El desafío del campesinado en Colombia: una lucha por la dignidad y la justicia rural
El mundo campesino ha ido disminuyendo en todo el planeta, invirtiéndose la proporción de esta población en relación con la población urbana, que hoy en Colombia alcanza el 74%.
Decía el gran Lope de Vega: “Ni el rey comería si el labrador no labrase”. En una sociedad globalizada como la nuestra, aún se sostiene —y con mucho tesón— la cultura campesina. Condición que diariamente contrasta con la agroindustria y los cultivos transgénicos, que acaparan buena parte de la producción agrícola y parecieran desdibujar la figura del aquellos y aquellas que labran la tierra.
Además, en contextos como el colombiano, el conflicto fue desplazando hacia la ciudad a quienes por décadas han vivido en el campo.
Muy grata y equilibrada sería la vida social si las condiciones del campesinado fueran otras. Aunque gracias al arduo trabajo del campo podemos comer, el mundo campesino ha ido disminuyendo en todo el planeta, invirtiéndose la proporción de esta población en relación con la población urbana, que hoy en Colombia alcanza el 74%.
En nuestro contexto no pueden perderse de vista algunas variables cuando se quiere saber cuántos campesinos hay y en dónde, e incluso cómo viven. Entre la población de las ciudades se encuentran un número considerable de campesinos que llegaron, primero por la industrialización, pero sobre todo por la Violencia de los años cuarenta y cincuenta y, luego por el conflicto armado que se desató en los años sesenta, con un recrudecimiento del desplazamiento forzado a partir de finales de los ochenta, con el auge del paramilitarismo y el accionar de la guerrilla.
A estas causas se suma la llegada de agronegocios o megaproyectos. En cifras, han sido desplazados de su tierra más de cuatro millones de campesinos; por falta de garantías de seguridad, la mayoría no ha podido retornar a sus lugares de origen. Otros eligieron quedarse en la ciudad, arrimados en el sector informal, pero con la ilusión de mejorar sus ingresos y lograr educación para sus hijos.
Es que la suerte del campesino es muy difícil en un país donde, según datos de Oxfam, el 1% de propietarios tiene el 81% de la tierra y donde la mayoría son trabajadores asalariados, o propietarios de fundos pequeños, que cultivan la tierra para su subsistencia, teniendo a veces un excedente para el mercado. Otros son trashumantes, reclutados para las cosechas, colonos, en actividades como la agricultura, la ganadería, la pesca y la minería artesanal y los cultivos ilícitos.
La condiciones de vida en el campo aún presentan, en muchas regiones colombianas, enormes deficiencias, por ejemplo hay falta de cobertura en agua potable. En el área de la salud, cuando las personas del campo se enferman deben recorrer trayectos de varias horas para ser atendidas. Por su parte, muchas escuelas y colegios de educación básica y secundaria están distantes y, para llegar a ellas, muchas veces hay que cruzar ríos sin puentes seguros. Las vías para transportar los productos del campo no siempre son suficientes y aun hace falta mejorar su condición.
En Colombia, hoy se importa el 15% de lo que se consume en el país; maíz y trigo, principalmente. El promedio de toneladas de alimentos importados es de 12 millones.
Las ciencias sociales han planteado un abanico de definiciones para entender quiénes son campesinos. Es considerada como “clásica” la definición que hace Eric Wolf: campesinos son “cultivadores rurales cuyos excedentes se transfieren al grupo dominante de los gobernantes, quienes emplean los excedentes para asegurar su propio nivel de vida y para distribuir el restante a grupos de la sociedad no rurales que requieren de alimentos a cambio de sus bienes y servicios. El campesino retiene —por su control de la tierra y su capacidad para extraer cosechas de ella— tanto su autonomía como su posibilidad de sobrevivir”.
Esa manera de entender al campesino hace pensar en personas que tienen dominio sobre su tierra y su producción; pero no siempre es así. De allí que la “Declaración sobre los derechos de los campesinos y de otras personas que trabajan en las zonas rurales”, definida por el Grupo de Trabajo Intergubernamental de composición abierta sobre los derechos de los campesinos del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas plantea en su primer artículo que “el término campesino también se aplica a las personas sin tierra”. Lo que se traduce en que el ser campesino está atravesado por la cuestión agraria que, entre otros aspectos, tiene que ver con la desigualdad en el acceso a la tierra.
No es posible hablar de campesinos y campesinas sin considerar la reforma agraria. Este es un asunto que recorre a América Latina, creando ilusiones o reformas de corta duración. El origen de muchos movimientos sociales en la región está en las necesidades de acceso a la tierra.
Sin embargo, hoy hay un esfuerzo por parte del Estado para entregar tierras a los campesinos que, a través de sus organizaciones, vienen reclamando sus derechos a la tierra, al agua y plantean proyectos de producción agropecuaria competitivos con los grandes negocios y empresas. Recientemente el Congreso colombiano aprobó la primera vuelta del acto legislativo por el cual se reconoce al campesino como sujeto de especial protección constitucional. No obstante, la deuda con este importante sector de la población sigue siendo grande y aun por cumplirse.