercana a la oración. El propio compositor, Hans Otte, escribió que su Libro de los sonidos le ayudó a “redescubrir el ejercicio de tocar el piano como la posibilidad de experimentar la unidad en el sonido, hacerme uno con todos los sonidos que me rodean en el tiempo y el espacio”.
3. Una música paliativa
Otro caso es relatado por Alex Ross, periodista musical de la revista New Yorker, en un artículo de diciembre de 2002. Un enfermo con cáncer terminal le pidió que le llevara música para sobrellevar las noches. Ross le envió varios discos, pero el paciente se aferró a uno en particular: Tabula Rasa, del compositor estonio Arvo Pärt. Durante sus últimas semanas de vida, fue la música lo que le dio la calma para despedirse del mundo.
En realidad, estaba replicando un experimento llevado a cabo en la década de 1980, cuando el crítico musical Patrick Giles hizo escuchar esa misma música de Arvo Pärt a enfermos con VIH. Varios de ellos desarrollaron una conexión profunda con la obra, y un paciente en estado terminal llegó a nombrarla “música de ángeles”. En noviembre de 1999 Giles escribió en un artículo para la revista Salon que en esta obra el tiempo pasa muy lentamente y “tiene el sentido de un final que es definitivo, pero no causa miedo, que es la razón por la cual los pacientes y sus seres amados encontraron consuelo en esta música”.