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Arví: de miniaturas, colores y texturas

Este es un fotorreportaje que capta solo una parte, una pequeña parte de toda la plenitud de la belleza del Parque Arví.
Parque ecológico Arví Medellín | Fotorreportaje
Fotos: Daniel Santa
Daniel Santa

Arví se llama, y su nombre no resulta extraño para ningún antioqueño. Bueno… al menos no para quienes viven en la “Ciudad de la eterna primavera” o sus contornos. Arví, ese sitio del silencio y el aire limpio, es sinónimo de color, de flores, de paz, de todo aquello que, entre las montañas de Antioquia, emerge como lo naturalmente mágico.

Diríase que Arví es el parque ecológico más colorido de Antioquia. La múltiple variedad de flores que escoltan sus senderos naturales obliga (por no decir que invita) al caminante a detenerse para a observar, en pétalos, árboles y semillas, cualquier cantidad de texturas y olores. Recorrerlo, a la luz del día, es como sumergirse en un espacio similar al descrito por el viejo novelista argentino Julio Cortázar en uno de sus poemas: el sitio donde “las flores y las hojas ordenan el espacio en un liviano acuario de colmenas donde tiembla el color”.

Este es un fotorreportaje que capta solo una parte, una pequeña parte de toda la plenitud de la belleza del Parque Arví, desde la fría altura de la vereda Piedras Blancas. Este rincón pinta de diminuta naturalidad la rutina rural, a solo un paso de la ciudad.

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Un ramillete del más intenso amarillo. ¿Qué se esconde entre sus pétalos?

 

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Cuando llueve, las gotas se deslizan por sus hojas, esas que se yerguen hacia el cielo.

 

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Por entre las pequeñas aberturas de las copas de los árboles se coló esta mancha de luz, y fue a posarse allí. 
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¿Qué habrá de surgir de su interior? Sobre un tronco se sostiene, paciente
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La natural geometría de lo bello. El brillo en su superficie. 

 

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Una roja y simpática espiral entre tanto verde. 
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Los seres del bosque te observarán desde la distancia. Ellos custodian su soleado lugar de habitación. 

 

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¿Pueden acaso existir formas y colores más llamativos y, al mismo tiempo, más delicados?

 

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Ella se abre para recibir, en su centro frío, los chorros de luz que le caen de lo alto. 
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De flor en flor, colonizándolas, conociéndolas, haciendo su invisible y zumbador trabajo. Por ella, el equilibrio. 
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Los invisibles musgos; un universo completo. Allí, el agua se guarda entre algodones. 
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Las trompeticas amarillas del bosque. ¿Qué sonido emulan?
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¿Cien? ¿Doscientas? ¿Cuántas puntitas? 
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Una suerte de compañía. Parecen observar, de espaldas, algo allá, al fondo. ¿Qué conversarán?
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Se van sumando los pliegues. Una superficie liviana para el aterrizaje de alguna despistada mariposa.
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