Cuando Ludwig van Beethoven presentó por primera vez su Novena sinfonía en un concierto en Viena hace casi dos siglos, el compositor alemán estaba ansioso por que todo saliera bien.
No había de qué preocuparse. Los espectadores rompieron en un estruendoso aplauso durante la actuación aunque Beethoven, ya duro de oído, no se dio cuenta hasta que un músico se lo señaló.
Si bien nació en la ciudad alemana de Bonn en 1770, Beethoven se trasladó con 22 años a Viena y pasó casi toda su vida en la capital austríaca.
El legendario compositor rechazó varias ofertas para mudarse y nunca dejó Viena, donde encontró un hogar lejos de su hogar, rodeado de seguidores y generosos mecenas.
"Era la sociedad, la cultura que caracterizaban la ciudad que lo atraían tanto", dice Ulrike Scholda, directora de la Casa Beethoven en la cercana Baden.
Esta pintoresca ciudad balnearia justo en las afueras de Viena marcó profundamente la vida de Beethoven, y la última sinfonía que compuso, afirma.
Bajo presión
"En los 1820, Baden era definitivamente el lugar idóneo" con la familia imperial, la aristocracia y la élite cultural veraneando allí, explica Scholda.
Además de la pérdida de oído, Beethoven padecía varios problemas de salud, desde dolores abdominales a ictericia, y acudía regularmente a Baden para recuperarse.
Los largos paseos por el campo y los baños en los manantiales medicinales de Baden lo ayudaban a recuperarse, a la vez que alimentaban su inspiración.
En los veranos previos a la primera interpretación pública de la Novena en 1824, el compositor se alojó en la que ahora se conoce como Casa Beethoven, reconvertida en un museo.
Allí compuso importantes segmentos de su última sinfonía.
En una carta enviada desde Baden en septiembre de 1823, Beethoven admite la presión que sentía para acabar la sinfonía para satisfacer a la Sociedad Filarmónica de Londres que había encargado la pieza, cuenta Scholda.
"Menos guerra, más Beethoven"
Una vez completada la sinfonía en Viena llegaron semanas de intensos preparativos, con una legión de copistas que duplicaban los manuscritos de Beethoven y ensayos de última hora que culminaron en el estreno del 7 de mayo de 1824.
La noche antes, Beethoven fue en carruaje puerta a puerta para "invitar personalmente a la gente importante a su concierto", dice la historiadora de la música Birgit Lodes.
También tuvo tiempo de ir a "cortarse el pelo" en medio de tan frenética agenda, explica.
Casi el doble de larga que otras piezas comparables, la Novena rompió las normas de lo que hasta entonces se entendía como un género "exclusivamente de orquesta" al "integrar la voz humana y, por lo tanto, letra", señala la musicóloga Beate Angelika Kraus a la AFP.
Su revolucionaria idea de incorporar partes del verso lírico "Oda a la alegría" de Friedrich von Schiller hizo a su sinfonía más susceptible de ser usada de forma indebida, por ejemplo por los nazis y los comunistas.
Los versos "transmiten un sentimiento de unión, pero son relativamente abiertos en términos ideológicos", dice Kraus.
Desde 1985, la "Oda a la alegría" del cuarto movimiento de la sinfonía se ha convertido en el himno oficial de la Unión Europea.
Frente a la Casa Beethoven de Baden, que celebra el aniversario con una exhibición especial, Jochen Hallof explica que escuchar la Novena de niño lo llevó por un "camino de humanismo".
"Deberíamos escuchar más a Beethoven en vez de librar guerras", dice el visitante del museo.
Al menos la primera parte de su deseo se hará realidad el martes por la noche, con interpretaciones de la famosa sinfonía programadas en destacadas salas de conciertos en París, Milán y, por supuesto, Viena.