En la prehistoria, hay rastros de combates entre comunidades, especialmente cuando aparecen la agricultura y el sedentarismo; hay registros de luchas entre nómadas y culturas asentadas. Pero los ejércitos se crean en la época de los imperios de la Antigüedad. Van evolucionando en función de los desarrollos técnicos y se dedican a guerras regulares e irregulares, de baja o alta intensidad.
En América Latina, los ejércitos han tenido un papel notable por cuanto son la primera institución que ha penetrado territorios desconocidos. A raíz de su protagonismo en las independencias, fueron considerados la primera fuerza organizadora de la Nación. Pero también, después de múltiples guerras intestinas, se vio cómo los ejércitos sobrepasaban sus funciones y querían dominar los Estados. Golpes en el siglo XX, tanto de militares progresistas -como en Perú, con Velasco Alvarado, Panamá con Omar Torrijos, Argentina con el primer gobierno de Perón, México con Lázaro Cárdenas, Brasil con Getulio Vargas-, como de militares de mano dura que, a partir de los años sesenta pusieron en marcha la doctrina de seguridad nacional, como en Brasil y el cono sur, en los casos de Argentina, Chile y Uruguay, donde los ejércitos la emprendían contra “el enemigo interno”, persiguiendo a sus connacionales y provocando asesinatos y desapariciones.
Por ello, es de resaltar el caso de Costa Rica, en una América Central donde florecieron las dictaduras militares durante buena parte del siglo XX, con el apoyo de los Estados Unidos para cuidar sus enclaves agrícolas. En un istmo de 523.000 km², lo que corresponde a la mitad del territorio colombiano, son seis países, entre los cuales se destaca Costa Rica.
En 1948, después de una guerra civil causada por un fraude electoral, el nuevo presidente, José Figueres, decidió prescindir de las fuerzas armadas. Se había creado una Junta Fundadora de la Segunda república que declaró oficialmente disuelto el Ejército nacional, por considerar suficiente para la seguridad del país la existencia de un buen cuerpo de policía. En adelante, se dedicó lo que era el presupuesto militar a atender las necesidades sociales: salud, educación, cultura, emprendiendo, al tiempo, obras de modernización de la economía y de la infraestructura del país. Esta política llevó a Costa Rica, en los años 70 del pasado siglo, a tener más altos indicadores de desarrollo: 90% de alfabetización, reducción drástica de mortalidad infantil, educación para todos y un desarrollo cultural único en el istmo.
Por otra parte, Costa Rica se destacó en su papel de constructora de paz en un ambiente de guerras circundantes: Salvador, Nicaragua y Guatemala. En 1987, con los Acuerdos de Esquipulas, los países de Centroamérica se comprometieron a obrar por una paz duradera y el presidente de Costa Rica, Óscar Arias, recibió el premio Nobel de Paz.
Hoy, la tendencia global está en la abolición del servicio militar obligatorio y en tener ejércitos de profesionales, pero también se ve la irrupción del sector privado, con la contratación de los que podríamos llamar mercenarios en las actuales guerras. A la vez, fenómenos como el narcotráfico y algunas tensiones transfronterizas, llevan a que algunas voces reclamen que en aquellos países en los que no hay ejércitos se replantee la decisión. En América Latina, además de Costa Rica, también está Panamá, que abolió el ejército tras la detención de Antonio Noriega (1990). A la discusión se suma el movimiento antimilitarista.
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El gran escritor Víctor Hugo veía en el ejército “un obstáculo al ideal democrático”. Y en el siglo XX se desarrolló la objeción de conciencia por el mundo. Las guerras de Argelia, colonia de Francia y sobre todo la guerra de Vietnam fueron motivo de grandes movimientos de jóvenes, y también de artistas, contra la belicosidad. Sin embargo, en el mundo las guerras parecen tener una larga vida.