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Elisa Loncon: la cara visible de la lucha Mapuche en Chile

No solo represento al pueblo Mapuche, sino a todos los chilenos: Elisa Loncon, presidenta de la Convención Constitucional en Chile.
Foto: JAVIER TORRES / AFP
Carlos Chica

Elisa Loncon ha sido incluida por la revista Time en la lista de las cien personas más influyentes del mundo en 2021. Este relato en primera persona ha sido escrito con base en la entrevista que nos concedió para el podcast ‘El Mundo en Rayos X’ de la Radio Nacional de Colombia, el cual puede escuchar aquí

Nací en una comunidad Mapuche, en una familia bilingüe y conocedora de nuestra tradición. Soy bilingüe de cuna. Mi abuela era monolingüe del idioma mapudungun y mis padres medianamente bilingües.

En la vida comunitaria aprendí que es fundamental la defensa de lo que somos: pueblo mapuche. Lo aprendí desde niña. Esta conciencia viene de tres siglos de lucha contra el Imperio Español que no pudo conquistarnos, y luego, contra el Estado chileno que ocupó militarmente nuestros territorios hace 140 años.

Mis abuelos, mi padre y mi madre estuvieron inmersos en el movimiento indígena. Vengo de un antepasado que luchó contra la ocupación militar del territorio mapuche entre 1860-1883. La comunidad de mi tatarabuelo participó en alianzas territoriales para defender el territorio y se movilizó hacia la zona de Temuco, hoy capital de Guaimapo. Mis abuelos nacieron sin tierras. El padre de mi madre trabajó la tierra como mediero, es decir, arrendando la tierra y pagando al dueño del fundo con parte de la ganancia.

La lucha de mis abuelos por la tierra fue significativa. Mi abuelo —que nunca fue a la escuela, aunque aprendió a leer y escribir— fue apresado y torturado. De manera autodidacta aprendió sobre temas legales. Él mismo abogaba por quienes eran detenidos y se apoyaba con personas no indígenas, especialmente abogados. Mi mamá también se involucraba buscando aportes para los presos políticos, que también eran sus abuelos o sus tíos. Ni ellos, ni yo misma recuperamos aún nuestras tierras.

Me crie con el imaginario de un pueblo libre, con derechos, y con un territorio propio. Es parte de nuestra crianza. Me escolaricé en español porque no había escuelas indígenas y porque nuestros padres valoraban la educación occidental. Me eduqué en un sistema paralelo: el propio y el occidental. De ahí surjo como hablante del mapudungun y conocedora de la cultura, la tradición y la historia del pueblo mapuche.

Siendo muy joven, en mi época universitaria, me involucré en el proceso de revitalización de la lengua y en la recuperación de la oralidad en las comunidades, mediante el teatro. Cuando estudié inglés comprendí mejor las relaciones entre las lenguas y la historia de las lenguas. Así se fortaleció mi condición de hablante y la motivación para enseñar la lengua mapudungun. Abandoné la enseñanza del inglés porque entendí que cualquiera podría enseñarlo, más no la lengua mapuche.

Realicé estudios de postgrado en humanidades y literatura. Soy Doctora (PhD) en Humanidades y lingüista especializada en estudios de revitalización de lenguas indígenas. Del trabajo en la Academia defendiendo el derecho a tener lenguas diferentes pasé a la defensa de los Derechos Humanos de las Naciones originarias. En ese campo he realizado mi mayor contribución.

En tiempos de la dictadura, el gobierno de Pinochet aplicó un Decreto para dividir los territorios colectivos de los pueblos originarios. La reacción no dio espera: se desarrolló un movimiento organizativo durante la década de 1980, del cual hice parte. Mi trabajo —primero como estudiante y luego como profesora— consistió en escribir nuestra memoria en obras de teatro y en artículos, y en desarrollar metodologías participativas para la recuperación de la memoria del pueblo mapuche.

Tenemos una historia épica (La Araucana) escrita por el español Alonso de Ercilla y Zuñiga (1533-1594) quien, con la visión del conquistador, nos representó como un pueblo indómito y nunca vencido, llamó Araucanía a nuestro territorio (Guaimapo) y a nosotros como araucanos, borrando de un plumazo nuestros nombres y otros elementos de identidad.

Quizá fui la única mujer del movimiento indígena en concluir en esa época sus estudios universitarios como hablante del inglés. Era un logro que mi organización reconocía y aprovechaba para enviarme fuera del país a comunicar nuestros mensajes y a entablar contactos y redes internacionales.

En 1973, cuando empezó la dictadura, yo apenas tenía diez años y cursaba mis estudios de enseñanza básica. Mi trabajo como activista se inició en la Universidad de Temuco, ciudad en la que viví en un hogar para estudiantes mapuches. En ese tiempo realicé trabajos clandestinos con el movimiento estudiantil al cual era casi imposible sustraerse, teniendo en cuenta el carácter represivo de la dictadura, insoportable para una persona joven como yo.

Durante la dictadura, los mapuches fuimos víctimas de asesinatos, torturas, persecuciones judiciales y desapariciones forzadas. Todo lo que se había avanzado durante el gobierno de la Unidad Popular con Salvador Allende (1970-1973) se perdió: la tierra volvió a manos de los funderos y se nos negaron de nuevo nuestros derechos sociales, económicos y organizativos.

Buscamos refugio en el activismo cultural para la recuperación del Año Nuevo Mapuche y nos organizamos para resolver asuntos tan básicos como conseguir comida, porque la que nos proveía el Estado no nos satisfacía. A veces íbamos a comedores comunitarios.

Nuestra organización para la recuperación de tierras era estratégica. Convocábamos a las comunidades al ‘palín’, tradicional juego mapuche de pelota. Así fuimos articulando comunidades; cultivando nuestro pensamiento con jóvenes y con viejos; y cuidándonos unos a otros para sobrevivir porque no podíamos salir solos, teníamos que avisar a dónde íbamos y teníamos que saber a dónde llegar y cómo salir.

A finales de la década de 1980 nos declarábamos en emergencia, revindicábamos quinientos años de resistencia indígena y popular, nos perfilábamos como un movimiento autonomista y cuestionábamos el proceso de “chilenización” al interior de nuestro movimiento, amparado por los partidos políticos de centro, derecha e izquierda.

Emergía entonces este cuestionamiento: ¿por qué tenemos que andar detrás de la bandera chilena si en Chile nunca habíamos sido independientes, nunca habían sido valorados nuestros derechos y en los acuerdos posteriores a la dictadura —la llamada Democracia Pactada— solo participaron los partidos políticos? No quisimos entrar a esos pactos porque los considerábamos un instrumento de colonización de nuestro movimiento y de exclusión en los procesos de tomas de decisiones.

A partir de ese cuestionamiento, impulsamos la creación de una bandera para expresar nuestra identidad oprimida y reafirmar nuestra identidad mapuche; para reivindicarnos como pueblos autónomos, con filosofía y pensamiento propios; y para comunicar que no nos representaban los partidos políticos de centro, derecha o izquierda, ni tampoco el pensamiento colonialista del huinka (del “blanco”).

Espacial y culturalmente, el territorio mapuche —Guaimapo o Wallmapu— está concebido así:

• Pikum Mapu: las tierras del norte, en donde a sus gentes se llamaba Picunches.

• Willi Mapu: las tierras del sur, en donde a sus gentes se llamaba Hilliches

• Puel Mapu: las tierras cordilleranas y del otro lado, en donde a sus gentes se llamaba Pehuenches s y Puelches.

• Lafquen Mapu: las tierras del lado del mar y la propiedad marina explotada, en donde a sus gentes se llamaba Lafquenches.

Reconociendo que cada entidad territorial tiene su organización y su especificidad cultural, se convocó el proyecto de creación de la bandera, a partir de la memoria, con preguntas como éstas: ¿cómo perdimos las tierras? ¿quiénes fueron los primeros líderes? ¿cuáles son nuestros conocimientos ancestrales sobre la alimentación y la medicina? ¿cuál ha sido el trabajo más importante de las mujeres y de los niños? ¿cómo es la geografía? En el proceso participaron poco más de trescientas propuestas. Cada bandera tenía esas características. A mí me tocó ir a la zona Pehuenche.

Con cinco banderas seleccionadas, hicimos una fusión. Los mapuches tenemos un tambor ceremonial que se llama kultrun, cuya parte inferior representa la mitad de la tierra; sobre ella están los puntos cardinales y elementos de astronomía como el sol y la luna. La otra mitad del kultrun, la superior, es imaginaria. Para nosotros la tierra siempre fue redonda. El kultrun aparece en el centro de la bandera. El color azul representa lo sagrado, nuestra procedencia de un mundo profundamente espiritual —en oposición a la idea del pueblo guerrero, indómito y salvaje que nos atribuyó el colonizador español—. El color verde evoca la naturaleza y la sanación, nuestra medicina; y el rojo, la sangre derramada en la lucha por las tierras.

Cuando adoptamos nuestra bandera quisimos entregarla al Gobierno, pero éste se negó a recibirla y nos acusó por el delito de asociación ilícita, es decir, por tener una organización estructural, histórica y propia, con autoridades tradicionales. Como para el Estado chileno esas autoridades no existían, las declararon ilícitas. Y como Chile era una Nación unitaria, nuestra bandera fue asumida como expresión de la asociación ilícita. Por eso fuimos perseguidos y muchos fueron encarcelados. Tuvieron que pasar cinco años para que se levantaran los cargos y se suspendiera la persecución. Solo diez años después se reconoció nuestra bandera como un elemento de representación legal del pueblo mapuche.

Hoy soy la Presidenta de la Convención Constituyente de Chile. En esa condición no represento solo al pueblo mapuche. Tengo que ser garante de que todos los chilenos se sientan representados. Esa responsabilidad me exige echar mano de todo lo que he aprendido de nuestras formas de horizontales de organización, del trabajo colectivo con los pueblos originarios, de mis conocimientos y experiencias en la educación intercultural, y del diálogo con los diferentes.

El plus que le puedo entregar a Chile y a la nueva Constitución es el entendimiento de la política desde esquemas y pensamientos distintos a los de la ‘democracia pactada’ posterior a la dictadura. No estoy aquí para defender los intereses y demandas de un partido sino para contribuir a una Constitución para todos los chilenos.

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