Miramanga: el condominio de lujo que se convirtió en un barrio popular a punto de colapsar
En la década de 1930, un visionario, el abogado Eduardo Rueda Rueda, planeó la construcción de un condominio de elegantes residencias desde las que se pudiera disfrutar la panorámica de la apenas creciente ciudad de entonces. Al proyecto, fechado en 1936, se le llamó Miramanga: barrio superalto y agreste de Bucaramanga (en formación).
Apenas un puñado de bumangueses están al tanto que en lo que hoy es la Comuna 14, un barrio geológicamente vulnerable y marginado convertido en destino turístico, se pensó como un proyecto en el que habría “chalets, villas, quintas, mansiones, granjas o simples casitas de campo con espacio suficiente para jardín y convenientemente separadas unas de otras para la mejor oxigenación y sanidad, estética y gracia, tranquilidad y ausencia de ruidos desagradables”.
Así lo describía el folleto publicitario en forma de ensayo literario que escribió el abogado Rueda Rueda para promocionar su idea, y en la que incluyó los planos topográficos de cada una de las parcelas a vender. Idea que nunca vio la luz como proyecto arquitectónico por razones que escapan a la memoria y que rápidamente se esfumó del recuerdo colectivo bumangués en medio del ajetreo diario al que condena el crecimiento desbordado de las principales ciudades sin urbanismo.
Sin embargo, pocos recordaban vagamente que esa idea existió, hasta que el pasado 4 de mayo Giovanni Gavassa compartió en un grupo de Facebook que recopila la memoria de Bucaramanga, la primera de cuatro publicaciones sobre ese barrio. Giovanni, cuarta generación de una estirpe dedicada a la fotografía y los negocios en Bucaramanga, es hijo de Edmundo Gavassa, periodista y fotógrafo con 23 libros publicados, a quien con cariño y acuciosa exactitud le apodaban ‘la mejor enciclopedia’ de Santander.
Desde el 28 de junio de 2022, cuando Edmundo falleció, Giovanni era consciente del cúmulo archivístico que tenía en su poder, y tomó la decisión de depurarlo bajo la consigna de conservar únicamente lo que tuviera que ver con fotografía, por ser su pasión; con fotografías de la familia Gavassa, por ser su historia; y con Bucaramanga, por considerarlo un patrimonio vivo de la memoria de la ciudad.
Entre cajas, sobres, libros, documentos, fotografías y un sin fin de hojas amarillentas que recibía en sus días de fotógrafo y periodista, y que acumulaba sin orden alguno su padre, Giovanni encontró este folleto con el título de Miramanga. 23 hojas de tamaño media carta, unido por dos grapas oxidadas y con vestigios de lo que fue la portada del mismo. Por cumplir la tercera de las condiciones, lo conservó.
Te puede interesar:
“Lo primero que pensé fue en ir a conocer dónde es ese barrio y esa casa que aparece en el proyecto”, recuerda Giovanni, mientras se acomoda un aparato similar al Vision Pro de Apple, pero equipado únicamente con un par de lupas que le permiten ver con detalle cualquier minucia.
La casa a la que se refiere es a una de paredes blancas, construida con bahareque o tapia pisada, techada con ladrillos, sostenida por columnas de madera, que aparece en segundo plano, y a la que se llega atravesando un camino en el que apenas cabe un carro de época, cercado por varios árboles caracolíes con plantaciones de café en sus raíces.
Aunque 87 años separan la fotografía de la actualidad, salvo algunos arreglos recientes, el paisaje de la fotografía es el mismo, y por el cual hoy se puede llegar caminando desde Cabecera, la zona más exclusiva de la ciudad, a la entrada de Miramanga, una zona vulnerable geológicamente. Los dos barrios, uno legal dentro del perímetro urbano, y el otro, un asentamiento rural, comparten la cualidad de estar atravesados por la falla geológica Bucaramanga - Santa Marta. Por ahora, inactiva, o al menos, sin indicios de actividad. Lo único que divide estos dos barrios es una reserva forestal incluida dentro del DRMI y la carretera que conduce hacia Cúcuta.
Esa es la principal preocupación que tienen los geólogos y la oficina de Gestión del Riesgo de Bucaramanga, porque en las dos hectáreas del terreno Miramanga empezaron viviendo escasas diez familias en 2010, y hoy hay 384 acomodadas en casas arrumadas una sobre otra, ladrillo sobre ladrillo, sin cimientos suficientes y con paredes hechas a partir de los carteles gigantes que reparten los candidatos políticos en épocas de campaña.
“Todos esos barrios están legalizados por cultura, no por licencia”, explica un geólogo que trabaja en la secretaría de planeación de la ciudad, y quien además confirma que esa ha sido la forma en como se construyó toda la Comuna 14 durante los últimos 70 años.
“La gente cree que estar al lado de una zona de desarrollo le da la facilidad de conseguir servicios públicos”, agrega Luis Ernesto Ortega, el coordinador de la Oficina de Gestión del Riesgo de Bucaramanga. “Invadir, construir y después reclamar derechos”, resume Ortega.
En efecto, así fue que Milena Granados y un grupo de vecinos llevaron luz, agua y gas al barrio. Ella, líder comunal, recuerda que alguien se encargó de amarrar un cable de energía desde el barrio más cercano y distribuirlo por medio de una maraña de cables hacia las casas que iban apareciendo. Lo anterior, por supuesto, con el visto bueno de algún político en campaña en medio de un intercambio de favores. Hacer la vista gorda por votos.
El agua la conseguían desde un aljibe cercano y la repartían con manguera, hasta que el fallo de segunda instancia de una tutela obligó a que se les construyera una pila pública. La instalación del gas la consiguieron por medio de un proyecto social del Ministerio de Vivienda. El alcantarillado, rústico por demás, lo construyó la misma comunidad conforme los recursos se iban consiguiendo. De hecho, hay dos sectores que aún no tienen más que unos drenajes que conducen las aguas negras hacia un lago dentro de la reserva forestal.
“Ese lago es pura mentira de Miramanga”, explica con mayor precisión Milena Granados. Ella fue de las primeras incautas que en 2010 compró un lote en este barrio y construyó su rancho, sin saber que Arnuflo Rojas, el loteador y vendedor, la estaba estafando. “Sí, nos engañaron, yo soy consciente de eso y en cualquier momento nos toca salir”, lamenta Milena, a diferencia de Rosa Durán, de las vecinas más antiguas, y que por casualidad, destino o consecuencia, viste con una camiseta de campaña política con el apellido Aguilar, que por el eslogan que acompaña, denota fue entregada en 2003.
En el caso de Rosa Durán, que vivía arrimada en un barrio cercano, en 2007 reunió el millón de pesos de cuota inicial que le pedía el ya fallecido Arnulfo Rojas. ‘El finaito’, le dice ella por el cariño que se merece quien le permitió comprar el terreno de su casa y pagarlo en cuotas de cien mil pesos durante 50 meses, después del primer plante y sus respectivas cartas cheque escrituradas en la Notaría Séptima de Bucaramanga.
Por ignorancia, o a pesar de ella, los habitantes Miramanga desconocen que, por su ubicación estratégica, esa montaña fue pensada para varios proyectos de ciudad. No en vano, Eduaro Rueda Rueda la describía como la canastilla de una enorme nave aérea desde la que se divisara toda “la ciudad promesa, sus amplísimos contornos y sus dorados celajes”.
Como una estación de teleférico que conectara la Comuna 14 con la ciudad, no se pudo. Como una central telefónica de Telebucaramanga, tampoco. Jaime Suárez, geotecnista que hizo parte de esos estudios, confirmó que todos fueron cancelados porque concluían que el terreno era inestable. Incluso, se construyó una planicie de cemento para una antena, y un parque infantil. En el deslizamiento de 2010, doce metros de desnivel de la tierra, hicieron ver esas dos construcciones como palitos de paleta de helado caídos en proyecto de arquitectura de primaria.
Se cree que la inestabilidad del terreno se agravó mucho antes, en 2006, cuando algún particular excavó una porción de terreno para abrir paso a un parqueadero sobre la vía principal, es decir, en el pie de la montaña Miramanga. Aquella vez, dos hectáreas de tierra se movieron cuatro metros hacia abajo.
En octubre del año pasado, otro movimiento de tierra en masa los despertó con el credo en la boca. 53 viviendas resultaron afectadas, de las cuales 16 quedaron en el aire apenas sostenidas por delgadas columnas de cemento, o incluso colapsaron.
Al terreno inestable por naturaleza, se le sumaron filtraciones de agua proveniente de los PVC improvisados como cañerías. La corona del deslizamiento quedó expuesta a ojos de expertos. “El movimiento se reactiva con temporada de lluvias cada incierta cantidad de años”, concuerdan todos.
“Es como si a una torta de cumpleaños se le metiera una cuchara por un lado”, explica el funcionario de la oficina de planeación. “Miramanga es lo que quedó en la parte cóncava del corte que hizo la cuchara. No se sabe cuándo vaya a caer, pero ya quedó desprendida”.
Parados en la esquina de su casa, con un ejemplo similar, y señalando el hueco que dejó el último deslizamiento, Milena Granados trata de explicar lo mismo que los geólogos le han dicho. Mientras ella habla de su riesgo evidente, recuerdo la descripción escrita en aquel folleto literato-publicitario.
“Miramanga: Colina de mira al valle cual amplio anfiteatro desde el cual se pueden ver estériles, pero fantásticos riscos, derrumbes y peñascales, y también los exuberantes y risueños valles de Girón, Piedecuesta y Floridablanca; y las tierras de Zapatoca, Betulia y Guadalupe"...
Le propuse que levantara su mirada un poco y viera más allá de lo evidente, que delante de sí tenía una de las vistas más privilegiadas de toda la ciudad.
“Sí, la vista es bella”, responde escueta, porque semejante maravilla ya se le convirtió en paisaje. “El peligro es que llueva duro y nos vayamos”, apunta enseguida para no perder el hilo de lo importante.
A mediados de julio de este año se harán públicos los estudios de mitigación encargados a la empresa de Miguel Silva, otro geotecnista, que incluso, hizo en su tesis de grado un análisis de las respuestas sísmicas en toda la Comuna 14. Información que no se recopiló en el estudio de amenazas de vulnerabilidad y riesgo de la comuna 14 que se realizó en la última década, porque Miramanga no hacía parte del perímetro urbano de la ciudad, sino que aparecía como asentamiento rural del corregimiento 3, desglosado de la Vereda Santa Bárbara 10 de mayo.
Cualquiera que sea la obra necesaria, será una cantidad descomunal de dinero, a la que se le suma la posible reubicación de otro número indeterminado de familias con recursos provenientes del fisco.
Rosa Durán, que se gana la vida como ayudante de construcción, cree que se deben construir unos gaviones en la parte baja del barrio, con anclajes de siete metros, según otro vecino dueño de la ferretería del barrio, que a ojo estima es la profundidad donde se consigue un terreno más estable.
“Y ya vienen elecciones”, le digo.
“Le ayudamos con los votos al que nos ayude a echar los gaviones”, responde con una sonrisa mientras se despide.
Le planteo la misma situación al coordinador de gestión de riesgo de Bucaramanga, que es uno de esos pocos cargos públicos visibles ocupados por funcionarios técnicos. “Cualquier promesa de campaña es inútil”, responde.
Milena, en nombre de las 384 familias, está esperanzada en que el anhelado estudio sea el principio de la estabilización de Miramanga. Sin embargo, echaron mano de una ayuda extra, y convocaron una misa para el próximo sábado. “Va a venir un padre para hacer una misa de liberación y para que nos bendiga el barrio completo”, advierte. Por ahora, esa fe es el cimiento más fuerte sobre el que reposa esta montaña, mientras la naturaleza vuelve a decir lo contrario.